casa 33

el proyecto de toda una vida…

Debo confesaros algo: desde el 1 de enero no he vuelto a ver un telediario. Quizás pueda parecer algo baladí, pero para mí no lo es. Desde hace años he utilizado los informativos televisivos como una de mis principales fuentes para estar conectado con la realidad. Siempre he tenido interiorizado que es necesario leer el presente para proyectar el futuro. Pero he visto que hay otras vías para seguir conectado. “El País”, por ejemplo. Y por eso, tras mucho meditarlo, corté de raíz esa venenosa planta que iba restándome creatividad, ilusión y vida. ¡Justo lo que soy yo!

A pesar de esa acertada catarsis me ha costado volver a escribir. Más de dos meses. El motivo: un exceso de trabajo y circunstancias personales que requerían mi concentración para eliminar una losa de hormigón que llevaba demasiado tiempo sobre mis hombros. La vida nos va llenando de pesos muertos, de sobrecargas de uso y hay que saber diferenciarlos para no morir en el intento.

Escribir es asumir retos, y uno no siempre está preparado para hacerlo. Es desnudarse ante un espejo y atravesar el tiempo a través de la memoria. Es desplegar una cinta de balizar entre cuatro estacas y comenzar una prospección arqueológica en tu interior hasta descubrir, entre estratos de recuerdos, palabras que nunca fueron pronunciadas. Supone creer en uno mismo y en todos los conocimientos adquiridos, a la vez que te sientes inmerso en un océano infinito de dudas. Es un diálogo unipersonal que va estableciendo relaciones inesperadas y permite vislumbrar un relato oculto en las capas del pasado. En mi caso, siempre impregnado por la arquitectura, inesperadas creaciones que invaden mi cabeza sin yo haber autorizado el comienzo de esos procesos creativos. Me gustaría que éste fuera el ultimo post en el que la realidad tiene más peso que mi pasión, lo voy a intentar, pero soy un arquitecto sensible y no puedo esquivar los impactos de realidad.

En este momento, en el primer mundo vivimos en una involución de los avances sociales conseguidos en el último siglo. Un hecho que no se produce para parecernos al tercer mundo, no. Los nuevos dirigentes son tontos, pero no estúpidos. Todo se dirige en una dirección: la concentración del poder y el dinero en mano de unos pocos. Plutocracia, tecnócratas, deportaciones masivas, mundo hostil, neo-imperialismo, guerra, invasión, genocidio, muerte, ultraderecha, migración, odio, rearme europeo, paraguas atómico, ofensiva nuclear… son términos que se cuelan permanentemente en las páginas de los periódicos. Y lo que queda. El imparable incremento del gasto en defensa va a suponer de facto una pérdida de prestaciones sociales. Vienen tiempos difíciles, y hay que apretarse el cinturón. Pero el huracán amainará.

Navegamos a la deriva. El mundo no va a caer por ningún precipicio. No se produjo con la crisis mundial de la COVID-19 y tampoco lo hará ahora. Todas las crisis son oportunidades, como dicen los chinos, aunque ahora hasta su gobierno declare estar “asustado” por las permanentes ocurrencias excluyentes y conflictivas del butanero (de color anaranjado) que incendia el planeta  y pernocta temporalmente en la Casa Blanca. Sí, no debemos olvidar que todo en la vida pasa. Lo bueno y lo malo. También Putin, Netanyahu, Musk y ese ser que acabo de mencionar (indirectamente) y que comparte nombre y color con el pico del pato de dibujos animados más famoso del mundo. No hay progreso sin cambio. Si no, que se lo pregunten a la mariposa. Por eso, es momento de avanzar en la dirección adecuada. Poco a poco, con sutileza, una cualidad que alberga una perspicaz muestra de inteligencia. Pero con decisión. En ello está la Unión Europea. Veremos qué sucede en los próximos meses.

Por el contrario, los poderosos desean que la situación actual se revierta y la inmensa mayoría de la población pierda los ”privilegios” alcanzados. La normalidad se añora en cuanto se pierde.  Pero no tenemos que llegar a hacerlo. El mundo global no es la única opción, por mucho que intenten convencernos de que eso es el progreso. Sobre todo cuando supone la explotación de una mayoría silenciosa. Una persona con ingresos limitados tiene poca capacidad de elección. Se pasa toda su vida luchando para obtener los recursos que le permitan subsistir. Es la ley de la supervivencia 2.0. Llegar a casa tan cansado que no puedas ni leer, ni pensar, ni elegir. Ya lo hacen otros por nosotros. Sí. Es el escenario perfecto para sufrir el adoctrinamiento de las plataformas de streaming. Personas-marioneta con un menor acceso a la cultura, al ascensor social, y en definitiva a plantar cara a los de arriba. Soñar es lo único que se les permite. Ilusiones oníricas que (casi) nunca se convertirán en realidad.

Y guiados por el camino de la rutina, el mayor enemigo de la ilusión, dejamos que el mundo consumista que nos rodea moldee nuestras decisiones y extinga  nuestro espíritu crítico.  En 2025, asistimos a un aparheid social como el vivido en el siglo XX en Sudáfrica. Los dirigentes narcisistas, pueriles y malcriados que han puesto a Europa en su menú del día no son más que unos amargados. Infelices. Me dan pena. El problema es que alguien los votó, como a Hitler, y les confirió un poder que nunca debieron tener. Si la culpabilidad es individual, la responsabilidad es colectiva. La historia es una constante reescritura del ayer, pero deberíamos aprender de nuestros errores del pasado. No entiendo nada.

