Dicen que el tiempo es el mayor de los maestros, pero que desgraciadamente “acaba” con todos sus alumnos. Resulta así de cruel, pero es 100% real.
La monografía en castellano “Le Corbusier. 1910-65” publicada por la editorial Gustavo Gili me acompañó prácticamente a lo largo de toda mi carrera profesional. Creo que la adquirí en tercero, allá por 1994 (4ª edición) y la consulté de forma recurrente ante cualquier reto proyectual al que tuviera que enfrentarme. Recoge cronológicamente la obra proyectada y construida por el padre de la arquitectura contemporánea, clasificándola por tipos de edificios. Mis conocimientos de francés hicieron que quedara grabada en mi retina las palabras contenidas en la carta manuscrita del genio que se incluye al comienzo del libro, a modo de prólogo, junto a un retrato en clave baja del propio Le Corbusier.
En ella puede comprenderse la ilusión que corría por las venas de un arquitecto apasionado de su trabajo. Prolífico, incansable y rebosante de ideas originales. Para él “trabajar” era sinónimo de “respirar”, una función regular que todos realizamos constantemente. Y precisamente dentro de este adverbio (nos indica) se incluye la “constancia” (palabra que subraya). Prosigue con la afirmación: “Es necesario ser modesto para ser constante. La constancia implica perseverancia. Algo relacionado con el coraje interior que define la naturaleza de la existencia”. Toda una declaración de intenciones.
En 2018, la misma editorial publicó en castellano el libro “Vida y obra de Le Corbusier”, escrito en francés tres años antes por Jean-Louis Cohen. Los pasajes aquí narrados me resultan tremendamente interesantes. Textos que arrojan una imagen nítida de su arrolladora personalidad, y nos permiten descubrir que a este incansable amante de la arquitectura no solo le acompañó la constancia, sino también la curiosidad. La curiosidad por viajar, por conocer la arquitectura de su época, aunque no fuera de su agrado. La curiosidad que lo impulsaba a dibujarla; unos trazos toscos que le permitían analizarla y comprenderla. Este fue el verdadero secreto de Le Corbusier: la observación del entorno que como fin último la permitió descubrir su propio lenguaje. Algo que consiguió de forma extraordinaria.
No debemos olvidar que la vida de Le Corbusier estuvo repleta de fracasos en sus intentos por desarrollar ideas y proyectos. En la Unión Soviética, Argelia, Argentina o en EEUU. Por no hablar de las dos guerras mundiales que azotaron Europa. Si era necesario, se acercaba a quien estuviera en el poder. Aunque quizás no siempre estuviera acertado, como sucedió con el régimen de Vichy en Francia. Si no había nuevas obras, aprovechaba para dibujar, escribir o pensar. Pero precisamente su constancia le hizo no detenerse nunca.
La vida es un camino. Si nos paramos, no descubriremos lo que nos espera más allá del horizonte. Es espacio llamado futuro que a todos nos espera. Incierto siempre, tranquilo nunca. La observación del entorno de la que antes os hablaba favorece la aparición de intuiciones certeras. Como las que Luna posee en la mágica novela “Diferente” de Eloy Moreno.
Los avances técnicos de la humanidad se han debido siempre a la curiosidad de algunos de sus miembros, donde además el intercambio de ideas impulsa de forma extraordinaria el conocimiento. En todos los campos, incluyendo los artísticos. También en arquitectura. Un conocimiento basado en la prueba y error.
Resulta tremendamente gratificante hacer introspección y descubrir en nuestro entorno cosas que no valorábamos. Mirar alrededor nos abre el camino al conocimiento. Y aquí, la cultura juega un papel clave para desarrollar nuestra curiosidad innata que, a veces, la rutina se empeña en silenciar. De hecho, la ausencia de curiosidad es el principal enemigo del desarrollo social y avance tecnológico.
Los debates de arquitectura basados en el estudio de la historia me resultan tremendamente aburridos. Respeto a quien la estudia minuciosamente, pero me interesa mucho más mirar hacia delante: el concepto de espacio a diferentes escalas y su relación con una variable a la que va ligada de forma inherente: el tiempo.
Como os decía al principio de este post, el tiempo juega a nuestro favor hasta un punto, en el que se vuelva en contra nuestro. Ahí radica la necesidad de la transmisión de conocimientos de generación en generación. Como yo también hago. Hace unos días por ejemplo, con mi hija, haciéndole entender la necesidad de analizar proyectos de otros arquitectos en libros y revistas de arquitectura. No en internet. Comprender el funcionamiento del mundo en general y de los edificios en particular es el primer paso para plantear soluciones, una de las principales funciones de la arquitectura. Y dibujar a mano, sobre papel, todo aquello que nos resulte interesante. De esa forma quedará perfectamente archivado en nuestra memoria y permanecerá disponible para ser rescatado en el momento que nos resulte oportuno.
El segundo paso en la creación de proyectos es la materialización de la solución planteada mediante el lenguaje propio. Es decir: la arquitectura es un lenguaje universal en el que sin embargo cada orador emplea un dialecto diferente. No hay dos soluciones iguales para un mismo proyecto. Y la forma de representarlo, igualmente, nunca será igual, a pesar de que la mayoría utilicen el mismo programa: autocad.
La tercera fase es el desarrollo de una representación espectacular que ayude a envolver nuestra propuesta. Ponerlo bonito, que entre por los ojos. Una fase final a la que algunos quieren llegar demasiado pronto, pero que sin duda es un error. Vivimos en la era digital, con abundantes herramientas que ayudan a mejorar la imagen nuestra y de nuestro trabajo. Pero tras esa imagen debe haber un contenido sólido y eso es algo que no siempre sucede.
La constancia es muy importante en la carrera de un arquitecto, que sin duda será larga y prolífica. Una guerra con miles de batallas. La curiosidad es clave para aprender, y la pasión por la arquitectura mantendrá tu autoestima en los momentos más difíciles. Una pasión que, si todo va bien, aumentará día a día. Como el amor. Que se alimenta de los pequeños detalles en los que nos detenemos. La arquitectura es la profesión más bella que conozco, y sentir que tu interior desborda ideas creativas provoca un placer indescriptible. Infinidad de emociones placenteras. Crear. Dibujos, maquetas, collages o artículos sobre arquitectura. Construidas o no, de gran escala o pequeños diseños. Lo único importante es caminar. Avanzar en el camino, disfrutar y descubrir nuevos mundos. Os animo a ser curiosos, a explorar, a abriros a nuevos desafíos, a luchar contra la rutina, contra las excusas, a hacer aquello que os gusta y lleváis dentro. El tiempo es una variable insustituible que siempre alberga espacio para nuestros sueños. Es cuestión de prioridades. Si nuestro objetivo es ser feliz, la curiosidad y la constancia son nuestros mejores aliados. Por nosotros mismos y por la sociedad en su conjunto.¿ Te animas?
A mi hija Iria.