En 2022, el mundo se torna convulso frente a un calentamiento global que carboniza su piel, caldea el ánimo de sus habitantes y no consigue reducir su creciente agresividad. El mundo rezuma dolor. Y en un escenario cambiante y globalizado, la paz eterna no se puede garantizar.
Precisamente los conflictos bélicos y la sequía post-pandemia están provocando desgraciadamente una alerta sanitaria sin precedentes, situando a millones de personas (sobre todo niños) al borde de la muerte por desnutrición severa. No hay comida ni agua para todos. Los campos de cultivo se encuentran sobreexplotados por la agricultura extensiva y el turismo desaforado. Contradicciones sin resolver del “largoplacismo” (longtermism), que en teoría apuesta por garantizar una buena calidad de vida a los seres humanos actuales y futuros. Y avanza una mala noticia: la inevitable extinción del ser humano. Sic. Ante ese negro futuro, ahora entiendo el interés de la NASA por la misión Artemis I para alcanzar la luna y en 2030, Marte.
El miedo es un virus que se extiende con mayor facilidad que el SARS-COV2 y provoca unos fervientes efectos de sumisión entre los contagiados. A la Iglesia le funcionó durante siglos. ¿Tendremos gas natural el próximo invierno? Por supuesto que sí. Otra cosa es la pobreza energética, que sin duda el próximo invierno visitará desgraciadamente millones de humildes hogares en todo el mundo. Es momento de apostar fuertemente por las energías renovables. Y por supuesto, desechar la futurofobia: el mundo del mañana se construye con cada uno de nuestros gestos del presente.
Las sucesivas olas de calor de este año pasarán igualmente a la Historia por sus graves consecuencias en el planeta. Aunque en este caso, el miedo no se difunde ya que precisamente iría en contra de los intereses particulares del ejecutivo que sujeta el megáfono. Como decía antes, medio planeta se derrite, en un verano marcado por las olas de calor más grandes que se recuerdan, provocando graves consecuencias en la agricultura y poniendo en peligro el abastecimiento de agua potable a muchas poblaciones.
Sucesos de extrema gravedad que generan la aparición de la ecoansiedad y nos avisan una vez más de la necesidad de cambiar de hábitos. Consumir menos y mejor (válido tanto para objetos y energía), cambiar (cuando sea posible) el vehículo privado por la bicicleta, etc. Cualquier pequeño gesto es válido. Y por supuesto, que nuestros gobernantes estén a la altura de las circunstancias. Más allá de las presiones económicas o derivadas de la invasión rusa a Ucrania.
El supuesto fallido intento de asesinato de la todopoderosa actual vicepresidenta argentina es sin duda un montaje muy oportuno para presentar como víctima a una oscura política tras su más informe imputación por corrupción por parte de un fiscal más difícil de asesinar que el último que tuvo la osadía de desafiarle. Mentiras de estado como el de Diana de Gales acontecido justo hace 25 años. O la reciente y extraña muerte de varios oligarcas rusos disidentes de la verdad oficial. Una oscura mano que, apoyada en el machismo omnipresente, persigue sin piedad cada gesto de la joven primera ministra finlandesa Sanna Marin. Sobre todo los de carácter personal, que nada tienen que ver con su modélica gestión pública. Es el riesgo de ser transparente, empática… y mujer. Aunque seguramente su reciente solicitud de incorporación de Finlandia a la OTAN tenga algo que ver. Desde luego, los techos de cristal existen.
En este contexto, las vacaciones de 2022 posiblemente hayan sido las más deseadas de la historia. A nivel mundial. Bien es cierto que viajar por placer es una experiencia relativamente nueva, pero que sin duda define la época en la que vivimos. El futuro próximo parece que será complicado a nivel económico, con una inflación planetaria desbocada difícil de frenar. Incluso Emmanuel Macron habla del “fin de la abundancia”.
En mi caso, que tengo la suerte de vivir en un continente en paz, que de momento contiene extramuros los embistes de la guerra, y con libertad (sin entrar en más detalles). Por ello, este verano he podido regresar a los Países Bajos, un referente único en mi etapa universitaria. En 2016 recorrí las principales ciudades del país y en 2017 su territorio más íntimo. Cinco años y una pandemia después retorno al amor platónico de mi época estudiantil para conocer de primera mano el estado actual de la arquitectura que conserva esta singular nación.
