El mar Mediterráneo es un idílico escenario donde suceden infinitas historias de amor a bordo de los cientos de cruceros que cruzan sus aguas. Pero detrás de esa cara amable existe una personalidad mucho más hostil, donde la crueldad es la moneda de cambio para luchar por una vida en paz.
(…)
La vivienda mínima posee cero metros cuadrados, orientación sur y vistas al mar Mediterráneo. Dispone de ascensor con conexión directa hasta el cielo (que nadie contempla utilizar) y un amplio jardín para labrarse un futuro prometedor.
Posee ventanales desde donde se vislumbran ilusionantes oportunidades laborales, cuatro dormitorios equipados con sueño de serie, una amplia cocina para coger fuerzas y prepararse para el extendido rechazo a la inmigración. La estrecha y oscura escalera para alcanzar todas las metas tiene una fuerte pendiente, pero con el paso de los años los peldaños se convierten en más accesibles. Trabajo con mejor remuneración, seguridad social, derechos sociales, sanidad gratuita…
La vivienda mínima cabe en una minúsculo cayuco equipado con dos vetustos motores de gasolina. En el caso del maliense Moussa, que estuvo a punto de desaparecer en lo más profundo del azul muerte. El 26 de abril de 2021 un avión militar español avistó por casualidad una patera a la deriva a 500 kms de la isla de El Hierro.21 días antes había zarpado de Mauritania con 63 personas a bordo. Solo tres sobrevivieron. Tras pasar meses encerrados antes de zarpar, para evitar la expulsión, por fin llega el momento más deseado. La ilusión de 59 marionetas de la injusticia social se mezcla con las gigantescas olas, los vómitos, el frío nocturno y la ausencia de agua potable y comida. Durante los eternos días, el despiadado sol contribuye irritar la piel de unos cuerpos inertes que apenas albergan vida. La esperanza se va diluyendo como un azucarillo en un vaso de agua. Las oraciones mantienen viva su frágil esperanza: Alá es su refugio.
El décimo día, tras una semana sin comer y bebiendo agua salada, comienza la crónica de una serie de muertes anunciadas. Tres o cuatro personas abandonan el sueño que les condujo hasta esa trampa mortal. Algunos enloquecen, y las fuerzas de seguir amarrado a la vida cada vez son más débiles. Los que siguen respirando el olor a agua salada ya que no pueden ni siquiera tirar los cadáveres por la borda. Los muertos se acumulan bajo un indiferente sol que no se apiada de estos débiles seres vivos.
El sonido del motor de una avioneta sobrevolando sus cabezas actuó como música celestial, el preludio del inminente rescate que ponía fin a una de las peores pesadillas vividas en las puertas de cristal que Europa posee sobre las aguas del mediterráneo. Un milagro para esos tres héroes anónimos, que sin duda merecen vivir en la vivienda de sus sueños.
“Atravesó el desierto, nadó en el mar, llegó a tierra y encontró a Luna”. Con este preciosa frase Máriam Martínez-Bascuñán comenzaba un artículo de opinión en el País el pasado 23 de mayo. Porque en la era de la información y las redes sociales de nuevo una imagen destacó sobre muchas otras. La de ese desesperado abrazo entre Abdou (senegalés de 27 años) y Alba, voluntaria de la Cruz Roja en el Tarajal (Ceuta). Dos vidas que se funden por un instante y que reflejan el sentir de cualquier persona de buen corazón. El triunfo del cuidado del fuerte hacia el débil; un gesto natural de humanidad hacia el necesitado. Otro sueño por cumplir, otra vivienda por habitar y otro futuro digno por alcanzar.
Desgraciadamente, la lucha denodada por tener un futuro digno tiene muchas otras protagonistas. Recientemente hemos asistido a una crisis migratoria sin precedentes entre Marruecos y España, con una entrada masiva de más de 8.000 súbditos (la mayoría menores) a la colonia española de Ceuta. El pueril Mohamed VI respondía así a la supuesta injerencia española en el espinoso asunto del Sáhara Occidental al atender en Logroño al líder del Frente Polisario Brahim Ghali. El mismo motivo por el que este año permanecerá cerrada la operación paso del estrecho, que cada verano permite el paso de 3 millones de ciudadanos de origen magrebí desde Algeciras hasta Tánger.
