A través de la ventana de mi coche observo cómo los copos de nieve se posan suavemente sobre el suelo de mi dormitorio. Mi casa me mira resignada y yo le sonrío desde el otro lado del cristal. Disfruto por un instante, viendo cómo la nieve resalta las caprichosas y serpenteantes líneas de mi creación.Las líneas quebradas, que se superponen en el muro que delimita la parcela. Y las líneas curvas, que perfilan las sinuosas y sugerentes terrazas que rodean la vivienda. Todas ellas se entrecruzan y bailan acompasadas a un ritmo silencioso.
La escalera de caracol que conduce hasta esa zona emerge orgullosa, a pesar de que su espina dorsal ha quedado ocultada por la nieve caída. Asciendo por ella, con mi cámara réflex en la mano.
En el solárium del nivel superior emergen únicamente dos chimeneas ahogadas en un gélido océano blanco, y que añoran el calor del hogar para el que fueron pensadas.
Ajeno al temporal y arropado por unos tímidos rayos de sol que le saludan con timidez, el volumen que hace de imagen corporativa de su creador se mantiene impasible en su puesto al Sur del conjunto edificado. Porque nada ni nadie podrá doblegarlo.
Y es que a pesar de las dificultades del camino, hace mucho tiempo cogí un tren con un destino muy claro, y no me bajaré de él hasta alcanzarlo.