casa 33

el proyecto de toda una vida…

El paso del ser humano por la tierra será fugaz. Lo es a nivel individual. Es algo que todos sabemos: hablo de la vida de cada uno de nosotros. Y lo será también a nivel colectivo si se cumplen las previsiones: nuestra especie terminará por desaparecer. Una lástima. Porque como señalaba el científico interpretado por Morgan Freeman en la película LUCY (espectacular Scarlett Johansson), “el sentido de la vida es la transmisión del conocimiento”.

Muchas veces se habla de la vivienda mínima. Hay múltiples escritos al respecto. E infinidad de prototipos experimentales: las ¨mini-casas”. Pero debe quedar muy claro que una cosa es un espacio habitable de origen lúdico y de carácter absolutamente temporal, y otra es la vivienda derivada de una situación de necesidad. Muy diferente. Y un arquitecto termina por necesitar descubrir cuál es el mínimo de los mínimos. Podría afirmarse que la vida de las personas de la práctica totalidad del mundo se reduce a hábitos y necesidades muy similares. Independientemente de factores culturales, geográficos, etc. El fin último que todos deseamos (ser felices) va inexorablemente relacionado con nuestra casa. Que no es otro lugar que nuestro refugio, nuestro lugar de descanso y el reflejo más íntimo y sincero de nuestro yo. El espejo de nuestro alma. Cada individuo en estado puro. Sin maquillajes. Sin filtros. El antónimo de Instagram.

Mi trabajo me obliga a acceder a la casa de muchísimas personas desconocidas para mí; y siempre me ha llamado la atención lo orgulloso que se siente cada ser humano del espacio que habita. Su colonia en el mundo. Por muy modesto que sea ese lugar, todos hablan maravillas de su vivienda. Creo que ya lo manifesté hace tiempo en este blog. Y es algo bastante comprensible. Aunque desgraciadamente no siempre es así.

Cuando visitas los escenarios creados por la multinacional IKEA, te adentras en ficticias viviendas de 25 m2 donde aparentemente se cubren todas las necesidades básicas de una persona o pareja. Un dormitorio, un baño y un salón-cocina comedor completan el programa. Para una familia más numerosa de dos personas ya no serviría. Pero bueno; debemos tener en cuenta que la actualidad existe un importante número de viviendas ocupadas por una o dos personas, y el porcentaje va en aumento.

Hace muchos años, cuando mis hijos eran pequeños, residí en un ático cuya superficie útil no superaba los 40,00 m2. Y en aquel piso dispuso de todo lo que necesité, y no recuerdo que tuviera la sensación de “falta de espacio”.

Considero que “hogar” solo puede llamarse al espacio en el que se garantiza la permanencia estable en el tiempo de una o más personas, y que cualquier otro lugar que no garantice las condiciones mínimas de habitabilidad en un plazo prolongado no podría ser llamado de esa “cálida” forma.

En muchos lugares del mundo podemos ver personas que malviven en la calle. Entre cartones. Familias con niños. Algo de lo que ya hablé hace un año  después de visitar Bélgica. Otros habitan el interior de un coche estacionado en cualquier calle de la periferia de algunas grandes ciudades de nuestro país. Cubriendo los cristales con ajadas telas, malviven en un coche porque no tienen dónde descansar dignamente. También hay miles, millones de refugiados. Personas que llaman a la puerta de Europa, o de Colombia , o de cualquier otro país, y que simplemente huyen de la muerte. Por guerra o por hambre. Pura supervivencia. Una actitud inherente a nuestra condición de ser vivo y que parece que se les olvida a los que no poseen esa imperiosa necesidad.

Volviendo al tema de la vivienda, quiero plantear que en los casos de carencia absoluta, cualquier lugar sirve para vivir y salir adelante. Porque se trata de aferrarse a la vida, como un náufrago lo hace a un salvavidas en mitad del océano.

A veces leo noticias en el periódico que me indignan. Como ese hotel en suiza que comercializa un exclusivo alojamiento en una cama de matrimonio completamente a la intemperie. Eso sí, con servicio de habitaciones. Un auténtico insulto. Los hoteles cápsula originarios de Japón son sólo un ejemplo de alojamiento temporal que puede servir puntualmente en situaciones donde el espacio es un recurso extremadamente limitado. Y donde el usuario decide libremente utilizarlo. No como necesidad vital. Un modelo que quiere implantarse en nuestro país (Barcelona) y que de momento sólo ha tenido trabas legales para comenzar su andadura. Totalmente comprensible. Porque en nuestro país no existe esa brutal carencia de espacio.

Otro ejemplo que me llama la atención es el récord mundial que ha alcanzado Hong Kong con la comercialización de mini apartamentos de 12 m2 por un insultante precio de 250.000 euros. Sin comentarios. Noticias como esta sólo dejan en evidencia las grandes diferencias sociales que existen sobre la Tierra, y que perjudican enormemente la integración de las personas de los países que la componen. No queremos movimientos migratorios, pero las políticas antisociales actúan de descomunales propulsores. La arquitectura debe estar al servicio de la ciudadanía y los arquitectos no podemos permanecer impasibles ante el insulto fragante que se produce. Todos hemos nacido iguales y moriremos iguales. Por eso, no es justo que no se garantice verdaderamente el acceso a una vida digna para todas las personas. Eso sí, no a cualquier precio. Porque el trabajo debe ser también un compromiso de todas las personas con la sociedad, de forma que  cada individuo se haga valedor del espacio donde habita.

Todos necesitamos un lugar digno donde poder vivir. Nuestro espacio. Y en este punto, la actuación del arquitecto debe ser inteligente, versátil y certera. Porque no existen dos casas iguales, y porque todos amamos decir aquello de: “hogar, dulce hogar”.