casa 33

el proyecto de toda una vida…

Cuando un año concluye, es inevitable hacer balance del periodo que expira. Siempre es importante echar una mirada hacia atrás; y en estas fechas, resulta inevitable. A nivel mundial, 2018 ha sido un año convulso. Un ejercicio plagado de enfrentamientos absurdos por la colonización del territorio o por la búsqueda de una vida digna y en paz. Marea de migrantes atrapados en Méjico y miles de almas desesperadas muriendo a las puertas de Europa en las “inofensivas”aguas del mediterráneo. Ingleses que no desean ser europeos, gibraltareños que no desean ser españoles y catalanes que reniegan de la nación a la que pertenecen. Chalecos amarillos que inundan las calles del país vecino; y ojo: porque cuando los franceses se alzan en pie de guerra siempre consiguen sus objetivos. Un ejemplo de unidad, sin duda.

En España, sin embargo, reina mayoritariamente el individualismo. La falta de solidaridad. Sucede entre vecinos de un mismo bloque de viviendas; así que con más motivo cuando trata de desconocidos que llaman a la puerta de su casa. Una actitud que hace germinar súbitamente la semilla de la ultraderecha en Andalucía, Italia, Brasil o Estados Unidos. Entre muchos otros.

El origen de todo este enfrentamiento global es la desigualdad en el reparto de los bienes existentes. Nada más. Que por supuesto va unido a políticas poco acertadas en la consecución del que debería ser el principal objetivo: el reparto equitativo de dichos bienes. Mientras la gente se enfrenta en las calles por una identidad que no les pertenece ni les pertenecerá, olvidan que el enemigo no es su vecino. Ni el vecino extranjero que está a punto de llegar.

La ley de la conservación de la energía señala que: “La energía ni se crea ni se destruye: solo se transforma” afirmó el químico francés Antoine- Laurent Lavoisier en el siglo XVIII. Se habla muchísimo de cuidar el Medio Ambiente, aunque mucho más importante que el Medio ambiente son las personas. Garantizar el derecho a una vivienda digna para todas las personas es un camino en el que trabajar, pero debe hacerse de una forma justa. Porque los derechos también conllevan una serie de obligaciones. Política adecuada, arquitectura de calidad y respeto por el contrario (y que porsupuesto merece el mismo trato). Estos tres elementos son desde mi punto de vista las figuras clave en el guión de esta obra que representamos sobre la faz de la tierra.

En el año 2002 publiqué en el periódico “El Correo” un texto referente a la «ocupación” de soldados marroquíes del llamado “Islote Perejil”. En dicha publicación hice varias reflexiones; entre ellas afirmé: “El Islote Perejil lleva allí millones de años, y cuando nosotros muramos seguirá impasible otros tantos. Por eso, debatir sobre a quién pertenece la tierra es absolutamente absurdo. La tierra no tiene dueño.”

16 años después sigo pensando lo mismo. El territorio no nos pertenece. Simplemente somos actores en un escenario. El de la vida.Y la arquitectura de hoy debe demostrar el espíritu de nuestra época. Es necesario definir un estilo arquitectónico que dirija el pensamiento creativo del momento, y dejar un patrimonio de calidad para la “siguiente representación”. No solo eficiente energéticamente.

La situación de desigualdad social descrita anteriormente y que se ha enfatizado en la primera mitad del siglo XXI afecta directamente a la arquitectura de nuestra época. Las inversiones se centran en la construcción de edificios sin personalidad.

Huellas perennes sobre la piel de la tierra que desde mi punto de vista se dividen en dos campos:

1-Obras de nueva construcción con firma de autor, donde el precio no importa y el uso tampoco. Son pocas, pero de gran relevancia. El objetivo es claro. Se trata de “gastar” y demostrar a la competencia(económica o territorial) el máximo poder.

2-Obras de rehabilitación y obra nueva, que llenan nuestra ciudad de pequeñas pinceladas anodinas como un bálsamo que adormece a la población sin gusto ni criterio. Habitantes descontentos que cada vez más se identifican en el primer mundo con el hedonismo más exacerbado y miran más por su bien individual que el ajeno. El ocio y el cuidado del cuerpo centran su atención. Y paralelamente los arquitectos, frenados por el progresivo aumento de la desesperante burocracia administrativa (otro de los lastres del sistema) relegan su faceta creativa. En muchos casos por falta de tiempo, no de talento. El resultado queda a la vista de todos.

Yo apuesto por una vía intermedia: la búsqueda personal de cada arquitecto por hacer una arquitectura de calidad. Independientemente del estilo. De calidad. Pensada. Sin caer en los convencionalismos. Porque replantearse los conceptos establecidos permite adentrarse en nuevos territorios llenos de posibilidades.

2019 es un año plagado de oportunidades para demostrar que existe talento suficiente para hacer arquitectura y diseño de calidad, y para dejar a un lado definitivamente las diferencias. Porque los arquitectos sí pensamos en las personas. Es más importante lo que nos une que lo que nos separa. Y cuando te centras en el origen de las cosas, surgen las respuestas. Llámalo sentido común. Talento innato. Madurez. Pero en arquitectura, a mí me funciona.