La profesora y escritora francesa Annie Ernaux (nobel de literatura en 2022) posee una sensibilidad especial para discernir la belleza en lo más profundo de la cotidianeidad.
En su obra “Regarde les lumières ,mon amour” nos cuenta su experiencia a través de las visitas periódicas al hipermercado “Les Trois-Fontaines”, situado en Cergy, en “la banlieu parisienne”. Una zona asfixiada por las infraestructuras urbanas artificiales construidas por el ser humano. Un conglomerado de artefactos carentes de belleza donde la única finalidad es promover el consumismo. Allí realiza ella con asiduidad sus compras de alimentación. Y durante más de un año, entre yogures y galletas, en el carrito de la compra se coló su diario que sirvió como base para este delicado libro. Es una publicación breve y sencilla, que os recomiendo por su gran sensibilidad.
Yo no he visitado el emplazamiento utilizando como singular escenario la genial creadora, pero me lo puedo imaginar perfectamente. En realidad, no difiere mucho de otros centros comerciales del extrarradio que cualquiera de vosotros tenga en la cabeza. Construcciones prefabricadas encajadas en un tapiz infinito de asfalto sucio y gris en el que se amontonan artefactos de combustión fósil y donde la naturaleza no se atreve a entrar.
La escritora afirma con buen criterio: “Ver para escribir, es ver de otra manera”. Una aseveración que es extrapolable a cualquier otra actividad creativa. Como en arquitectura. Mi profesión. Una bella expresión de la sensibilidad interior que parte desde la observación del entorno y que se prepara a fuego lento, modelándose en la intimidad utilizando como instrumento catalizador la propia visión del mundo.
Sin embargo, los hipermercados y pabellones de multinacionales del sector de la decoración, el deporte o la tecnología no son precisamente el adalid de la calidad arquitectónica. En todos estos casos, la belleza de los espacios queda relegada a las técnicas de marketing que priorizan el consumismo exacerbado. Irreflexivo. Insostenible. Son espacios deshumanizados, gélidos y vacuos. A pesar de que cada día, al abrir sus puertas al ansioso público, se convierten en un crisol inigualable de culturas lejanas, religiones respetuosas, etnias desconocidas e idiomas ininteligibles. El comercio electrónico ha alterado los hábitos de compra de la mitad de la población mundial, pero la búsqueda física de ofertas en sus frontales, el merchandising del último lanzamiento literario o audiovisual y la adquisición de productos frescos jamás podrá ser desbancada por una insípida experiencia electrónica.
Los contenedores que albergan esas inquietantes experiencias mercantiles fueron concebidos en origen en un momento de desarrollo urbanístico atropellado, y que en la actualidad se han convertido en una rancia concepción de modernidad. Corrían los años 70, años 80. Una era vinculada al desarrollo industrial, al crecimiento desaforado y al desplazamiento en coche privado altamente contaminante que por fin se había democratizado entre las clases medias. Los ayuntamientos reservaron suelo a una distancia de tres o cuatro kilómetros respecto a los centros urbanos, sin pensar que con el paso del tiempo quedarían completamente fagocitados por el imparable desarrollo urbanístico. Concebidos como pabellones industriales, fueron en su mayoría construidos por elementos prefabricados por su rapidez de ejecución y ajustado coste económico. Carteles de neón en sus anodinas fachadas anunciaban su presencia en la distancia. Para evitar dudas a los despistados conductores de las autovías cercanas, se dispusieron tótems publicitarios que parecían competir en altura con la torre Eiffel. En la actualidad , se han convertido en el aglomerante que une el norte con el sur y el este con el oeste, favoreciendo la colmatación del espacio urbano inicialmente disponible.
El potencial económico de estos oasis del consumo los convirtió en un éxito total a las afueras de cualquier ciudad de provincias de Francia, España u otros países de Europa o América. Monstruos inertes del desarrollo periurbano que todos conocemos y hemos visitado en numerosas ocasiones tanto en nuestro lugar de residencia como en las localidades que visitamos en vacaciones. Todas iguales, todas distintas. Reflejo de un modelo de vida: la felicidad efímera.
Podríamos decir que se trató del embrión del concepto “NO LUGAR”, un neologismo que introdujo el antropólogo francés Marc Augé (fallecido este año 2023). Su teoría se basa en la utilización del espacio por el ser humano sin crear vínculos con él, siendo normalmente lugares creados principalmente para el consumo. Son “espacios del anonimato”, donde nada sucede, salvo el acto de comprar. Sin embargo, en los últimos años la “generación z”, compuesta por nativos digitales, ha comenzado a utilizar estos zonas como lugar de encuentro, de socialización. Un nuevo uso que conllevará sin duda la humanización de estos espacios, favoreciendo el encuentro y la relación entre semejantes.
En Francia, como consecuencia de sus leyes de protección del suelo no urbano, se prevé la mutación de estos reductos periurbanos en barrios habitables. Desconozco si este planteamiento se llevará a cabo realizando un cambio de uso de esas áreas, derribando algunas de las horripilantes edificaciones o únicamente aprovechando los espacios intersticiales libres. La conocida como “Francia fea” (la France moche) del extrarradio tiene por delante el mayor reto desde que se construyó: ser humana. Con todo lo que ello conlleva: hábitats sostenibles, zonas verdes, viviendas luminosas, entornos agradables, bellos y en definitiva, espacios para la vida. Smart-cities para ser feliz con las pequeñas cosas del día a día.
Estoy completamente convencido de que es posible, de que es un proceso necesario y que de hecho ya ha comenzado. Basta con recordar algunas de las intervenciones que el estudio de arquitectura francés Lacaton&Vassal (premio Pritzker 2021) ha desarrollado en diversos bloques de viviendas de la banlieu de Burdeos o Paris.
En España también hay mucho trabajo por hacer; tejidos urbanos que coser. A veces eliminando barreras físicas como el trazado ferroviario. Otras, introduciendo la naturaleza en las áreas más duras. Haciendo más habitables los entornos urbanos y el interior de las viviendas. Escenarios para la vida. Marcos para el amor. En cualquier caso, buscando la sostenibilidad y un mínimo de calidad arquitectónica que, por supuesto, conlleva la tan ansiada belleza y, con ella, la auténtica felicidad.