Una puerta separa dos mundos y los mantiene en equilibrio. Pero en un instante, puede desplazarse y transformar dos espacios en uno.
Un torrente de energía que fluye como desciende el agua vigorosa por las laderas de la montaña al llegar la primavera. Y de nuevo, vigorosa, puede accionarse y condenar a los dos ámbitos al ostracismo.
La función de conectar dos zonas alude a la “promenade architecturale” que enunció el gran Le Corbusier. El ser humano se desplaza y con su movimiento percibe el espacio que lo rodea. Un gesto habitual que puede albergar infinitas sensaciones.
Una puerta debe ser fuerte para resistir la tensión que soporta. Por ello, es imprescindible disponer de una fuerte personalidad que muestre su carácter. Que tenga estilo, para mostrar a los demás su encomiable función sin tener que hablar. Su textura, forma, disposición o dimensiones pueden convertirla en única y especial.
También puede suceder que una puerta convencional o anodina mute en un elemento Koolhaasiano de relevancia únicamente a través del tirador. Por ello, he diseñado este tirador en acero corten para convertir el paso a un lugar lleno de oportunidades en un acto de elegancia, atemporalidad y fuerte presencia.
Un elemento de fácil fabricación y montaje que está compuesto por dos piezas: un pletina quebrada de fijación a la hoja (en este caso de madera de iroko) y otra pieza de chapa plegada de 8 mm de espesor que conforma la zona ergonómica de manipulación. Un rayo fugaz que se pliega ante la cerradura en un gesto de complicidad.
Una puerta. Un tirador. O la entrada a un universo.