Termina un nuevo año. Y comienza un año nuevo. 2023 se aleja en un difuso horizonte de recuerdos desordenados, en una mezcla entre nostalgia y alivio. Las circunstancias cambiantes que abrazan nuestra vertiginosa vida se detienen por un instante antes de lanzarse al vacío del inquietante futuro que nos ofrece 2024. Y da vértigo. Demasiados retos. Pero debemos hacerlo. Iniciar ese inquietante camino que siempre emprendemos con la esperanza como motor de impulsión y la experiencia personal como carrocería de autoprotección.
Soñar siempre fue una de las más bellas cualidades humanas. Aunque en la actualidad, la ilusión a largo plazo se ha transformado en el placer inmediato. Un deseo compulsivo que favorece al sistema capitalista. Caprichos consumistas que buscan el bienestar propio y siempre encuentran un “Yo me lo merezco”. Desde compras online a comidas basura a domicilio, pasando por la renovación de todo tipo de objetos del hogar y electrodomésticos mucho antes de que se haya agotado su vida útil. Un despilfarro energético innecesario que perjudica (y mucho) al planeta que habitamos. Debemos vivir el presente. Sí. Pero no de cualquier manera. Se ha perdido la capacidad de disfrutar de las cosas sencillas, baratas y comunes, a pesar de ser las más reconfortantes. Un paseo, un abrazo, comer bajo el sol, la sonrisa de quien te ama…Disfrutar sin consumir es posible. Pero claro, no resulta rentable. Por eso, tras la pandemia de la COVID-19 no paran de sucederse récords de ocupación hotelera y consumo en hostelería y comercios. A pesar de la inflación… ¡viva la fiesta!
Es evidente que estamos inmersos en una burbuja consumista, y tal y como sucedió con la burbuja inmobiliaria es cuestión de tiempo que explote. La burbuja, digo, no el mundo. Aunque todo es posible. Por fortuna, algunos disidentes escapan del mainstreaming. Como en la fábula de la cigarra y la hormiga. En el mundo actual la información es poder y cada uno de nosotros somos víctimas en potencia. Un sistema que no admite disidentes ni filtradores de datos como Julian Assange. No se puede luchar individualmente contra el status quo. Y menos en un escenario en el que la derecha y ultraderecha aumentan su presencia en los gobiernos de muchos países (el último, Javier Milei en Argentina). Lo afirma mi admirado Janis Varoufakis, fugaz ministro de economía griego en los tiempos de la mayor crisis financiera de Europa, Alexis Tsipras y la estéril cruzada contra los impasibles miembros de la Troika. Según él, el tecnofeudalismo es el modelo económico que dirige actualmente las finanzas a nivel mundial. Ahora entiendo el disfraz de centurión romano que eligió el pueril Elon Musk en Halloween de 2022.
La omnipresencia de la tecnología, hoy más que nunca debido a la reciente irrupción de la Inteligencia Artificial, parece inherente al desarrollo de la sociedad. Pero quizás este proceso aparentemente inexorable debe ser reconsiderado. Nuestro mundo está más globalizado que nunca, pero también más polarizado que nunca. Lo vemos a diario en el decadente comportamiento de muchos dirigentes políticos. Incluyendo la filtración del ladrido de un perro en los micrófonos del Parlamento Europeo tras la intervención de “Perro” Sánchez. ¿De verdad que esto es serio? ¿Estos dirigentes forman la tripulación del barco “Unión Europea”? Porque a veces dan ganas de desembarcar en el próximo puerto seguro. Ese que no tienen los miles de migrantes aterrorizados que se juegan la vida cruzando el Mediterráneo para poder tener una vida digna y sin miedo a respirar.
En el terreno medioambiental, el epítome del absurdo es la organización de la Cumbre Mundial de Acción por el Clima – COP 28 en Emiratos Árabes Unidos. Un insulto para la decencia medioambiental, sobre todo tras escuchar las lamentables declaraciones de Al Jaber, presidente de la COP28 días, días antes de que la Cumbre comenzara. Sus palabras fueron: “No existe ninguna ciencia, ni ningún escenario, que diga que la eliminación progresiva de los combustibles fósiles es lo que permitirá alcanzar los 1,5ºC” añadiendo que, en caso de hacerlo, volveríamos “a las cavernas”.