Pioneras en la conservación medioambiental (su planimetría geográfica es un gran acicate), los holandeses comparten el espíritu de confianza en el prójimo con otros países como Dinamarca o Noruega. En España se convocan legítimamente festivales para reivindicar nuevos usos del espacio público, sin comprender que se trata de una cuestión cultural basada en el respeto. La pregunta que plantea si el orden da vida o ahoga la vida urbana no está bien planteada. El urbanismo es la herramienta de planificación básica, así que resulta imprescindible. Lo que sí se echa en falta es una mayor flexibilidad que permita alcanzar el equilibrio (o desorden) necesario. Como en todo. Por ello, lo que debe cuestionarse es el civismo de los habitantes, que se propaga con la educación, no con las políticas de planeamiento.
Tal y como he expuesto en numerosas ocasiones, resulta sorprendente la existencia de normativas tan diferentes entre unos países y otros de la Unión Europea. El Código Técnico de la Edificación surgió, entre otros fines, con la voluntad de homogeneizar las directrices en el sector de la construcción. Sin embargo, como sucede en Dinamarca, la ausencia de antepechos, dobles pasamanos y un sinfín de criterios que rigen el diseño arquitectónico en España (CTE-Seguridad de utilización y Accesibilidad) permiten la ejecución de soluciones mucho más interesantes a nivel arquitectónico. Un detalle que siempre me ha llamado la atención es la vertiginosa inclinación que poseen las escaleras en este país. Los Países Bajos es la nación cuya población posee la estatura media más alta de todo el mundo. Sin embargo, debe tratarse de gigantes con pies de enano, a juzgar con las exiguas huellas de sus escaleras. Unos peldaños poco recomendables para personas con vértigo.
Otro concepto que en España sería muy difícil de implantar sería el de las viviendas flotantes. Y eso que no será por ciudades vinculadas al agua (mar y ríos). El arraigo de nuestra cultura por la vivienda en propiedad va asociada directamente a su implantación en el terreno firme. Todo lo que se salga de una vivienda “tradicional” dispone de muy pocas probabilidades de éxito.
En los Países Bajos (al igual que sucede en Dinamarca) el espacio público es considerado como una prolongación del espacio privado. Compartir con tu pareja una botella de vino blanco en la mesa de madera de un parque, coger un libro de uno de los múltiples armarios-biblioteca abiertos repartidos por cualquier calle del país o incluso jugar con los cochecitos y juguetes que quedan repartidos por los parques después de que los niños se hayan ido a dormir son sinónimos de que la calle sirve para relacionarse con los demás sin prejuicios. La existencia de puestos de venta sin vendedor en el exterior de las casas de campo (fruta, mermelada, pulseras, etc) junto a la caja del dinero es simplemente impensable en España. Y es algo que debería hacernos reflexionar sobre los usos que puede tener la vía pública, cuando se respetan unas mínimas normas de civismo. ¡Aunque por supuesto no son perfectos!
El modelo de ciudad es un tema muy recurrente en todos los debates de arquitectura, pero en ningún caso se plantean propuestas que rompan radicalmente con el modelo económico dominante. Y tal vez sea necesario; seguramente muy necesario. Cuando existe un problema considero prioritario trasladarme hasta el origen de las cosas, y en el caso de nuestra civilización las relaciones humanas carecían de intercambio de dinero. Básicamente porque no existía (“Economía sin corbata”, de Yanis Varoufakis).
Vivir las urbes y pueblecitos de este país pasa inexorablemente por moverse en bicicleta. Recorrer pedaleando de Sur a Norte (hasta el faro de Eierland) la isla de Texel y bañarse en el cálido mar del Norte es simplemente reconfortante. La ausencia de montañas y desniveles en general facilita estos desplazamientos, sin mencionar el estatus del que goza este medio de transporte y que se refleja en el comportamiento de su población, el infinito trazado de carriles-bici y la existencia de zonas habilitadas para su estacionamiento. Los transbordadores ayudan a salvar los canales donde lo existen puentes, y muchos barcos permiten introducir la bicicleta sin coste adicional (Róterdam-Kinderdijkt). Muchos gratuitos, como los que conectan la estación central de Amsterdam con la orilla opuesta; y otros que antes sí lo eran y ahora no (Jonen, muy cerca de la bellísima localidad de Giethoorn), aunque no por ello pierde su magia. Al contrario: perderse por los caminos y canales del parque nacional Weerribben-Wieden es simplemente increíble. En bicicleta y en barca. Sobre todo si te alojas en una casita típica de Giethoorn durante varios días, Absolutamente recomendable.
