Thousands of people… and me. Colas interminables para acceder a cualquier espacio que ofrezca un servicio o visita organizada. Arquitectura singular con vocación de representatividad. Invasión programada de metáforas en una peculiar Disneylandia para adultos (y algunos niños).Es mi primer día en la EXPO y me siento perdido en mitad de esta ciudad espectáculo artificial. La lluvia amenazante no difumina el trazo humano en la explanadas del recinto.
Comienzo mi visita con el pabellón de Emiratos Árabes Unidos (el pabellón más caro) obra de sir Norman Foster, que en los últimos años resulta omnipresente (desde la nueva tienda Porcelanosa en Nueva York hasta una bodega en la Ribera del Duero, pasando por decenas de icónicos de edificios residenciales, terciarios y hasta el diseño de un yate de lujo). Impresionante.
Tras dos horas de espera para acceder al interior (contando desde una hora antes de que oficialmente abrieran sus puertas los pabellones) decido que debo cambiar de estrategia para conseguir mi objetivo: descubrir a fondo de EXPO.
La mañana transcurre con recorridos anodinos por el interior de múltiples pabellones que proyectan lo mejor de cada país entre pantallas digitales, paneles expositivos y objetos de lo más variopinto. Cada país es un “mundo” que puede recorrerse, que puede sentirse, casi tocarse. Todos quieren ser diferentes. Únicos. Pero el ingrediente que verdaderamente diferencia una nación de otra es el dinero. Money builds.
Precisamente ese ingrediente es que hace diluir el “branding” de las figuras internacionales que se han dado cita aquí: Foster, Herzog &de Meuron, EMBT etc desaparecen en esta convocatoria. Bueno, al menos me consuelo sabiendo que no soy el único al que el cliente…manda!
Otro dato que llama la atención es la ausencia de grandes nombres, sobre todo teniendo en cuenta la función de escaparate que estas convocatorias llevan implícitas. Daniel Libeskind es afortunadamente uno de los pocos “grandes” que está presente y se mantiene fiel a su estilo.
Un pabellón que me sorprendió fue el de Brasil, obra de Arthur Casas.
Y es que es uno de los pocos donde la amplitud del espacio creado refleja la magnitud exterior del contenedor que lo alberga. Porque la mayoría de los pabellones crean “pequeños cubículos”, una sucesión interminable de cajones en un estudiado recorrido laberíntico sin posibilidad de alterarlo.
Y esto sin hablar de los pabellones “bazar” (países que acuden de relleno, y que lo único que aportan es un mercadillo de bisutería). Son países que por su escasa representatividad se disponen en “cajas” sin personalidad propia hacia el exterior, pero que no se esfuerzan por contrarrestar su falta de presupuesto con “ideas”.
¿Cuántos kilómetros se pueden recorrer en un día en la EXPO? Supuestamente la claridad del esquema del trazado (cardo y decumanus) haría más abarcable la muestra. Pero la realidad es bien distinta. Y al cabo de unas horas es inevitable terminar con el “síndrome del japonés”, al no recordar con la suficiente claridad los pabellones visitados e incluso no saber ubicar con exactitud algunas de las imágenes capturadas.
En esta borrachera de información realizo mis paradas para dibujar y escribir en mi cuaderno de viaje, y evitar que las fotos sean el único recuerdo en la resaca del día posterior.