Dos invasiones, un aniversario y cero aprendizaje. Hoy se cumplen dos años desde que el presidente ruso ordenara invadir Ucrania: 24 de febrero de 2022 “Crimea fue solo el precalentamiento antes del partido”, debió pensar. Las consecuencias, todos/as las conocéis.
En otro lugar no muy lejano (la distancia, como todo en la vida, es relativo) faltan horas, quizás días, quizás semanas…para la invasión terrestre de Rafah, al sur de Gaza, la única ciudad que hasta el momento era el único reducto de vida segura para los aterrados e indefensos gazatíes frente al ejército israelí.
En este contexto tan “alentador”, recibimos otra desesperanzadora noticia: el fallecimiento del opositor ruso Alexéi Navalni en gélidas tierras e ignotas circunstancias. Un mensaje a navegantes para cualquier otro opositor que se plantee erigirse contra el líder supremo Vladimir Putin. Pero también para todas las democracias del mundo, ya que esta tragedia se hizo pública de forma coetánea con el inicio de La Conferencia de Seguridad de Múnich (Alemania). El miedo es un virus que se propaga de forma veloz.
Un giro de tuerca más que pone en peligro las libertades que poseo en mi país frente a regímenes autoritarios que amenazan con arrebatármelas: Rusia, Irán, Corea del Norte y la ambigua China. Los intereses cruzados (principalmente económicos) enredan una maraña de relaciones diplomáticas poco transparente. Las guerras desestabilizan el orden mundial, pero siempre hay alguien que se lucra salvajemente en esa indeseable coyuntura. Un momento convulso donde debe prevalecer la unidad de la verdad frente al poder de la mentira. Proteger a los ciudadanos de clase media y baja, que son mayoría y además siempre los más débiles.
Por eso es muy importante la unidad de los estados miembros de la Unión Europea. Se puede discrepar sobre diferentes cuestiones, pero es insultante que los veintisiete no puedan alcanzar acuerdos razonables en políticas de migración, condena a Israel por su genocidio, defensa de derechos sociales o incluso la definición del delito de violación en la primera gran ley europea contra la violencia machista.
Y por eso también es fundamental que no se extradite al activista australiano Julian Assange (fundador de Wikileaks), cuya vida se convirtió en una pesadilla hace once años por arrojar luz en este mundo de tinieblas que se cierne sobre nosotros. La condena feroz que se cierne sobre su figura en caso de pisar EEUU supondría un indeseable precedente para el periodismo de investigación y la libertad de prensa a nivel mundial. Desde mi punto de vista, es el homólogo de Navalni en Occidente ya que ambos se han atrevido a alzar una voz discrepante con vocación de interés público frente a la verdad impuesta, fabricada y envasada en un siniestro despacho. En un artículo reciente la escritora Clara Díez resumió perfectamente esta paradoja:” Pertenecemos a una cultura que se enorgullece de las libertades conquistadas, a la par que anula y condena las voces que difieren de una visión previamente pactada de la realidad”.
Es evidente que el mundo está en plena ebullición. Y no solo por las altas temperaturas que el cambio climático nos está imponiendo, sino por el clima convulso que desertiza los otrora fértiles campos del entendimiento. Mirar hacia otro lado no es una opción. La falta de empatía es otra cara de la crueldad. El odio mata. Directa e indirectamente, puesto que el creciente gasto en armamento podría destinarse a mejorar la vida de millones de personas.
Y en esta visión panorámica de la actualidad, voy a dar un salto para contaros la génesis de este post.
Hace unos días visité una de las mayores ciudades de nuestro país, bañada por el precioso y a la vez asesino mar Mediterráneo. La primera sensación que tuve al pisar el inerte pavimento fue paradójicamente el silencio. Era sábado a mediodía y la urbe apenas había comenzado a latir. O al menos eso es lo que pensé yo. Pocos pasos después descubrí el violento rugido de una manada de vehículos que avanzaban en tropelía por una jungla de tres más tres interminables carriles. Un muro invisible construido cada seis manzanas para garantizar la circulación de esas indómitas máquinas de transporte en las que mayoritariamente viaja una única persona en su interior.
