En los últimos años se han puesto de moda los denominados “hoteles-burbuja” incluidos en el denominado “glamping” o acampada de lujo. Sin embargo, las habitaciones de plástico objeto de este nuevo post no tienen mucho glamour precisamente. Más bien se trata de infraviviendas sin conexión wifi ni aire acondicionado. Aunque algunas de esas construcciones, concretamente las existentes en el poblado denominado “Walili” (en Níjar, Álmería) se hayan convertido recientemente en una montaña de sueños rotos, impotencia y escombros.
Resulta increíble la rapidez con que “las Autoridades” (sean quienes sean los organismos o dirigentes que pueden incluirse en dicho término) actúan para derribar ese poblado de chabolas en Níjar,Almería. Construcciones absolutamente ilegales, por supuesto. Pero igualmente ilegales que el Hotel El Algarrobico: un adefesio hormigonesco erigido sobre suelo no urbanizable perteneciente al Parque Natural Cabo de Gata-Níjar (vaya, si hasta poseen nombres coincidentes…).Sí, me refiero al vomitivo anfitrión que desde 2003 recibe a los turistas que por tierra, mar o aire pasan junto a la Playa del Algarrobico, perteneciente al municipio almeriense de Carboneras. Una construcción que infringe la Ley de Costas y que sin embargo recibió una subvención de la Junta de Andalucía por importe de 3 millones de euros. Sin comentarios.
En el primer caso la sentencia de demolición ha sido fulminante, mientras que en el segundo caso, a menos de 36 kilómetros de distancia, los bulldozer y retroexcavadoras de cadenas dotadas de un martillo rompedor parece que sufren de vértigo al acercarse a los acantilados que abrazan el Algarrobico. ¿Cómo pudo llegar a construirse esa mole descomunal? Y lo que es más difícil de comprender: ¿cómo es posible que en 2023 sigamos teniendo esa aberración arquitectónica ante nuestros ojos? Pues por surrealista que parezca, y después de acumular numerosas sentencias condenatorias, nadie ha movido un dedo. Recientemente hemos sabido que el Ayuntamiento de Carboneras ha solicitado al TSJA “tiempo” para modificar su planeamiento y acatar la última sentencia que ordena su inmediata” demolición, emitida en 2018. Un contorsionismo burocrático sin precedentes que impide disfrutar de un espacio declarado como Reserva de la Biosfera y zona de especial protección (con permiso de la Junta de Extremadura y sus filigranas legales para perpetuar el pelotazo urbanístico de Valdecañas, en la provincia de Cáceres).
Precisamente el pasado martes, 7 de febrero, el inimitable y mordaz Erick Harley habló de este amable pelotazo urbanístico en el programa “El intermedio de la Sexta”. Un espacio donde conocemos nuevos casos de “pormishuevismo”, un estilo típicamente “spanish” que está resultando un culebrón por capítulos cuyo guion es incapaz de ser superado por ninguna serie de Netflix.
Pero centrémonos en el tema que me preocupa. En alguna ocasión os he hablado de la tremenda estupidez que supone llamar “espacio habitable” a los hoteles que ofrecen dormir a la intemperie en mitad de los Alpes, colgado de una pared en una cordillera rocosa, abrazado al tronco de un árbol o en una cápsula submarina bajo el mar. Más allá de las modas “glamourosas” que invitan a disfrutar del cielo estrellado, considero que no dejan de ser más que una versión 2.0 de la tienda de campaña de toda la vida pero para pánfilos con buena cartera y una novia recién estrenada a la que impresionar. El “polvo estelar” está asegurado. Una modalidad que resulta cruelmente ofensiva para los cientos de personas que se ven obligados a vivir en una autocaravana de 8 metros cuadrados todo el año. Como en Son Hugo, Palma de Mallorca.
Hoy quiero hablaros de los cerca de diez mil migrantes que sobreviven en mitad del mar de plástico que inunda la provincia de Almería. Concretamente en el término municipal de Níjar, uno de los más grandes en extensión y a la vez más pobres de todo el país. Personas que atravesaron otro mar, el Mediterráneo, arriesgando su vida, dejando atrás una estela de estudios, hogar y una familia a la que no han vuelto a ver. Un omnipresente vestigio del pasado que por momentos se difumina entre el mar real y el de plástico. Todo en busca de un sueño: poder tener una vida digna. Una utopía que muy pronto naufragará en un océano de despiadada realidad.
Meses después, quien amenaza su existencia son voraces excavadoras ávidas de vulnerables almas sin derechos. Beligerantes máquinas dirigidas por el coronel D. Desalmaldo Capitalismo, que libra una guerra imaginaria contra los molestos migrantes. Envuelto en una túnica de injustificable crueldad, el infame mandatario considera que cuando la imprescindible mano de obra termina su extenuante jornada laboral en el campo debe desintegrarse. Al fin y al cabo, a partir de ese momento “afean el paisaje”. Hasta el día siguiente, claro, cuando vuelven ser necesarios para hacer el trabajo que otros no quieren realizar por un mísero sueldo y en condiciones poco respetuosas con sus derechos laborales mientras la Administración mira hacia otro lado. Son la mano de obra necesaria para el principal tejido empresarial de la zona (explotaciones hortofrutícolas) y sin embargo su valiosísima aportación parece que no les confiere ningún derecho.
