casa 33

el proyecto de toda una vida…

Hoy justo hace 20 años defendí mi Proyecto Fin de Carrera ante el tribunal designado para dicha labor. Un grupo de 4 profesores, aunque sólo recuerdo a dos tutores de los que lo conformaban. Supongo que he olvidado a los dos miembros que no abrieron la boca. Y entre los dos que lo hicieron, uno fue para bien y otro para mal. En el primer caso, el profesor que mejor conocía mi proyecto (el único con el que había realizado correcciones) mostró su apoyo incondicional hacia mi propuesta. Afirmó (inesperada sorpresa) que aquel proyecto de  “Parque de Bomberos en Donosti” representaba mi propia personalidad. En ese momento me pareció un comentario acertado, oportuno, pero hasta mucho tiempo después (quizás 20 años) ni yo mismo supe hasta qué punto esa afirmación fue certera.

Al otro profesor que recuerdo, prefiero ni recordarlo. Un rancio postmodernista (desgraciadamente no único en su especie dentro de la escuela). Un desafortunado que dejó caer un comentario sin venir a cuento pero que sin querer, quedó grabado en mi memoria. Afortunadamente, la nebulosa que arroja el tiempo lo ha ido borrando, como una huella en la arena de una playa barrida por un persistente viento. Pero el fragmento que sigue vivo hablaba de ”mear fuera del tiesto”. Sic. Aunque en el fondo, conociendo la fuente del comentario, esta apreciación fue también algo positivo.

En la escuela de arquitectura te enseñan más bien pocas cosas, pero podríamos afirmar que  aprendes la “técnica”. Pero existe un factor muy importante que no se instruye: “el talento innato”. Una cualidad que va ligada a las experiencias vividas y la curiosidad por aprender de cada estudiante, de cada persona. Una cualidad no adquirida que va en el ADN y que inexorablemente refleja la capacidad de fijarse en lo que a uno le gusta, y aplicarlo en el trabajo diario. Porque ese talento no basta con tenerlo; no sirve, carece de sentido, si no camina de la mano de la voluntad propia por desarrollarlo.

En mi trabajo diario no me interesa la parte burocrática de mi profesión. Nada. La justificación administrativa del cumplimiento de la Normativa. Cero. Fundamentalmente unido al Código técnico de la Edificación. El orgasmo de los funcionarios, pero que resulta ser un corsé demasiado rígido. Una armadura rígida que dificulta el movimiento de los volúmenes en el espacio. Es decir, de la arquitectura: una danza tridimensional, incompatible con pausas sistemáticas destinadas a dar explicaciones.

Lo que sí me interesa de mi profesión es la construcción. Mucho. Yo trabajé varios años como Jefe de Obra en dos empresas. A las 8:00 en el tajo. En una fría caseta de obra. Rodeado de niebla. Una etapa dura pero que sentó las bases del técnico que hoy soy. Y que continuó seguida de varios años en otras dos empresas de construcción, donde aprendí mucho del mundo que hace realidad la arquitectura. Por eso disfruto pisando obra, hablando con albañiles o encofradores (dinosaurios del pasado). Y también por ello ahora me gusta dibujar personalmente los detalles constructivos. Sobre todo los de estructura metálica. Porque el acero da alas a mi imaginación. Mucho más que la madera o el hormigón. ¡Me encanta! Pero no grandes estructuras, sino pequeños y medianos elementos que forman parte de mi obra. Esta parte, tan vinculada a la construcción, sí que me parece importante en el proceso creativo. Me resulta fundamental. Porque saber cómo se construye, me permite seguir soñando.

Hoy, con 20 años de vida laboral en activo, siento que todavía no he llegado a mi ecuador profesional. Y como ya he afirmado en diversas ocasiones, si el motor de mi cuerpo no falla, el motor de mi vida creativa no se detendrá. Porque la arquitectura es mi pasión y cuando te dedicas a lo que amas, tu trabajo no tiene límites.

¡Felicidades!