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el proyecto de toda una vida…

Nos encontramos en plena vorágine navideña. Un tiempo de “excesos”  marcado en el calendario de los compromisos familiares y sociales para compartir alrededor de una mesa las experiencias vividas a lo largo de los últimos meses. Embriagados por el momento de luces, consumismo y alegría, somos burbujas efervescentes con aroma a fiesta, derroche y cava. Encuentros que rebosan felicidad, empatía y buenas intenciones. Un cóctel muy recomendable…para cualquier día del año. No solo en estos días.

Nos gusta mantener las tradiciones porque nos mantienen conectados con nuestros antepasados. Nos da miedo perder la identidad, como si nuestra existencia dependiese del pasado, en lugar del futuro. Aunque la sociedad evolucione y muchas costumbres ancestrales estén hoy anquilosadas. Como enviar postales navideñas por correo postal, escritas a mano y con originales motivos o escuchar villancicos en el tocadiscos de vinilos a 45 rpm. De hecho, la Navidad ha perdido para la mayoría de los ciudadanos su carácter religioso, como la Semana Santa, al sucumbir bajo el hedonismo extremo. Las redes sociales muestran el retroceso que hemos sufrido en la escala de valores. Tik-Tok o Instagram se han especializado en transformar lo más insignificante (merendar una cookie en un sitio cuqui) o haber nacido guapo o guapa y saber dar tres pasos hacia delante y tres pasos hacia atrás.

Durante estos días, la sociedad enloquece aún más en su delirio consumista. La euforia derrochadora aumenta cada año. ¿Quién recuerda la pandemia de la Covid-19? Nadie. Solo importa el ahora, la inmediatez. En la adquisición de ropa, objetos o relaciones. El mañana no existe. En navidades ningún medio de telecomunicación habla del “decrecimiento” como única forma de garantizar la salud de nuestro planeta. ¡A ver quién es el guapo que se atreve a chafarle la fiesta a millones de personas! El dinero mueve el mundo y estos días solo hay tiempo para hacer caja. Y lo de hacer balance del año, bueno, pasando de puntillas. Ahora toca pensar en “ahora”. Y lo demás, ya se verá.

Aunque en esta época, también, cada vez existen más personas que no se sienten con fuerzas de celebrar nada. Recordamos a los que ya no están porque perdieron la vida de forma prematura o inoculados por el virus de un injustificado rencor tomaron el camino del distanciamiento. Buenas personas que se fueron sin hacer ruido. Los golpes de la vida a vez son muy duros y siempre, siempre injustos. La vida no es siempre como uno desea, más bien al contrario. Pero hay que ser fuerte y no sucumbir a los pensamientos negativos. Cada suicidio es un imperdonable fallo de nuestra sociedad y jamás deberíamos aceptarlos como algo normal. Igual que con la violencia de género.

Precisamente porque son días de introspección, de poner nuestra vida bajo la lupa del paso del tiempo. Un maestro implacable que año tras año muestra sus letales efectos en la movilidad y desarrollo cognitivo de los más mayores. Señales inequívocas de nuestra fugaz existencia. Y aunque sepamos que algún día aparecerán, nunca estamos preparados para ello.

Existen otros síntomas derivados del paso del tiempo que en muchas ocasiones guardamos recelosos de las miradas ajenas: nuestros sentimientos y actos más profundos. Es la contradicción del ser humano: esconder lo auténtico y visibilizar lo artificioso. Y en ese momento, especialmente al concluir un año, miramos hacia nuestro interior y en muchas ocasiones no nos gusta lo que vemos. Primer paso para que se produzca un cambio, que sea sólido y sostenido en el tiempo. Pero siempre en positivo. Y sin compararnos con nadie, porque es un error, especialmente en esta era de realidades engañosas, filtros y operaciones de estética.

Hoy quiero afirmar que para mí, la situación actual de la humanidad no es muy ilusionante. Fundamentalmente porque no se defiende lo más importante que tenemos: la vida. Miles de personas mueren a diario en el mundo repartidos en diferentes conflictos bélicos o intentando llegar a las costas europeas. Canarias está saturada por miles de migrantes que se han visto obligados a huir de un infierno arriesgando lo más valioso que poseen: su propia vida.

Por otro lado, la limpieza étnica que está llevando a cabo Israel es absolutamente abominable, y sin embargo nadie se atreve a levantar la voz. Estos días,Netanyahu se recupera de una operación de próstata bajo tierra, ultra-protegido por el Mossad, y uno se pregunta si esa es la vida que Jesús, el hijo de Dios, marcó para sus discípulos. En cualquier caso, es evidente que el lobby judío posee un poder inconmensurable y la llegada de Donald Trump no ayudará precisamente a mejorar las cosas. Tampoco en lo que se refiere a la guerra comercial, puesto que amenaza con coaccionar a Europa para que compre su gas natural a cambio de no aumentar los aranceles comerciales. El nuevo presidente estadounidense es un mentiroso compulsivo que llegará por segunda ocasión a la Casa Blanca acompañado de un nuevo amigo del alma (no electo),cuyo único mérito es haber heredado una ingente fortuna: Elon Musk. Un tipo que de tonto no tiene un pelo, a juzgar por el enriquecimiento exponencial que ha obtenido en el último año derivado de la revalorización de sus acciones como consecuencia del apoyo al inclasificable Donald. Con personajes así al frente de la mayor potencia mundial, uno se pregunta dónde están todas las personas inteligentes, responsables y sensatas del planeta. Por desgracia, muy pocas en política.

La caída del régimen de Basar Al-Asad es sin duda una buena noticia, pero no existe consuelo para los familiares y amigos de las más de 150.000 víctimas que han perdido la vida en Siria bajo su mandato de terror. Tampoco para los miles de jóvenes ucranianos, rusos y norcoreamos que este año no celebrarán la navidad en casa, y cuyas familias no volverán a tenerlos en casa nunca más.

