La forma, posición y dimensiones de una ventana determinan la forma de ver. Y de mirar. Rasgar un hueco en un paramento vertical supone conectar dos mundos: el interior y el exterior, que a partir de ese momento pasan a formar un todo. Este proyecto nace del análisis de las formas de ver, caminar y transitar por la vida. Por ello plantea detenerse un instante, un día cualquiera de nuestras vidas, y mirar todo lo que nos rodea. Cuando salimos apresurados a hacer un recado o volvemos sin prisa tras compartir una tarde de sonrisas, confesiones y amigos.
El falso techo enfatiza la creciente polarización de opiniones jugando con el contraste cromático blanco/negro. Un escenario social representado por la conjunción de tres formas que convergen junto a la puerta de paso interior. Un reflejo de los pensamientos antagónicos que buscan su punto de encuentro. Una tensión espacial que rememora la existente entre las figuras en un tablero de ajedrez: tensión en calma.
Por su parte, el módulo de buzones en voladizo nace desde la tierra y emerge hasta encontrarse con el extremo oblicuo de la audaz incisión practicada en la blanquecina piel de este concurrido y a la vez solitario espacio. Detenerse. Mirar.