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el proyecto de toda una vida…

La semiótica o semiología es la ciencia que estudia el lenguaje a través de los signos. Deriva de la filosofía, y analiza la utilización de los signos como forma de comunicación. La arquitectura es un lenguaje universal que transmite sensaciones sin utilizar palabras. Es una forma de comunicación no verbal sujeta a interpretaciones, al igual que sucede con el resto de representaciones artísticas no verbales (pintura, música, etc). En esencia supone una yuxtaposición de elementos que, por su forma, tamaño, color y textura configuran el equivalente a una partitura musical. A veces incluso lo son, como la fachada que Le Corbusier proyectó para el Convento de la Tourette, en Éveux (Francia). Su armonía, por tanto, producirá emociones placenteras en el atento receptor, que variarán en función de la capacidad del emisor (arquitecto) y de la sensibilidad de la persona que disfruta de ella.

La arquitectura pertenece evidentemente a la semiótica visual, ya que su percepción va ligada  a un juego de volúmenes en el espacio. Signos que adquieren un compromiso con la realidad gracias a la luz que acaricia sus sugerentes superficies.

Los “gestos” que conforman la arquitectura son las diferentes partes que componen un edificio o espacio y la forma en que estos se relacionan entre sí. Se trata de elementos que reflejan normalmente el estilo de la época en la que se circunscribe, y que habla del entorno social y económico del lugar. Igualmente, pueden mostrar características  comunes del estilo del propio creador (el arquitecto), que tiene la posibilidad de desarrollar un hilo narrador a través de su obra.

Históricamente, la arquitectura ha servido como espejo de la voluntad de su promotor o promotores. Con frecuencia, ha ido ligada a un elenco muy exclusivo de personalidades: monarcas, faraones, nobles, la Iglesia Católica y sus múltiples ramificaciones, alta burguesía, etc. Los edificios más emblemáticos que permanecen en los núcleos antiguos de nuestras ciudades poseen una rica historia salpicada de caprichosos detalles para deleite de los historiadores. Seguramente, el ejemplo más claro y cercano sean las escenas de la Biblia representadas en los retablos de las iglesias católicas de nuestro país.

Por extensión, los edificios han sido utilizados como lienzos en los que diferentes trazos mostraban ante terceras personas algún sigo concreto que los caracterizara. Desde las viviendas con niños recién nacidos en tiempos de Herodes, hasta las casas de los judíos en la Alemania nazi, pasando por las marcas que dejan los ladrones en las viviendas que se fijan como objetivo.

En la sociedad actual, las señales y signos pueden resultar confusos. Los límites se diluyen. Platón nos habló hace más de dos mil años de la realidad y el conocimiento, de la verdad y la percepción que realizan nuestros sentidos. Y concluyó, entre otras muchas cosas, que los sentidos pueden engañarnos. Actualmente la realidad se ha distorsionado escandalosamente hasta tal punto de que ya casi nada es lo que parece. La fotografía surgió como una técnica que desplazó a la pintura realista como certificado atemporal de la realidad. Hoy día, las fotografías pueden ser alteradas sigilosamente y de hecho han dejado de admitirse como prueba en algún juicio. Igualmente, las grabaciones pueden ser manipuladas con facilidad. Vivimos en la era digital de la imagen retocada. En las redes sociales, los filtros y montajes nos hacen dudar de la verdad absoluta. Por si fuera poco, las fake-news nos acechan  por doquier y la inminente realidad virtual nos amenaza (metauniverso).

En este entorno de confusión deliberada que nos rodea, la persona conocida que nos acompaña puede no resultar precisamente nuestro refugio. Y por el contrario, en otras ocasiones, un desconocido puede salvarnos la vida. Como resultado, descubro por los medios de comunicación cómo se ha establecido a nivel mundial un sencillo signo que puede salvar vidas, sobretodo en casos de violencia de género. Se trata de un movimiento que se realiza fácilmente con una mano (esconder el pulgar por debajo de los dedos) y sirve para expresar que una persona (por desgracia, mayoritariamente mujeres) se encuentra en peligro.

Volviendo al lenguaje que expresa la arquitectura, quiero detenerme en Polonia, una nación especialmente golpeada por la sinrazón del nazismo. Hoy día es un país abierto a la inmigración, aunque de forma selectiva. Los ucranios, bielorrusos y otras nacionalidades “afines” a su cultura son bienvenidos, mientras los kurdos musulmanes (irakíes, turcos, etc) son rechazados de forma sistemática. Por ello, al igual que sucedía con la persona en situación de riesgo directo derivada del sujeto que la “acompaña”, en la zona de Polonia más cercana a la frontera con Bielorrusia, ha surgido una loable propuesta. Un grupo de vecinos se han organizado a nivel local para ayudar a esos migrantes a los que otros dan la espalda.  A través de una aplicación de mensajería conocen la presencia de personas necesitadas y rápidamente se organizan para facilitarles la ayuda necesaria: agua, comida, un lugar donde descansar, cargar el móvil, etc. Una actitud que sorprende  a las personas que reciben la ayuda, acostumbrados a que les peguen, roben, maltraten o engañen. Empezando por los soldados bielorrusos.

Para ampliar su labor humanitaria, han desarrollado además otra genial idea denominada “ Luces verdes”. Consiste en instalar una bombilla de color verde en el exterior de las viviendas dispuestas a ayudar al migrante, de forma que desde la distancia el necesitado descubra en esta arquitectura un signo de amabilidad. Luces que también muestran a los vecinos que ayudar es legal y no deben tener miedo a hacerlo. Sin duda, esta generosa iniciativa  merece ser dada a conocer. Personas que, como muchas otras afortunadamente, han decidido no mirar hacia otro lado. Identificar al desconocido que se ofrece a ayudar al necesitado es algo de una calidad humana extrema. Es precisamente lo que nos hace humanos. Y todo lo demás nos aleja de ello. Como el odio post-pandemia que salpica los telediarios.

La arquitectura no puede ser objeto de conflicto por causa de religión, política o territorialidad. Al contrario, debe estar al servicio de todas las personas, especialmente de las más vulnerables. Estamos en pleno invierno y existen demasiadas personas sin hogar. Demasiadas. Miles y miles de exiliados duermen forzosamente a la intemperie frente a una gélida alambrada de sedientas cuchillas, ante la impertérrita mirada de un servil ejército de inoperantes soldados de hielo.

La actitud de estos humildes y anónimos polacos quizás solo sea una gota de esperanza en un océano de desigualdades. Pero creo que su labor es muy importante. Sin duda, arroja un rayo de esperanza en la deriva de comportamiento que a veces guía a nuestra sociedad. Por ello, desde aquí, quería rendirles mi pequeño homenaje. DZIEKUJE!  (¡GRACIAS!)