Afortunadamente (la desfachatez tiene un límite) las reacciones de medio mundo forzaron a Al Jaber a “matizar” sus declaraciones y afirmar que “respeto la ciencia, que ha guiado toda su vida”. En cualquier caso, la resolución final de esta cumbre resulta decepcionante, ya que deja en manos de cada país los plazos y medidas para erradicar la utilización de los combustibles fósiles.
El año que se va quedará marcado en la historia como un punto de inflexión en la sinrazón de la humanidad. La deriva de nuestros dirigentes es extremadamente alarmante. La pandemia de la COVID-19 dejó en papel mojado un infinito número de buenas intenciones.
Hay cosas que desgraciadamente no cambiarán en 2024. Por suerte otras sí. Como la posible integración de Ucrania en la Unión Europea. Aunque la necesidad más inminente sea la paz. En Ucrania, en Gaza y en todos los países en los que diariamente mueren inocentes por conflictos territoriales, étnicos, religiosos, ideológicos o de orientación sexual.
Aniquilar las ciudades del norte de Gaza y después repetirlo en el sur (supuestamente la zona de exclusión “segura”) es practicar un genocidio en “prime time” casi 100 años después del exterminio nazi. El 70 % de las viviendas de la franja han sido destruidas y más de 20.000 personas han sido asesinadas sin piedad, la mitad de ellos niños inocentes. Por ello el argumento de la legítima defensa no puede ser amparado por ningún ser humano que posea un mínimo de dignidad moral. El bloqueo de EEUU a la resolución de la ONU que forzara un alto el fuego inmediato es incomprensible, excepto que prevalezca la sinrazón que fija el lobby judío y el armamentístico.
Y mientras Gaza desaparece de la faz de la Tierra, miles de jóvenes ucranios y rusos pasarán las navidades en el interior de una trinchera congelada, lejos de su anterior vida familiar, estudiantil y laboral que tanto les costó construir. Y de la misma manera, decenas de absurdos conflictos se repiten por todo el mundo. Estériles caprichos de pueriles dirigentes que incomprensiblemente accedieron al poder y se perpetúan en el sillón de la muerte ante la pasividad de la adormecida población. Hemos completado casi un cuarto del siglo XXI, y en algunos aspectos podríamos decir que no hemos aprendido nada de la historia de la humanidad.
Las guerras son rentables, es evidente. En términos económicos. Para quienes las provocan, las alientan y las financian. Y en el fondo, la muerte de miles de personas inocentes es un daño colateral sin importancia.
El dinero sigue moviendo el mundo. Por eso los más poderosos (conservadores de derechas) niegan el cambio climático. Disponen de los recursos suficientes para ponerse a salvo si la cosa se pone fea (los búnkeres están que lo petan, “me los quitan de las manos, señora”), pero mientras tanto impiden que se imponga el sentido común. Reconocer la limitación de los recursos naturales obligaría a alterar sus todopoderosas máquinas de hacer dinero, y eso “no mola”. La Inteligencia Artificial es una herramienta más para que los gurús tecnológicos y un elenco de multimillonarios continúen ejerciendo el control sobre las clases medias. La historia se repite con todos los avances técnicos que supusieron una mejora en la agricultura, en la producción industrial o en el campo digital.
A las puertas de la navidad, paradigma del consumismo, la televisión, la radio, internet y los suplementos dominicales nos invitan a gastar, gastar y gastar. Elegir “no gastar” no es una opción. La rueda tiene que seguir moviéndose. Hasta que mueras o el planeta se convierta en inhabitable. No sabemos qué sucederá antes. Algunos expertos como el filósofo italiano Franco Berardi abogan por la deserción de la reproducción de la especie”. Una propuesta radical que implica eliminar del diccionario la palabra “abuelo” y que no comparto en absoluto. Entre otras cosas, porque la inversión de la pirámide de población sería insostenible y con ello, la permanencia de la vida humana sobre la tierra.