Pero a pesar de las desalentadoras circunstancias, no debemos olvidar que somos capacidad de acción. Eso sí, dentro de un recipiente con fecha de caducidad. Por eso, mientras estemos vivos podemos y debemos movernos. No somos árboles. El movimiento provoca dolor pero resulta imprescindible para avanzar. La razón del corazón está de nuestro lado. Somos “humanos” desde que nuestra especie mostró compasión por nuestros congéneres. ¿Dónde quedó eso?

Puede que la vida no siempre sea como desearíamos y la aceptación es una consagración de la madurez. Pero eso es una cosa y otra la resignación. Rebelarse dentro de las reglas de juego es subversivo pero dinamizador. Y permite acercarnos hacia nuestro destino. Tu intención define el rumbo y tu actitud, tu forma de navegar. A veces hemos tenido el viento a favor y no lo hemos sabido valorar. Ahora toca avanzar entre aguas convulsas de absoluta incertidumbre. Por momentos incluso sentiremos que surcamos el agua a la deriva. Yo mismo a veces no puedo creer lo que sucede en el mundo. Pero nada ni nadie debe hacernos dudar.

Yo, en este escenario me aferro con fuerza a mi pasión por la arquitectura.  Es mi valioso salvavidas para sobrevivir a la demencial tormenta que nos envuelve irremisiblemente. Las personas necesitamos creer en algo. Y si la realidad es un obstáculo, mejor dejarlo a un lado. Yo lo tengo claro. Somos la consecuencia de nuestras decisiones. Individual y colectivamente. Al éxito no le importa tu edad, y yo estoy ya en una en la que he dejado de cumplir años y quiero empezar a cumplir sueños. ¿Y tú? Nadie puede detener un torrente de agua. Es incontrolable. La ilusión mueve montañas. Como el amor. Así que es momento de ponerse a trabajar. ¿Tan difícil es de ver?

No se puede vivir con miedo. Y no me refiero al nuestro, sino al de todas esas personas que han perdido a sus hijos, a su marido, a sus padres y su casa: ¡todo! Y que cada noche tienen miedo cada vez que un misil sobrevuela su cabeza. Por eso, mientras algunas personas hablan de “ciudades del futuro” yo prefiero centrarme en las “ciudades del presente”. En mantener lo que tenemos y hacerlas perdurar como un bien único.

Creo en la arquitectura real que mejora la vida de las personas. Con calidad, capacidad de emocionar y voluntad de perdurar. La búsqueda ciega de la belleza sublime (como hace denodadamente Alberto Campo Baeza) es loable, pero absurda. Me interesa la arquitectura porque es donde voy a pasar el resto de mi vida (parafraseando al excéntrico director Woody Allen). Pero construir es un proceso lento y costoso. No deseo que venga un ignorante y destruya toda esa ilusión en un instante, como haría un abusón a un niño indefenso pisoteando su castillo de arena en la playa. Si alguno se lo pasa bien destruyendo sus propios megacohetes sobre el Golfo de México (no de “América”) muy bien, pero que dejen Ucrania y Gaza como estaban. Si es que pueden. ¿No son tan poderosos? Que lo demuestren. Destruir no es símbolo de poder, ya lo dije, sino todo lo contrario. Eso lo puede hacer cualquiera. Pero construir y reconstruir no está al alcance de esos cobardes. Y por cierto: que alguien le diga al engreído de Musk que recoja su puñetera basura espacial. En su casa tendrá servicio doméstico para esos menesteres, pero el mundo no es su casa. Es la de todos, y tener mucho dinero no le da permiso para hacer lo que le dé la gana. Así de claro.

En fin, es hora de bajar el nivel de ruido. En mi caso porque tengo la inconmensurable suerte de escribir esto un domingo por la tarde desde Alkmaar. Una preciosa ciudad de País Bajos que he visitado por primera vez. Como Groningen. Ejemplos de ciudad. Sin ningún calificativo más. Ejemplos de ciudad. Mi modelo ideal. Frente a la ciudad compacta que algunos defienden y que no supone más que una fuerte herida en el medio ambiente. Porque la convivencia siempre es la solución. Entre arquitectura y naturaleza. Y entre personas tolerantes de todo tipo. Somos diferentes, pero bailamos bajo la misma lluvia. Los únicos que sobran son los seres malvados, insolidarios y crueles. Occidente. Accidente. Solo cambia una letra. ¿De qué lado estás tú?

Pide un deseo. Estoy seguro de que mañana será más fácil. El algoritmo mató la casualidad, pero no consiguió vencer a la fuerza del destino. Desde aquí, yo, te invito a creer en lo extraordinario. En los pequeños gestos que cada día hacen que tu vida y la de los que te rodean sea un poquito mejor. Y quiero despedirme con una frase de mi admirada directora Isabel Coixet, que en un artículo titulado “Levantarse o caer” escribió lo siguiente: “Los planes, los proyectos, las aspiraciones y las ilusiones nos ayudan a vivir porque nos dan una idea del porvenir en el que necesitamos creer para seguir adelante”.

Creer. Crear.

Dedicado a todos los que sufren injusticias. Yo estoy con vosotr@s.