En ese salto masivo a la valla o entrada a través del mar nos encontramos historias de muchos jóvenes que sienten que su existencia no tendrá la dignidad que merecen si permanecen en su país de origen: Marruecos, Senegal o cualquier otro. Y aquí encontramos otra imagen que nos ha conmocionado, la del guardia civil Juan Francisco Valle rescatando una bebé de pocos meses junto a un firme salvavidas alrededor de un mar inestable. Un círculo que envuelve este delicado cuerpo que parece no albergar vida alguna, pálida por la hipotermia, con la cabeza caída a plomo hacia delante, pero que afortunadamente sí respira y seguramente podrá tener el futuro que su madre desea para ella. Una frágil criatura que no entiende fronteras, razas ni de egoístas políticos. Otro gesto natural de cuidado, como el de Luna; un milagro que espero sirva para materializar esa vivienda mínima que cabe un diminuto flotador pero que puede convertirse en una casa donde ser feliz.
España es, junto a Italia y Grecia, el tercer vértice de la puerta triangular a Europa. Un flujo que fluye de forma natural siguiendo el principio básico de equilibrio que rige en la naturaleza. Al igual que dos cuerpos en contacto tienden a igualar su temperatura, el agua circula de un punto a otro hasta igualar el nivel siguiendo el principio de los vasos comunicantes. Por ello, la solución a este grave problema social es dotar de igualdad de oportunidades entre los diferentes países de nuestro planeta. Lo mismo que reivindican los territorios más desfavorecidos de nuestro país (“España vacía, España llena”, un tema del que os escribí recientemente) pero a escala global. Cuando lo que sucede es precisamente lo contrario. En la actualidad, los dirigentes corruptos de muchos de esos países venden la explotación de sus propios recursos naturales (pesca, minerales, agricultura, etc) a países del primer mundo, sin que ese dinero luego revierta en los ciudadanos. España también colabora en ese injusto lastre para el desarrollo de esos países. Un elemento más que favorece la desigualdad y fomenta el sueño de los migrantes.
La labor humanitaria que desempeña la tripulación del “Open Arms” es simplemente loable. Un orgullo inigualable que cada año salva miles de vidas humanas en primera línea de muerte. Afortunadamente existen otros barcos como el “Geo Barents” que dirige Médicos sin Fronteras.Pero muchas veces el rescate llega tarde. Y no podemos permitirnos más muertes de inocentes a la deriva.
Sin embargo, la vivienda mínima no es solo aire rodeado de agua; a veces es aire rodeado de escombros. Como los que envuelven la rutina de miles de ciudadanos palestinos que han perdido a sus seres queridos y las viviendas donde habitaban. Otra sinrazón admitida por el mundo, que una vez más prefiere mirar hacia otro lado. ”Si hay un infierno en la tierra está en la vida de los niños en Gaza”, decía recientemente António Guterres, secretario general de la ONU, ex primer ministro de Portugal y miembro de ACNUR entre otros. El vídeo de una niña palestina que con palabras tremendamente maduras reclamaba justicia afirmando: “Sólo tengo 10 años”. Nunca imaginé que una afirmación tan inocente y común podría incluir tanta reivindicación. Vidas inocentes que crecen en la incertidumbre de un lugar a punto de ser destruido, donde pensar en crecer, ir al colegio y formar una familia es simplemente pura utopía. Aquí el sueño de tener una casa se torna inalcanzable, cuando debería ser un derecho recogido a nivel internacional.
La vivienda mínima también existe en muchos otros lugares del planeta. Es muy fácil de transportar: cabe en una sucia mochila con cientos de kilómetros a sus espaldas. Como la que lleva adosada a su cuerpo la mamá de Erick y Adriana. Aunque en esta ocasión su anhelado hogar tendrá que esperar: acaban de ser deportados a México desde la frontera estadounidense.
La vivienda mínima no es material, pero paradójicamente es una casa de infinitas posibilidades. El motivo es que la vivienda mínima es en realidad una hermosa ilusión por construir que habita en lo más profundo de nuestro corazón. Y esto es posible porque no hay deseo más grande que aquel que nunca ha sucedido.
Por todos esos sueños, alzo mi voz para que la vivienda mínima pueda ser una realidad en cada rincón del mundo. Para que la migración no tenga que ser una desesperada huida de la guerra, la injusticia, el desequilibrio económico o la sinrazón.
Juntos podemos lograrlo.