Hoy se cumplen 14 años de la trágica muerte de Enric Miralles (Barcelona, 1955-2000). Sin duda, uno de las más grandes arquitectos de la historia de nuestro país, y desde luego el más intrépido y transgresor de todos. 14 son muchos años. Muchos años y muchas obras perdidas. Sin ejecutar. Proyectos que jamás verán la luz, porque la mente que los iluminaría se apagó de forma prematura.
Precoz, incansable, voraz, intrépido… cualquier apelativo se queda corto para calificar a este gran genio que supo crear un estilo propio junto a Carme Pinós, tras su etapa de eclosión en el estudio de Albert Viaplana y Helio Piñón. La portada del monográfico de “El Croquis” con el plano del cementerio de Igualada es un mito para mí, y seguramente para muchos estudiantes que ahora rondamos los cuarenta. Esa obra lo lanzó a la fama internacional, junto al “Tiro con Arco” de Barcelona 92 y otras muchas obras que fueron sucediéndose en cascada. Arquitecto de culto, tuve el gran privilegio de acudir a dos de sus conferencias: una en el Paraninfo de la Escuela de Arquitectura de Donostia, y otra mucho más íntima, en ARTELEKU. En esta ocasión, y a pesar de acudir sin dormir por la típica entrega de Proyectos que a los estudiantes de arquitectura nos supone en muchos casos eso, quedarnos sin dormir, tuve la suerte de conversar a solas con él. Recuerdo su poblada barba, sus dientes mellados, su voz serena pero firme, su mirada infinita … sin duda, un genio. Ante mi improvisada o tal vez meditada pregunta de: ¿en qué te inspiras para desarrollar tus proyectos? “, él me respondió: en Le Corbusier, y en muchas otras cosas. No quise insistir, porque era evidente que mi pregunta no tenía respuesta, y que su estilo personal era y será único e inimitable.
Descanse en paz.