Tengo la suerte de vivir en el hemisferio norte. Sí, el hemisferio rico. Nací aquí, aunque podría no haber sido así. Pero ya ves… he tenido suerte. Como tú. Un entorno privilegiado en el que la riqueza se polariza en detrimento de otros entornos geográficos menos favorecidos.
Desde mi acomodada atalaya diviso el mar Mediterráneo, un muro de agua que funciona como los fosos medievales. Sí. El Mediterráneo mata. Actúa como una barrera defensiva. No porque quiera hacerlo, sino porque está en su naturaleza. Como lo está en la de la serpiente picar el brazo de quien pretenda cogerla.
La tierra gira marcada por una asimetría geográfica, y en su movimiento provoca un éxodo desde los países pobres hacia los estados del primer mundo. En el que nosotros habitamos. Un espacio intramuros donde el eco de los terremotos, las sequías, las guerras y las catástrofes en general que suceden en el exterior apenas llega a nuestros oídos. Únicamente cuando los daños se producen cerca (la invasión rusa de Ucrania o los incesantes naufragios de migrantes en nuestro foso perimetral) algunas personas descubren el insultante desequilibrio existente.
Vivimos en un mundo partido en dos que se mueve a diferentes velocidades y que basa su funcionamiento en el consumo desaforado. El sueño de poseer cosas que no necesitamos inunda nuestro efímero paso por la Tierra, como si de un fogonazo cegador se tratara. Nuestra sumisa sociedad acelera su pulsión vital alimentando un insaciable hambre consumista. El hedonismo onnipresente inunda nuestras vidas y nos abduce hacia una incomprensible demanda de placer permanente. Nos convierte en adictos al exceso: comer, beber, poseer… Gastar sin medida parece el fin último de nuestra existencia. Una idea de progreso que conduce al planeta y a todos sus ecosistemas hacia la irremediable extinción. Una supuesta libertad que en realidad envuelve una peligrosa esclavitud: la destrucción de nuestro hábitat.
El agua es la base de la vida, aunque el despilfarro continuado y el deterioro de la atmósfera lo estén convirtiendo en un recurso muy limitado. La tierra se seca, es una realidad. No hay más ciego que el que no quiere ver.
Como os decía en mi último post (“Cambiar de casa”) acumulamos ropa, libros y enseres de todo tipo sin la responsabilidad necesaria. El turismo (tal y como lo conocemos hoy en día) no es sostenible. La pandemia de COVID-19 no nos ha enseñado nada. El ser humano es de memoria frágil cuando se trata de satisfacer sus deseos inmediatos.
Nuestros hábitos consumistas no se han reducido ni un ápice en los últimos años; más bien, todo lo contrario. A pesar de las señales de alerta que la tierra nos envía. Y si no tienes dinero, pues lo pides prestado. ¡Será por dinero! ¿Cómo vas a dejar de ir a la Feria de Sevilla o a ese hotelazo que han abierto en Ibiza? Por no decir de esos vaqueros nuevos que has visto en internet: ¡monísimos! ¿ y que me dices de ese pulpo que se envasa en Galicia, pero proviene de caladeros de Mauritania o el Sáhara? Que los capturen/fabriquen a miles de kilómetros de distancia, contaminando millones de litros de agua, por personas o incluso menores en condiciones de explotación laboral, y luego el transporte en barco y camión generen emisiones brutales no son hechos que parezcan importarnos. Pero deberían. Y mucho.
Coger un avión es demasiado barato para la enorme cantidad de CO2 que genera. ¿Pero qué más da, no? La UE aprobó una medida bautizada como “Fit for 55” que pretende reducir en 2030 las emisiones de CO2 en el transporte al menos un 55 % respecto a 1990.En el sector aeronáutico, ha fijado que el 2 % del combustible sea sostenible en 2025 y el 70 % para 2050. ¿Lo conseguiremos? ¿Aunque qué pasa con el resto del mundo? Jugar al golf, utilizar un spa o ir a un parque temático tampoco serán tan malos, cuando hay tantos. Si todo el mundo lo hace, no será tan devastador como dicen algunos amargados científicos.
Corremos hacia un precipicio y parece que no nos importa. ¿Realmente tiene sentido lo que hacemos en nuestras vidas? Cuando lleguemos al final…¿habrá merecido la pena?
Reducir la semana laboral a cuatro días posee numerosas ventajas, al igual que el teletrabajo: conciliación familiar, reducción de emisiones por desplazamientos, etc. Pero también tiene otros “efectos secundarios”. Me refiero al tiempo de ocio, que aumenta, y que puede resultar muy perjudicial para el planeta si no se gestiona correctamente. ¿O acaso crees que podrás esquivar la tormenta de anuncios para que consumas? En ropa, viajes, restaurantes, móviles, electrodomésticos … ¡en todo! Te convertirás en un epicúreo con pies de barro.