Aniquilar vidas humanas de forma tan frívola me resulta espeluznante. Pero además, destruir miles de hogares en decenas de conflictos armados es una auténtica salvajada. Todos esas viviendas, colegios, parques y calles deberán ser reconstruidos con el consiguiente coste humano y económico. Sí, porque la guerra al final es un negocio. Y las muertes de civiles y soldados, un efecto colateral. Pero es que el creciente gasto en armamento al que se ha visto abocado la Unión Europea y la OTAN reduce el presupuesto de otros departamentos. En consecuencia, se niega a miles de personas la posibilidad de tener una vida digna, de poder acceder a alimentos de primera necesidad, de poder calentar su hogar, de poder acceder a un tratamiento médico, a la formación para las personas de menos recursos o a la protección de colectivos marginales. Y al final, todas esas pérdidas no sirven para nada. Porque todo sigue igual. Bueno, muchísimo peor. Pero muy pocos se atreven a denunciarlo.

Matar es inaceptable. Y todos los ciudadanos somos demasiado permisivos con unos dirigentes políticos que no merecen ocupar el cargo que ostentan. En demasiadas ocasiones los políticos actúan impunemente como magos de la dialéctica desviando el foco de atención para transformar la realidad a su conveniencia. Y por si fuera poco, la corrupción afecta a todas las esferas de poder y se evidencia que existe muy poca voluntad de solucionar los problemas importantes para la ciudadanía.

La absolución de Mateo Salvini por denegar el desembarco del Open Arms cuando era ministro de Interior de Italia son precisamente el mensaje equivocado. Tampoco lo es la utilización de las víctimas como forma de hacer política contra las minorías sociales. Siempre va a existir un loco kamikaze dispuesto a arrollar a cientos de personas en un mercado navideño. Por ello, el trabajo pendiente es la educación en valores para que las probabilidades de que un acto así vuelva a repetirse sea próximo a cero.

El auge de los partidos de derecha y extrema derecha en Francia, Portugal, Alemania se une a los de otros países como Hungría, Eslovaquia, Italia, Argentina o Estados Unidos. Una tendencia que solo puede ser revertida con políticas firmes en materias sociales. El asesinato del consejero delegado de UnitedHealthCare por parte del joven atractivo Luigi Mangione ha convertido a este último en un héroe justiciero. Sin duda, un asesinato que retrata el hartazgo de millones de estadounidenses por el maltrato al que son sometidos sistemáticamente por sus respectivas compañías aseguradoras.

En España es necesario actuar con firmeza sobre el mercado de la vivienda. Ya habría que haberlo hecho hace años, con contundencia. Faltan miles de viviendas de alquiler social y comprar una vivienda no puede ser un lujo solo al alcance de algunos especuladores. En mi país más de la mitad de la compra de viviendas se realizan sin escritura hipotecaria. Es decir, los compradores disponen de suficiente dinero en efectivo y por supuesto, no se trata del perfil de un joven que desea emanciparse.

Este es el mundo que me rodea a 31 de diciembre de 2024. Unas circunstancias muy poco alentadoras, pero con las que debemos aprender a convivir. Proyectar implica un ejercicio de concentración y las desalentadoras noticias que recibimos a diario dificultan esta maravillosa labor. Por ello, me planteo en muchas ocasiones sumergirme en la desinformación. Desconectarme de la realidad para conectarme a mis sueños.

Ser arquitecto conlleva ser optimista. Nuestra profesión va de pensar en positivo, de creer, de crear, de construir. Y el contexto actual resulta desmoralizador. Bueno, salvo alguna excepción como Sir Norman Foster, que en una reciente entrevista manifestó tener en la actualidad su optimismo intacto: “¿Optimista? Absolutamente. ¡Más que nunca!”. Yo también continúo siéndolo, pero ya digo que cada año me resulta más complicado.

En 2025 nos esperan numerosos desafíos. Para mí, uno prioritario es detener el genocidio en Gaza, Cisjordania, Líbano y Yemen y poner fin a la invasión de Ucrania por parte del megalómano Putin. La vida no vale nada en ciudades como Puerto Píncipe (Haití), numerosas poblaciones de India o Centroamérica. Es algo absolutamente inaceptable. Detrás de cada muerte o herido hay una persona con nombre y apellido. ¿Quién se acuerda de la pequeña Céline Nassif? Una niña libanesa de 3 años que perdió a sus padres y una hermana al sufrir el impacto de un misil israelí. Totalmente abrasada, vi su foto en las páginas de “El País” y me impactó sobremanera. Fue hace menos de 2 meses, y ni siquiera sé si estará viva. Es la foto que encabeza este post.

Por desgracia es solo un ejemplo. Hay miles igualmente aterradores. En 2025 no podemos permitir que continue sucediendo. Hace falta un cambio de trayectoria. Por favor. Es el infierno en la tierra.

Para terminar quiero decir que me parece perfecto que se hable de la sostenibilidad, el cuidado del medio ambiente, etc. Sí, es muy importante; pero mucho más son las personas. Y es tarea de todos hacer del mundo un lugar habitable, donde cualquier persona pueda vivir en su casa sin miedo a que un dron cargado de explosivos la destruya, salir a calle sin miedo a morir de un tiro en el cuello (procedente del subfusil de un francotirador adoctrinado en la muerte segura) o dar un paseo sin riesgo a ser violada o secuestrado. Salvaguardar la vida. ¿Tan difícil es?

Mañana comienza un nuevo año. Es tiempo de ponerse a trabajar. ¡Feliz 2025!