Pero si algo me llamó la atención en las calles secundarias fue la onnipresencia y única presencia de los repartidores de Glovo (y homólogos). Seguramente yo, que vengo de una ciudad mucho más pequeña (Vitoria-Gasteiz) y con unas costumbres mucho más anquilosadas (jamás he pedido nada mediante el servicio de reparto a domicilio) os pueda recordar a Paco Martínez Soria en una de sus célebres películas al llegar su personaje (un cateto) a la capital de España por primera vez. Nada más lejos de la realidad.
Pero sí afirmaré que la sensibilidad con la que mis ojos perciben el mundo me permiten realizar la siguiente afirmación: el exacerbado desarrollo de todas esas plataformas de delivery no son más que un reflejo de la sociedad actual: consumista, egoísta e inhumana. ¿A quién le importa que Hind Rajab , una niña gazatí muera en un coche, esperando durante horas la llegada de una ambulancia para rescatarla, mientras llora desesperada con apenas cinco años entre cuerpos sangrientos de familiares que viajaban en el mismo vehículo? A nadie. Ni siquiera a los soldados israelíes que provocaron la matanza y permanecieron en la zona durante días impidiendo de forma inhumana la llegada de ayuda humanitaria. Sin comentarios.
Las grandes ciudades de todo el mundo (ricas y pobres) deben humanizarse, eso es un hecho. Aprender de las poblaciones más pequeñas. Supuestamente hay una intención para hacerlo. Pero es que no solo deben transformarse los espacios: también las personas. Su comportamiento. Y eso es algo mucho más complicado. Incluso más que revertir el cambio climático.
Porque cuando mis piernas comenzaron a cruzar pasos de cebra (en mitad de esa salvaje jungla de la que antes os hablé) y mis curiosos ojos emprendieron la ruta del descubrimiento se abrió ante mí un panorama desolador: verjas metálicas que salpican el paisaje urbano en aras de delimitar con mayor contundencia la propiedad privada, carteles anónimos exigiendo un mayor civismo ante la conducta de muchos canes, amenazas explícitas frente a actitudes insolentes de diferente índole y una sensación general de ausencia total de respeto por el prójimo.
Un reflejo urbano convexo. En esta ocasión, de la situación geopolítica a nivel internacional, donde asistimos diariamente a la muerte de miles de inocentes en defensa de una territorialidad inexistente. Porque la tierra no nos pertenece. Lo he dicho decenas de veces. Nuestros históricos delirios de conquista han chocado sistemáticamente con la fragilidad de la acotada vida humana y por si fuera poco, los errores no nos han enseñado nada. Seguimos caminando por un sendero al borde del precipio.
En la actualidad, las ciudades se han convertido en cárceles de barrotes invisibles. Espacios de consumo desaforado e irracional para mantener el sistema económico que aniquilará el planeta mediante la sobreexplotación de los recursos naturales. Por no hablar de los fabricantes de muchos productos de alimentación, que amparados por un marco legal deficiente o directamente inexistente, dispensan una comida con altos niveles de azúcares y de sales que perjudican enormemente nuestra salud. Potenciadores de sabores que pretenden engancharnos a ciertos productos, en una especie de dependencia alimentaria de dudosa intención.
Mientras tanto, los principales bancos del país continúan sus obscenas ganancias a costa de los más vulnerables, mientras se quejan del impuesto a la banca e intentan engañar a la población con anuncios descafeinados en los que muestran su lado más humano en la ayuda de los sectores más vulnerables. ¡Y una mierda! ¡Pero si acaban de desahuciar a una anciana en Barcelona por una deuda de 88 euros! ¿Cuánto tarda en ganar esa cantidad uno de los miembros del Consejo Directivo de esos bancos? ¿Diez minutos? Por favor…En realidad la deuda es una excusa para el avance de la gentrificación. Una palabrota que en esencia refleja el poder del dinero para comprar todo lo que se propone. Una ambición sin límites que se retroalimenta a través de los turistas que se alojan en Airbnb, desayunan en Starbucks y comen paella en primera línea de playa.
La palabra del año 2023 en España fue “polarización”. Un sustantivo que se hace referencia al creciente distanciamiento entre la opinión de las personas que comparten un mismo entorno y que desemboca en la desigualdad social. Porque desde mi punto de vista también es aplicable al tipo de vida que soportan vecinos de una misma ciudad. Sí, en este escenario las ciudades actuales provocan un apartheid social. Una segregación brutal entre dos tipos de persona: los que tienen dinero y los que no lo tienen. Los primeros no quieren perderlo y hacen lo que sea con total de mantener su status, su “vida premium”. Y los segundos quieren abandonar su status y hacen lo que sea por alcanzar su objetivo: vivir sin miserias. Compararnos con el prójimo resulta inevitable en la sociedad capitalista que nos rodea. Es el juego del gato y el ratón, porque en realidad las calles de las urbes se convierten en un crisol de seres humanos que luchan por vivir igual o mejor de lo que lo han hecho hasta ahora, motivo por el cual les importa poco o muy poco lo que les suceda a los demás.
