La vida es pura distracción. Para los más pequeños, las hipnotizantes pantallitas con acceso a internet suponen una alienación programada gracias a la ingente cantidad de vídeos de usar y tirar que se suceden alineados en un scroll infinito. Para los adultos, las obligaciones laborales y las preocupaciones personales ocupan su mente en un ineludible bucle llamado “rutina”, que es la encargada de aniquilar día a día su creatividad, sus sueños y sus pasiones. Por último, para muchas personas el desenfoque surge del exceso de información que vierten los medios de comunicación sobre nuestra saturado cerebro. Demasiadas malas noticias: negativas, crueles e inhumanas que nos hacen replantearnos el sentido de la vida. ¿Habremos comenzado ya la “Tercera Guerra Mundial”? Porque oir hablar de ese grupo nominal a mí me provoca simplemente pavor.
Intentando dejar a un lado la actualidad hoy quiero hablaros de la importancia de la estética urbana. Desde la planificación a gran escala hasta el detalle aparentemente más insignificante. Los núcleos que habitamos están compuestos por pequeñas piezas de lego (edificios) y todas juntas conforman el tablero donde se desarrolla ese precioso juego llamado “vida”. O al menos así debería ser para todas las personas del mundo.
Definir la identidad visual de un entorno es un tema muy complejo. Comienza con los “Master Plan” urbanísticos, se desarrolla con la construcción o rehabilitación de cada inmueble y finaliza con el uso que las personas hacen de esos espacios: la escala humana.
La construcción de cualquier edificio conlleva en sí mismo la alteración del entorno. Y las normativas en muchos casos son muy restrictivas, especialmente en zonas de valor histórico donde existen bienes de interés cultural (BIC). Las Leyes de suelo mencionan estos aspectos pero siempre queda un espacio para la subjetividad o incluso la modificación puntual de las normas urbanísticas si el interés político así lo requiere. De hecho, en múltiples ocasiones los edificios más emblemáticos que se erigen en emblema de una ciudad son los más rompedores con el entorno preexistente y en muchos casos, infringiendo numerosas leyes. Si no, que se lo digan a los promotores del Guggemheim de Bilbao.
En España existen múltiples casos que han sido judicializados como la Torre Pelli de Sevilla (que puso en riesgo el título de tres monumentos declarados como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO: catedral, Reales Alcázares y Archivo de Indias). La búsqueda de iconos no encuentra obstáculos porque el dinero lo puede (casi) todo. La primera línea de mar elegida para la Fundación Botin en Santander (Renzo Piano) y el Hotel W de Barcelona (Ricado Bofill,DEP) o la Fundación LVMH (Frank o. Gehry) “plantada” en medio del bosque “Bois de Boulogne” en Paris son solo algunos ejemplos.
El gusto de cada individuo es algo muy personal. El estilo que un edificio, objeto o persona posee puede que no encaje con el nuestro, pero es de justicia reconocer cuándo algo está bien pensado. Independientemente de que nos guste o no. En los últimos años la tendencia creciente en arquitectura es la rehabilitación, en detrimento de la obra nueva. Actuar sobre un edificio prexistente posee unos condicionantes que pueden resultar decisivos para el proyectista. Sobre todo cuando las necesidades actuales del edificio implican una serie de requerimientos técnicos y/o tecnológicos que no existían cuando el edificio fue construido.
Un edificio es una máquina para habitar (“machine à habiter”), tal y como la definió Le Corbusier. De esta forma, bajo su “carcasa” discurren todo tipo de canalizaciones, tuberías, piezas y mecanismos que garantizan el correcto funcionamiento del aparato. Un conglomerado de redes de fontanería, electricidad, calefacción, climatización, telefonía o saneamiento que habitualmente discurren ocultas, salvo excepciones puntuales como el Centro Pompidou de Paris (obra de Renzo Piano y Richard Rogers), que confiere a las instalaciones el protagonismo de la obra arquitectónica.
