13, Rue del Percebe. Este es el título asignado a una singular sección de un tebeo muy conocido en nuestro país. El historietista Francisco Ibáñez retrató a la sociedad española de los años 60 como una comunidad de vecinos, en la que a pesar de la censura pudo recoger divertidas situaciones que definen nuestra esencia más popular.
La convivencia en bloque de viviendas (65 % de la población, según algunas estadísticas oficiales) prevalece en España por encima de otras opciones mucho más minoritarias (sólo un 13,5 % reside en unifamiliares). Algo que incide directamente en la densidad de nuestro entorno urbano, y que se produce como consecuencia del éxodo rural que sufrió nuestro país en la segunda mitad del siglo XX, en las postrimerías de la dictadura que lastró la modernización de España. Un régimen que precisamente buscó dar cobijo a toda esa mano de obra de la forma más económica posible. Además, era una época en la que la clase obrera carecía de un objeto de lujo como era el coche. Aunque también debemos añadir a ese cocktail la predisposición de los españoles por socializar y estar cerca de nuestros vecinos, algo que no sucede en otras culturas más individualistas. De esa época surgieron barrios obreros atestados de bloques de viviendas que hoy día aún permanecen. Muy distinto de los estándares que se promulgaban en la Weissenhof de Stuttgart, por ejemplo, y que supusieron la creación de colonias de viviendas por todo Europa mucho más dignas de las que aquí se planificaban.
Este valor se encuentra muy por encima de la media europea, establecida en el 46 %. Una circunstancia que sobre todo se concentra en grandes ciudades como Madrid o Barcelona, donde además la alta densidad y ajustada superficie de sus viviendas deriva en una bulliciosa vida de sus calles. Aunque claro, el confinamiento y restricciones de movilidad que hemos soportado durante el estado de alarma hayan trastocado en mayor o menor medida esas preferencias de muchas de esas personas. En Europa (Bélgica, Francia, Alemania…) las restricciones han sido aún mayores, pero quizás su cultura les haya facilitado llevar las limitaciones con menos sacrificio que en nuestro país.
El tiempo que hemos permanecido forzosamente en nuestras casas nos han permitido disfrutar del espacio del que más orgullosos nos sentimos. Aunque siendo realistas, también hemos sido conscientes de las carencias de nuestros hogares, momento en el que nuestra mente volaba hacia los espacios abiertos donde deseábamos estar. Para jugar con nuestros hijos pequeños, hacer deporte o en general, poder levantar la vista hacia el horizonte. Por supuesto, surgían inevitablemente deseos de mejorar, ampliar o cambiar nuestro piso. Deseos que quedaban automáticamente supeditados a nuestro poder adquisitivo, en un momento de crisis económica en muchos sectores y una incertidumbre general que planea sobre la economía mundial.
La vivienda es el espejo es una forma de vivir. Nuestra casa nos define. Como nuestro estilo de vestir pero a lo bestia. Y uno puede vestir elegante con ropa de una popular franquicia, simplemente eligiendo y combinado bien, frente a otra persona que adquiere prendas carísimas de marca pero con muy poco gusto. El dinero evidentemente es importante para poder optar a forma de vida “singulares”; pero no siempre es así. La deslocalización permite acceder a precios mucho más asequibles, con la única (a veces impensable) desventaja de alejarnos de la multitud. Con todo lo que conlleva (puesto de trabajo, centro educativo de nuestros hijos, actividades culturales, deportivas, compras, etc). ¿Demasiado sacrificio, no? Bueno, todo es relativo. Y las unidades familiares actuales cubren un espectro infinito nunca antes visto. Por ello, en esta era post-pandemia en la que por fin volvemos a recuperar gran parte de nuestra libertad perdida, es momento de recapacitar acerca del modelo de vida que deseamos a medio y largo plazo. Aunque luego las circunstancias cambien y tengamos que volver a empezar. Pero creo que tenemos una gran oportunidad para replantearnos muchos aspectos de nuestro futuro relacionados con la movilidad, sostenibilidad, características de nuestra vivienda, hábitos de consumo, etc.
En Francia (un país que amo) el modelo residencial difiere mucho del nuestro. No hay más que visitar cualquier núcleo urbano de tamaño medio. La sucesión de volúmenes construidos de baja altura se suceden de un municipio a otro, intercalándose entre ellos locales comerciales en planta baja y centros comerciales de mayores dimensiones de forma intermitente. Allí, solo un tercio de la población vive “amontonado” en una colmena vertical. La mitad que en nuestro país. Y no considero que su calidad de vida sea peor; al contrario. Estoy seguro de que una inmensa mayoría de franceses ha podido sobrellevar el confinamiento de una forma mucho más satisfactoria precisamente por su modelo de vida. Este modelo opuesto a las viviendas en bloque también existe en Reino Unido, Holanda, Bélgica o Noruega. El máximo exponente lo ostenta Irlanda, donde únicamente reside en bloques residenciales el 8% de su población. La inmensa mayoría habita viviendas unifamiliares y tiene perfectamente asumido que debe desplazarse en su rutina diaria. No hay problema.
Las viviendas unifamiliares en España son un producto más bien escaso (y con ello su precio más elevado). Además, resulta más caro de construir que un piso porque habitualmente es más grande, conlleva gastos de urbanización y las instalaciones individuales suponen un gasto mayor. Sin embargo, debe indicarse que la repercusión del valor del suelo en cada “unidad” resultante es mucho menor que en el caso de los bloques de viviendas. Es decir, en las ciudades el suelo es mucho más caro que en una localidad rural, por lo que muchas veces puede resultar más cara una vivienda de 90 m2 en el centro de una ciudad que un unifamiliar de 180 m2 en una pequeña localidad del entorno. Por ello, no puede afirmarse que un tipo de vivienda es más cara que otra o viceversa, ya que existen múltiples factores que determinan el precio final.
Cada persona, pareja y familia es diferente, y su forma de vivir también. Y en ese sentido, abogo por la exploración de soluciones intermedias, algo que, aunque parezca mentira, es un campo poco explorado. Y lo digo porque el uso residencial y las diferentes tipologías que se han planteado a lo largo del último siglo parten en su mayoría de unas premisas idénticas que deben ser relegadas. Las 5 “Unité d´habitation” que Le Corbusier edificó en Francia y Alemania pueden ser un punto de partida para esas soluciones intermedias entre la vivienda en bloque tradicional y el unifamiliar.
Os recomiendo leer algunos de los post que escribí en 2020 acerca de las características de las viviendas del futuro. Y por supuesto, os invito a contar conmigo para rediseñar el espacio que deseáis habitar. El modelo compacto de ciudad ha sido considerado tradicionalmente por los arquitectos urbanistas como una forma de menor impacto medioambiental. Pero en la actualidad, con el teletrabajo, los medios de transporte sostenibles y las fuentes de energía renovables ese mantra quizás no se pueda afirmar con tanta rotundidad. De hecho, ya he manifestado recientemente en otro post que la huella de las ciudades es mucho más destructiva sobre el medio ambiente que las huellas integradas en la naturaleza del mismo número de viviendas.
Porque no todo es blanco o negro, sino que depende de la luz con la que se ilumine. Por un mundo verdaderamente más sostenible, sin greenwashing ni maquillajes artificiales. Piensa y elige.