Para mí “arquitectura” y “vida” son sinónimos porque ambos son portadores de la misma cualidad: la posibilidad de cambio. La vida es lo más importante que posee el ser humano y la arquitectura es, entre otras cosas, la encargada de garantizar la permanencia del individuo sobre la Tierra. Pero en momentos tan críticos como el actual es inevitable preguntarse por el valor de la vida. La muerte de niños y civiles inocentes se ha convertido en una realidad inofensiva frente a nuestra selectiva conciencia. La distancia y nuestro frenético ritmo de vida nos han inmunizado frente al dolor ajeno. Somos egoístas. Y cómplices, seres despreciables, cuando ignoramos la muerte de otros semejantes. Y yo me niego a serlo.
La vida sin un hogar tampoco es vida. En 2023 la Real Academia Española ha incluido el término “sinhogarismo” como sinónimo de indigencia. Palabras horrorosas que no deberían tener cabida en ningún diccionario y mucho menos en ninguna vida.
Es evidente que los retos mundiales sobre inmigración, derechos humanos e igualdad deben ser una prioridad para garantizar la subsistencia de la humanidad. El cambio climático y los hábitos de consumo del primer mundo deben reconducirse gracias a una fuerte apuesta por el decrecimiento. Cuidar el planeta es muy importante, por supuesto. Pero para mí es secundario cuando se trata de salvar miles de vidas humanas. Ahora, en el presente. No en 2030 ni en 2100. Yo no puedo pensar en ciudades del futuro si ese futuro no contempla la inclusión de todas las personas.
Es fundamental valorar el esfuerzo personal, la constancia. A pesar de que no siempre triunfa el que más lo merece, sino el que mejor posicionado se encuentra. En cualquier caso, soy el primero que cree en luchar para cumplir tus propios sueños. Pero es necesario garantizar un mínimo de condiciones dignas para millones de personas que morirán sin tener ninguna oportunidad de prosperar. A veces, ni siquiera de permanecer con vida. Debemos remar juntos. Porque tal y como afirmó el historiador romano Cayo Salustio: ”La concordia hace crecer las pequeñas cosas. La discordia arruina las grandes.”
En un futuro próximo, el Banco Central Europeo prevé reducir los tipos de interés ante la moderación de precios. Pero lo que de verdad es necesario es la moderación del odio frente al diferente. La envidia. La mentira. Las trampas. La injusticia. Yo quiero felicitar a los que aman. Como el título de la película de Isabel Coixet, otra persona que admiro y que sistemáticamente ha sido odiada. Por esos, quiero felicitar también a las mujeres que luchan en un espacio hostil, a las personas honestas y en definitiva a todos los héroes anónimos que dedican su vida a su familia o personas necesitadas de su entorno.
Lo que nunca haré es felicitar a todas los seres que roban, engañan y odian. Porque su corazón y el mío no comparten el mismo latido.
2024 debe ser un terreno fértil en el sembrar amor. Posibilidad. Tiempo. Un horizonte de ilusión. Para soñar, esa preciosa cualidad de la que os hablaba al principio. Porque para ti, ¿cuál es el objetivo de la vida? ¿Ser feliz? Pues tu felicidad y la de los tuyos nunca podrá ser completa mientras haya junto a ti personas que sufren y mueren a cada segundo. La vida es injusta, sí. Y hay muchísimas cosas que no dependen de nosotros. Ausencias injustificadas de seres que amamos o enfermedades que sin permiso invaden nuestra existencia directa o indirectamente. La vida es a veces demasiado injusta como para que nosotros lo seamos también con nuestro entorno. Cuando vayas al supermercado, te cruces con un compañero en el vestuario de la fábrica o camines por la calle, mira alrededor. Despójate del lacerante abrigo del individualismo y pregúntate si puedes hacer algo por mejorar el mundo. ¡Feliz navidad!