casa 33

el proyecto de toda una vida…

2025 está siendo un año pésimo para la creatividad. Al menos en mi esfera arquitectónica. Es lo que tiene la rutina: que aniquila la voluntad interior para dejar volar la imaginación. En mi caso, la desconexión disruptiva con los telediarios y las redes sociales no han sido suficientes para humedecer el ignoto desierto de ideas áridas que atravieso. Soy consciente de que todo pasa. Es solo un oscuro tramo del firme camino por el que transito, tras el punto de inflexión que viví hace unos meses. Ahora, la ligereza de mi equipaje me permitirá recuperar la pasión por la arquitectura.

Las vacaciones estivales van a ser sin duda un gran impulso. Una desconexión del bombardeo de estímulos que nos atosigan a diario. Pronto disfrutaré de unos relajantes y bucólicos días en nuestra casa de piedra vernácula ubicada en el corazón de la Maragatería. Eternas jornadas rebosantes de quietud, en las que no hacer nada es hacer mucho: recuperarse. Una desconexión espacio-temporal de la realidad diaria que permite mirar tu vida desde un punto de vista sugerente. Con perspectiva. En un mundo que gira a gran velocidad (en realidad no es cierto, pero es la sensación que todos tenemos) tranquiliza saber que hay cosas que no cambian. Las cosas importantes. El valor de la vida. Así, sin más. Un concepto que este verano ha sido elegido por una marca de cerveza para sus anuncios televisivos.

La inmediatez del ahora, la muerte en directo servida en las sobremesas, el odio hacia el migrante, las fake-news, el avance de la IA y el consumismo desaforado son disparos que me han pillado protegido en mi búnker del amor incondicional. Son el opio del pueblo 2.0 que amenazan de muerte a la capacidad crítica de pensamiento y al desarrollo de ideas originales.

El “poder” ha conseguido vender la idea de que si curras de sol a sol y apenas llegas a fin de mes (imposible permitirte una semana de vacaciones al año) es por culpa de los que han llegado a tu país para empeorar tu situación. Personas que está peor que tú. Aunque la realidad es que para encontrar a los culpables no debes mirar hacia abajo, sino hacia arriba. Te lo han vendido muy bien.

El falso intento de magnicidio acontecido el 13 de julio en Pensilvania consiguió su objetivo: cambiar el curso de la historia. Un montaje que ha colocado a un mentiroso compulsivo en la cúspide del poder absurdo. Un analfabeto amargado de piel y cabello teñido en el que lo único auténtico es su desprecio por la vida. Un pueril autócrata que ha invadido el mundo con sus infames ocurrencias, su ignorancia estratosférica y su infelicidad absoluta. El ejemplo perfecto de persona que, cuando posee las necesidades básicas cubiertas, desea alcanzar otras cosas. Y luego otras más… Y así comienza un bucle que culmina en la insatisfacción crónica que ha destrozado la vida de millones de inocentes personas a lo largo y ancho del planeta.

En este contexto geopolítico es necesario repensar el papel del ser humano y su relación con el mundo. Su dominación de la naturaleza a través de la transformación arquitectónica ha inundado nuestro entorno de edificaciones espantosas, desfigurando la belleza de los paisajes de nuestras vidas. Un proceso que, a lo largo de los siglos, ha rodeado los núcleos urbanos de bellas poblaciones con abominables cinturones construidos. Casi siempre se repite la historia. Especialmente en España.

¿Y qué hemos aprendido en todo este tiempo? Muy poco.

A mí, siempre me ha interesado la relación entre el espacio y el tiempo. Necesitamos el segundo para abrazar el primero, pero de nada sirve todo el espacio del mundo para disponer de un solo instante. No podemos detener el tiempo. Es nuestro gran desconocido, como el cerebro. Lo máximo que podemos es adelantarnos a ciertos acontecimientos por la repetitividad de sus ciclos (eclipses, por ejemplo) o por las consecuencias que conlleva el inicio de un proceso (tirar una copa de cristal al suelo). Lástima que muchos de los dirigentes actuales no sean conscientes de que sus decisiones son repeticiones incomprensibles de un pasado errático.

¿Pero qué sucede con el espacio? Un bien que se ha convertido en escaso en las actuales viviendas. Una consecuencia de la inconcebible demanda que sufren algunos entornos hostiles (urbes, conurbaciones, megalópolis…) frente a la apatía de esas personas por otros lugares más saludables y proclives a la felicidad (entorno rural). Un concepto que en la actualidad se desdobla entre la vida real y la virtual, siendo este segundo almacén donde escondemos nuestros secretos más personales.