El desmesurado crecimiento vivido en las últimas 3 décadas a lo largo de todo el país ha dado paso a una etapa de mayor sosiego. El centro de La Haya por fin respira tranquilidad, tras las obras que inundaban las proximidades de la estación central hace cinco años. Desgraciadamente, el centro de las principales ciudades ha sido invadido por un insaciable espacio comercial, que en algunos casos fagocita literalmente el espacio urbano (Utrecht). El consumismo desaforado es el motor de la economía capitalista y el principal enemigo del planeta, aunque de momento este efecto secundario no esté afectando demasiado a la salud del mundo que habitamos. O quizás sí. Pero eso no importa demasiado cuando se trata de satisfacer el enriquecimiento de los grandes grupos empresariales (hoteles de lujo, grandes franquicias, inversores en general…).
En este escenario, ha surgido un nuevo protagonista: el coche eléctrico. En los Países Bajos existen casi 100.000 puntos de recarga, un tercio del total en el conjunto de la Unión Europea. En cualquier calle es muy habitual encontrarse vehículos enganchados a una toma de red (cuya generación es eminente verde), contribuyendo así al cuidado de nuestro planeta.
Las propuestas que recientemente ha planteado el ejecutivo de Pedro Sánchez, pueden ser más o menos discutibles, pero desde luego absolutamente imprescindibles. Manuel Macron ha establecido una legislación muy similar, que en el fonde se basa en el sentido común. El despilfarro energético es un lujo que no nos podemos permitir, ya que como todos sabemos, la energía más barata es aquella que no se consume.
Este año he revisitado algunos clásicos de la arquitectura contemporánea. Algunos con reconocimiento universal (casa Schöeder de G. Rietveld en Utrecht) y otros con un respeto más personal: el maravilloso Educatorium ubicado en la misma localidad y el inigualable Centro Cultural Kunsthal de Róterdam, ambas pertenecientes a la primera etapa (la mejor) del arquitecto holandés Rem Koolhaas, y que con el paso del tiempo no solo no han perdido brillo, sino que perduran con un esplendor impresionante. Inevitable también ha sido fotografiar alguna de las últimas obras de MVRDV (el estudio nacional con más repercusión a nivel internacional de los años 90, con permiso de OMA) e incluso alguna incursión de su homólogo danés: el estudio BIG (Bjarke Ingels Group), que por cierto “ganan” en un hipotético duelo creativo contra MVRDV. A pesar de que algunas de sus últimas propuestas merecen una mención. Como DEPOT, la gran “copa especular” introvertida que surge en el en el extremo norte del Museum Park de Roterdam como contrapunto al eterno Kunsthal.
También he tenido tiempo de visitar alguna ciudad por primera vez, como es el caso de Almere: una jovencísima población planificada por OMA (Almere Stad), en la que estudios de arquitectura de ámbito internacional contribuyeron con diferentes propuestas residenciales. Una amalgama que desde mi punto de vista resulta insulso y con muy escaso interés arquitectónico. Una clara muestra de que diferente no es sinónimo de “diseño de calidad”. Aunque debo valorar enormemente el cuidado esfuerzo del gobierno local para contribuir a la mejora de la calidad de vida de sus ciudadanos gracias a múltiples mecanismos, que sin duda logra su objetivo.
Por el camino he disfrutado por primera vez de Mont-Saint-Michel, una joya única en el mundo que te transporta a otra época. Aunque hablando de joyas, el diamante que corona la casa del puerto de Amberes, Bélgica (Zaha Hadid) merece una mención aparte. Por segunda vez tampoco he podido acceder a una visita guiada para acceder a su interior, pero no me sucederá una tercera vez. Absolutamente recomendable. En esa misma ciudad me sorprendió la mutación de piel a la que está siendo sometida la maison Guiette (le Corbusier). En mi última visita (2018) lucía un hermoso vestido blanco, y ahora, despojado de él, resulta impactante poder observar su epidermis de ladrillos caravista color marrón oscuro fabricados hace 100 años.