Brillos metálicos despuntan al amanecer. Una tímida luz comienza a asomarse por la ventana infinita que recorre mi original dormitorio. Amanece un nuevo día. Pequeños roces acompañan a una cercana voz en mi despertar. Poco a poco, mis pensamientos fluyen como destellos en la oscuridad. Me siento afortunado: es hora de seguir soñando.