En el caso de las obras de rehabilitación, las dificultades preexistentes, la desidia del proyectista o la negligencia del constructor pueden suponer un resultado de dudosa calidad arquitectónica. Pero también sucede en obra nueva por falta de previsión o por la desafortunada intervención de algunos usuarios del edificio. Todos tenéis en la cabeza la imagen de antenas parabólicas individuales, unidades exteriores del sistema de climatización, acumuladores solares, placas fotovoltaicas, tapas de contadores eléctricos, extractores, sombreretes de chimeneas, buzones surrealistas, tendederos, etc. Un auténtico enjambre de artefactos que salpican la envolvente vertical y la cubierta de muchos edificios de nuestro entorno.
Es evidente que la legislación no llega a fijar todos los parámetros necesarios para evitar este tipo de detalles que pueden arruinar la estética del conjunto. Yo, que odio las encorsetadas ordenanzas urbanísticas, soy más partidario de que el proyectista se detenga un momento y plantee soluciones arquitectónicas integradoras, aunque el coste económico sea ligeramente superior. Os aseguro que las personas que conviven en el entorno lo agradecerán enormemente.
En concreto me refiero a proyectar cada edificio con una visión que abarque todo el esquema de instalaciones necesario en la actualidad y en un futuro próximo. Desde patinillos registrables, cajas de derivación, arquetas estratégicamente ubicadas, terrazas con celosías para permitir el tendido de la ropa sin alterar la estética de la fachada, etc. Odio las canaletas vistas. ¿Tanto cuesta hacer una roza? Por no hablar de rejillas que no forman parte del despiece de la fachada. Y no digamos de las bajantes de pluviales, con sus típicas cazoletas en su zona superior. ¿Por qué algunos arquitectos tienen miedo a que haya un problema con las bajantes de pluviales y no de las fecales? Las tuberías que transportan el agua de los inodoros se oculta de forma sistemática, es inconcebible que discurran vistas; pero las pluviales no. No existe un criterio técnico que lo justifique, porque existen muchas más probabilidades de que se produzcan obstrucciones en la red de fecales (agua sucia) que en la red de pluviales (agua limpia). Así que yo nunca pondré una bajante vista, porque para algo están los registros y/o arquetas. Y también hay trucos sencillos para hacer un buen diseño de la red de saneamiento: desde incluir un paragravillas en las cubiertas invertidas hasta conectar un sumidero de pluviales al inicio de la red de fecales (en una urbanización) para que los colectores enterrados se limpien periódicamente.
Las escaleras de acceso a cubierta son otro de los gadgets que alteran la imagen exterior de un edificio. También los molinos de viento y los acumuladores solares para el ACS. Aunque sin duda existe un indiscutible protagonista en este campo: la eclosión de la instalación de placas fotovoltaicas en los últimos años ha supuesto un daño irreparable en la estética de muchas viviendas. En cubiertas inclinadas quedan adosadas a uno de sus faldones y no hay muchas más opciones, pero en cubiertas planas es necesario que el murete perimetral posea altura suficiente. En caso contrario, las placas se verán desde el exterior debido al ángulo de inclinación que poseen para optimizar su rendimiento. Una visión que desvirtúa totalmente la composición de la fachada.
Pensar antes de actuar es un consejo que funciona muy bien en todos los ámbitos de la vida. También en arquitectura. Una disciplina que comparte con la fotografía muchos aspectos: la composición, la técnica y el estilo de su autor. Arquitectura anodina es aquella que pudiera haberla realizado cualquier arquitecto. Y como sucede en fotografía, la imagen debe ser especial, hablar del contexto y compensar los pesos, pero también tener la huella de quien la realiza, su visión personal del mundo.
Cuidemos el diseño para evitar que los “artefactos” que precisan los edificios no destruyan su estética. Porque la arquitectura de calidad es una arquitectura sin complementos superfluos. La diferencia está en los detalles.