Porque sí, esas finas y moldeables láminas de papel transparente no molestan si albergan frutas y hortalizas (altamente cotizadas en Europa). Sin embargo, cuando en su interior habitan analfabetos y paupérrimos recolectores esos plásticos no son dignos de ser refugio de vida. Mientras, a escasos kilómetros los resorts de lujo reciben con los brazos abiertos a cientos de turistas que devoran ensaladas, frutas y derechos humanos en régimen de todo incluido. Paradojas de la sociedad capitalista.
Como os decía al principio, el pasado mes de febrero el Ayuntamiento de Níjar ordenó la demolición inmediata del asentamiento denominado “Walili”, tras conseguir una orden judicial que lo autorizaba y ante un importante dispositivo policial. La pala de las excavadoras actuó como el pie de un niño que aplasta conscientemente un hormiguero. Y así, de la misma forma, los migrantes sin papeles huyeron hacia otros poblados cercanos portando sus escasas pertenencias, una enorme tristeza y una indestructible esperanza. Tal y como un día hicieron al salir de Senegal, Marruecos o Argelia.
Un nuevo destierro forzoso que en esta ocasión conlleva una distancia física relativamente pequeña si se dispone de un medio de locomoción para desplazarse, pero que en muchos casos significará la imposibilidad de acudir al puesto de trabajo que tenía hasta ese momento y la consiguiente pérdida de su precario empleo. Sí, porque hasta en la precariedad existe lista de espera para apuntarse. Y muchos empresarios de la agricultura no tienen escrúpulos. Por ello, paradójicamente resulta necesario mendigar para tener la suerte de ser explotado. Un día y otro día, sintiendo que eres un afortunado, porque desgraciadamente otros compañeros no ganarán un jornal al finalizar el día. Aunque sea sin contrato. Lo importante es poder llevarse algo a la boca. Un hecho que provocará que su autoestima termine de romperse en mil pedazos. La incertidumbre del pobre. Una losa brutal que impide su desarrollo emocional y dinamita su salud mental. Porque su desconocimiento de la lengua, su incultura y su bondad los convierten en víctimas perfectas. Y entran en la espiral de la sinrazón, ya que sin dirección postal no pueden empadronarse y sin padrón no disponen de ningún derecho administrativo ni sanitario.
Desgraciadamente, se persigue al que trabaja la tierra y no al que explota a esas valiosas personas. Un sistema que los necesita pero no lo reconoce, porque hacerlo implica un grado de aceptación en el sistema que no está dispuesto a asumir. No poseen papeles, derechos laborales, seguridad social y muchas veces ni siquiera un lugar para refugiarse del sol. Ahora, incluso se les niega un lugar para lavarse y descansar. Con agua potable, red de saneamiento y suministro de electricidad. Y sin riesgo de morir en un incendio por las precarias condiciones habitacionales.
En nuestra sociedad existen muchos caraduras, pero también muchísimas personas que tan solo desean tener una vida normal. Pagando por una vivienda acorde a sus posibilidades, que en la mayoría de los casos son “infraviviendas” por culpa de los empresarios que los “contratan” y los agentes sociales que no garantizan un sueldo digno. En condiciones laborales dignas. Porque merecen una vida digna. Son personas. Personas trabajadoras, honestas, humildes que con su trabajo contribuyen al funcionamiento del país al que de hecho ahora pertenecen. No son invisibles. Dar la espalda a estos seres humanos vulnerables no es una opción.
Es legítima la denuncia del propietario de los terrenos donde se erigió Walili, pero es imprescindible desarrollar un plan de realojo a mayor escala. Ya hay algún proyecto en marcha y ojalá se aprueben muchos más. Porque la mayoría de los migrantes no habitan en chabolas por placer, sino porque el mercado no les permite alquilar cuatro paredes y un techo bajo el que descansar merecidamente tras su agotadora jornada laboral. Sobre todo para evitar el mismo final a las decenas de poblados similares que se camuflan entre los invernaderos “verdes” y el ocre paisaje rocoso y seco que los delimita. La alcaldesa de Níjar, sin plantear ninguna alternativa habitacional conjunta para todas las personas injustamente desahuciadas, se limitó a afirmar que “corría grave riesgo la vida de las personas”. ¡Menuda novedad! Esos pobres magrebíes no han hecho otra cosa que bordear los límites de la vida desde que vinieron al mundo. Así no parece un argumento muy convincente. Un incendio puede suceder, por supuesto, sobre todo cuando hay enganches ilegales al tendido eléctrico (un hecho absolutamente rechazable).Pero la probabilidad de morir es mucho mayor bajo el sol de Almería, cuando las condiciones de trabajo no garantizan la protección necesaria frente a un golpe de calor. Así que seamos justos y no demagogos.
Es cierto que el problema de la vivienda en España y en el mundo es fractal. De gran complejidad, múltiples escalas e implicación colectiva. Sobre todo de la administración. Un océano de dudas para millones de desprotegidos seres humanos cuya presión provoca grietas en el muro del sistema capitalista a través de las cuales se escapan los derechos humanos.
El doble rasero con el que actúan los gobiernos locales, autonómicos y estatales en esta materia es evidente. Recordad el hotel “El Algarrobico”. La vivienda es una necesidad vital, que en la actualidad supone un problema muy complejo. Sí. Se está avanzando mucho. Es cierto. Pero es necesario hacer más. No basta con convertir en escombro la ilusión donde vivían cientos de corazones. Por ello, tenemos una obligación como sociedad: devolver la dignidad a todas esas personas que dedican su vida a trabajar en el campo indignamente para que podamos tener fruta y verduras frescas en las fruterías de nuestro barrio.
Cuando compres naranjas o tomates piensa en ellos: porque si todos los hacemos con honestidad, el universo conspirará y convertirá en realidad sus sueños.