Como en la selva, es la ley de la supervivencia. Y si a mi vecino le va mal, mejor. Más trozo de tarta me tocará a mí. Porque yo valgo mucho más que él, claro. Y todos esos negritos que llegan a La Restinga, el puerto de la isla de El Hierro, jugándose la vida (como ha llevado a la ficción Televisión Española en “La ley del mar”) deberían quedarse en su país, pensará más de uno. Aunque en realidad, quien lo piensa hará lo mismo si él estuviese en su lugar. Es increíble la falta de coherencia de algunas personas. Todos esos negritos no le importan a nadie en Europa. Sin embargo, escucho asombrado por televisión que miles de personas siguen en directo desde Bilbao la trayectoria del vuelo donde viaja otro “negrito” desde África, simplemente porque es un delantero que juega muy bien al fútbol y mete goles, algo que lo transforma milagrosamente en un ser único y valioso. ¿Pero no lo éramos todas las personas de la Tierra? Es evidente que no.
Confío en que todos los dictadores del planeta abandonen pronto su cargo. La alternancia no solo es recomendable, sino buena para la salud. Sobre todo en ese tipo de gobiernos autoritarios. Aunque desafortunadamente los lobbys de todos los sectores económicos no están sujetos a plebiscito. Una muy mala noticia para los ingenuos que creemos en la verdad y en la igualdad de oportunidades.
Por otro lado, la deliberada defensa de la idiosincrasia local que alimentan algunos irresponsables dirigentes favorece una intencionada diferenciación entre personas en base a su lugar de nacimiento. La diversidad enriquece, por supuesto, pero utilizarla como arma de confrontación resulta despreciable. Según múltiples estudios, la percepción de felicidad está directamente relacionada con un fuerte sentido de comunidad. El individualismo que invade el primer mundo nos aleja de dicho sentimiento. En un reciente artículo, la escritora Irene Vallejo trataba este tema y concluía su artículo con la frase: “Lo que nos hizo diferentes es no ser indiferentes a los demás”. Así que dejemos de escuchar las voces que nos hablan de “odio frente al prójimo”, y comencemos a construir ciudades con capacidad para todos/as. El ser humano posee la necesidad universal de pertenecer a un grupo”. Como dijo Tocqueville: “La gente teme más al aislamiento que al error.” Por eso, la solución es fácil: que la inclusión sea infinita y tenga solo una regla: la aceptación incondicional a excepción de todas las semillas del mal.
El ser humano es consciente de los múltiples grados de maldad de los que es capaz. Por ello se crearon las nomas democráticas y les leyes en cada estado. Para garantizar unas normas básicas de convivencia. La igualdad, como la paz, es una utopía. Pero considero que es necesario trabajar con intensidad y de forma colectiva en esa dirección. Para garantizar una convivencia con respeto.
Por todo ello, resulta imprescindible cambiar nuestra trayectoria. Una vida mejor es posible para todos/as, también para esos negritos que llegan a Europa desde cualquier país de África. Por eso es importante recordar a los políticos visibles que se deben mojar y configurar marcos legales que regulen el interesado negocio de los poderosos. Tax the rich. And control their behavior.
Mientras algunos diseñan las ciudades del futuro, otros determinan en la sombra el futuro de todos nosotros/as. Basta con mirar alrededor. En los último años, millones de personas se han visto forzadas a vivir bajo tierra. En bunkers, estaciones de metro, gélidos túneles o húmedos sótanos. Quizás, en un futuro próximo, caminar al aire libre bajo los rayos del sol sea un privilegio al alcance de un elenco de habitantes. Quizás, en ese mismo futuro, nuestro único contacto posible con el mundo exterior sea a través de las nuevas gafas de realidad virtual “Vision Pro” de Apple. Y quizás, en un futuro lejano, algún historiador señale 2024 y reconozca que, por aquel entonces, todavía la humanidad era feliz.