Nacemos. Vivimos. Morimos. Nuestro paso por la Tierra es un destello fugaz apenas imperceptible a tan solos unos millones de años luz. En la distancia, solo distinguimos nebulosas. Las líneas se diluyen, y las figuras adoptan cualquier forma indefinida. Las letras, los números, los dibujos se mezclan con sus reflejos y por momentos parecen cobrar sentido. Y así, donde antes existía una figura sin sentido de repente podemos leer un número.
Formas que acompañan a los vecinos que atraviesan el espacio que he proyectado, cubiertos por el manto de incertidumbre que conforma la principal norma de las reglas del juego de la vida. La irreversibilidad del tiempo es la característica según la cual la dirección en que éste fluye es la que anticipa un futuro ya conocido. Un patrón sobre el que es lógico proyectar al basar un nuevo diseño en experiencias ya conocidas. En definitiva, mezclar los elementos según tu propia personalidad para decir quién eres sin perjudicar el normal funcionamiento de dichos espacios.
Este proyecto vuelve a recoger mi esencia arquitectónica mostrando el movimiento detenido en el tiempo que me caracteriza. Una característica que habla de los más importante que posee el ser humano y, aunque no lo creamos, comparte con la arquitectura: la vida.