El espacio disponible, la riqueza mundial y la velocidad de nuestras vidas no han cambiado. Ha mutado nuestra percepción sobre ellas. En estos momentos, detenerse es importante. Y el espacio ayuda a pensar. A abstraerse. Para desconectar no hace falta subirse a un avión sin wifi o perderse por los Pirineos sin móvil. El espacio de reflexión puede ser tu propia casa. Ese refugio al que llegas todavía con ganas de hacer algo productivo (físico o mental), precisamente porque aún te quedan fuerzas para hacerlo. El gimnasio o la última serie de Netflix son narcóticos para desconectar de una realidad que no nos gusta. ¿Pero por qué no hacemos algo por cambiarla? No es sencillo, es cierto. Pero abstraernos sí. Llámalo desinformación o autoprotección. Pero si el sistema consumista colapsa, alguien tendrá que rendir cuentas y se producirá un cambio de estrategia.

Saber conjugar el espacio y el tiempo es tener la capacidad de disfrutar del momento que vivimos. Valorar la vida: la nuestra y las de todas las personas. Los únicos que sobran son los individuos con malas intenciones. Todos los demás, son bienvenidos. Y habitar espacios versátiles, acogedores y atemporales mejora la calidad de vida de las personas y ayuda a embellecer las ciudades.

Es importante recordar que los médicos y sanitarios en general poseen una vocación social: salvar vidas. Asesinarlos mientras ejercen su vocación (como está sucediendo en Gaza) es la mayor muestra de la deriva abominable que la sociedad actual ha elegido. Somos cómplices de un genocidio retransmitido en directo y del abandono de millones de personas ante la muerte (pateras en el Mediterráneo, desaparición de USAID, etc). ¿Y nosotros qué hacemos? Nada. Porque…¿qué sucedería en caso de una nueva pandemia mundial? ¿Dónde se refugiarían los millones de personas que nunca dispusieron de un hogar o los millones de personas que han visto cómo las aniquiladoras bombas las convertían en escombros?

De la misma forma que sucede con el personal hospitalario, los arquitectos tenemos una vocación social. Creamos espacios para las personas. “Escenarios para la vida”, como siempre repite la grandísima Carme Pinós. Y en el contexto actual no puedo dejar de pensar en las motivaciones que me llevaron a estudiar arquitectura. Con apenas 17 años, estaba lleno de ideales. Y lo valioso (yo diría casi milagroso) es que sigo teniéndolos intactos. Precisamente me duele con especial crueldad el tiempo convulso que nos ha tocado vivir. Afirmar que construir es lo contrario de destruir parece una obviedad, pero es necesario subrayarlo para no perder de vista el objetivo que nos guía.

Vivir más despacio y disfrutar de lo que nos rodea (seres queridos, naturaleza y arquitectura) es posible. Depender menos del dinero para sobrevivir es una auténtica revolución. Necesaria, siempre que vaya de acompañada de un comportamiento responsable y respetuoso. Confiar en la bondad del ser humano resulta ser un paradigma erróneo en muchos casos. Y aquí es donde comienza a desmoronarse el castillo de cartas que comenzábamos a construir. Y vuelta a empezar.

En este mundo caótico prefiero creer que existe un orden oculto que desconocemos, en el que la arquitectura juega un papel protagonista. Me baso en la sincronicidad, un término creado por el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung. Un concepto que alude a la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido pero de una manera no casual. Llámalo casualidad, azar, libre albedrío…Pero cada persona construye su futuro en base a cada una de sus decisiones.

Los espacios construidos son testigos mudos de nuestros momentos de felicidad y tristeza. Sobreviven a nosotros porque nace con voluntad de perdurar. Proyectar espacios de calidad es una obligación inherente a la profesión de arquitecto, aunque la dictadura que impone la burocracia y la repetitividad de tareas diaria es el mayor enemigo de esa maravillosa oportunidad que comienza con cada encargo.

Amar lo que haces es una gran suerte. “Creer” que ”crear” puede salvar personas en algunos casos y en muchos otros mejorar su vida, produce una satisfacción inefable.

Por eso, os confirmo que tengo una cita con la arquitectura, y no pienso llegar tarde.

¡Felices vacaciones!