El impacto ambiental de nuestro modelo económico actual es demoledor frente a los espacios naturales y frente a las personas. Mata: directa e indirectamente. La deforestación, la extracción de tierras raras, la contaminación de los océanos y el efecto llamada del primer mundo para personas pobres que huyen del infierno de su país (por muy diferentes motivos) son causas directas de dicho modelo.
El greenwashing se ha vuelto omnipresente en este punto de inflexión que se vislumbra por fin en ese complejo camino denominado “transición ecológica”. Pero solo sirve para acallar nuestra conciencia si no va acompañado de medidas estructurales reales y globales. Es cierto que cada vez se está empleando más electricidad obtenida de fuentes renovables: algo vamos avanzando. Sin embargo, una empresa puede ser “sostenible”, pero las personas muchas veces no lo somos. Por ejemplo, desperdiciando comida. O utilizando el vehículo privado de combustión en desplazamientos pequeños donde la bicicleta es una joya, o en los trayectos en los que existe una alternativa pública eficiente. Sin duda, yo apuesto también por el coche eléctrico.
El reciclaje individual también es muy importante: cada gesto suma. El eslogan “Reduce. Reutiliza. Recicla” condensa los principios fundamentales en este nuevo camino. Reducir la utilización de materia y energía es el comienzo de la nueva etapa que se abre ante nosotros. La reutilización de esos bienes y esa energía ayuda igualmente a cuidar el medio ambiente. Y cuando esos objetos han cumplido su vida útil, reciclarlos para que esa materia inicie una nueva vida.
La alimentación eco-saludable también es buena para el planeta: menos carne, menos procesados y más vegetales.
No se puede echar de menos aquello que nunca se ha poseído; aquello que nunca ha existido. Por ello, lo digo con claridad: sobra gente en el mundo. Pero no la que actualmente lo habita, sino la que está por venir. Porque muchos de ellos no deberían hacerlo. Se llama planificación. O simplemente sensatez. Y no es otra cosa que el decrecimiento: la mejor solución frente al cambio climático.
Menos personas significa menos consumo: de todo. De agua, de energía, de recursos naturales… La energía más limpia es la que no se consume. Por ello, la reducción del consumo en términos globales es el mecanismo más efectivo para revertir el calentamiento global y todos los indeseados efectos del cambio climático. Así de sencillo… y así de complicado. Sí. Porque a ver quién es el guapo que apaga la música en mitad de la fiesta embriagadora de consumo mundial que hemos organizado en mitad del jardín planetario. Sobre todo cuando los organizadores (incluido el DJ) son conservadores (derecha y ultraderecha en todas sus variantes) y han venido a divertirse: beber y bailar toda la noche, sin importarles que la resaca de mañana sea insoportable.
Os recomiendo el libro traducido al castellano “Menos es más. Cómo el decrecimiento salvará al mundo”, del investigador estadounidense Jason Hickel,del que ya os hablé en el último post. En él, el autor nos propone soluciones encaminadas a disminuir progresivamente el consumo y la demanda energética con el fin de revertir la situación actual y garantizar la sostenibilidad de nuestro planeta. El título recuerda al famoso “Less is more” de Mies van der Rohe. Solo que en esta ocasión, en vez de al ornamento en la arquitectura hablamos de “vivir mejor con menos”.
En definitiva es necesario un cambio de mentalidad radical. Revertir el crecimiento continuo y exponencial y fomentar la regeneración del planeta. Comprometernos con cada gesto que hacemos y reducir nuestra huella ecológica. Individualmente. Y exigir que los gobiernos actúen. Valorar los recursos limitados que poseemos y cuidarlos. Con mesura. Con equidad. Estableciendo límites. Sin someterlos a la codicia de unos pocos en detrimento de una mayoría. Buscando un equilibrio.
El presente verano de 2023 está siendo un récord para el turismo en nuestro país. Una gran fuente de ingresos que resulta ser un arma de doble filo. Simplemente los desplazamientos (mayoritariamente vinculados a vehículos que utilizan combustibles fósiles) generan unas emisiones de CO2 devastadoras. El impacto sobre el medio ambiente es innegable, y una política desacertada puede tener daños irreversibles en espacios como la laguna de la Manga del Mar Menor.
Como dice el refrán “Es de bien nacidos ser agradecidos”. Por eso, aunque no sea lo que más nos apetezca, controlar nuestros deseos materiales es sinónimo de inteligencia y autocontrol. Sin olvidar la necesaria reducción de las abismales desigualdades sociales existentes. Por el bien de todas/os. Queda un largo camino hasta alcanzar la sostenibilidad ambiental, pero estoy convencido de que juntos podemos hacerlo.