Mutación. La vida es constante cambio. Las personas evolucionan permanentemente. Y la arquitectura con ellas. Escenario de su existencia. Y muchas veces, el ser humano se ve obligado a cambiar de residencia. Por estudios o trabajo. Por motivos sentimentales o ajenos a su propia voluntad. En la misma ciudad o en urbes distantes. Como es el caso de millones de inmigrantes. Pero hoy no quiero centrarme en este doloroso y avergonzante caso. Tampoco en el que implica un cambio de domicilio de forma temporal, como el que tuve que hacer durante unos años (seis en concreto) al iniciar mi carrera en Donosti.
Hoy quiero hacer una pequeña reflexión sobre el desplazamiento (más o menos forzoso) que la mayoría de las personas realizamos en nuestra vida en al menos una ocasión: el cambio de vivienda como respuesta a nuestra evolución personal. Un acto que puede ir vinculado a mantener la unidad convivencial, ampliarla o reducirla. Un momento que cuando llega es inevitable. Necesario. Ilusionante; pero que a la vez puede resultar vertiginoso. Mareante. Dubitativo. Por todo lo que implica. Por todo lo que ahora comenzará a llamarse “pasado”. Momentos de felicidad y momentos de tristeza. Instantes que ya nunca volverán, pero que nos acompañarán siempre en nuestro recuerdo.
Son espacios con historia: la nuestra. Y que definitivamente pasarán a formar parte del pasado. Nuestro pasado. Lugares que seguramente resuciten en nuestra memoria en un futuro más menos cercano, más o menos consciente, pero que finalmente irán quedando atrás como la tierra después de zarpar el barco.
En este instante que a mí me está tocando vivir, resulta inevitable mirar hacia atrás. Con la cabeza y con las manos. Unos dedos que acarician fotografías enmarcadas y que lentamente depositan en expectantes cajas marrones de cartón. En mi caso me acompaña una extraña sensación de pereza. Por no saber exactamente por dónde empezar. Qué coger. Qué tirar. Qué dejar. Objetos que debo filtrar: ¡qué difícil! Porque toca elegir qué me seguirá acompañando en mi camino, y qué termina quedando definitivamente a la orilla de la senda que recorremos.
(…..)
Mover una vida es complicado. Pero no hay recompensa sin esfuerzo. Elegir no siempre es fácil. Por el inevitable miedo a equivocarnos. Pero no se puede vivir con miedo: debemos luchar por lo que deseamos. Por lo que amamos. Y mi gran pasión es la arquitectura. Una disciplina que refleja el espíritu de su creador y que permite que los espacios creados se llenen de vida con las personas que habitarán en ella.
Vivir en la casa que has creado tú mismo es un sueño hecho realidad. Al menos en mi caso. Y es un sueño que continúa cada día con cada pequeño detalle que se va sumando a la creación inicial. Un proyecto que descubro cada día con cada rayo de luz, con cada reflejo, con cada nuevo punto de vista. Arquitectura cambiante que el tiempo enriquece, cada minuto, en cada época del año. Sin duda, un lugar que inspira: por la luz, el aire y mi pasión por la arquitectura.
Además, la búsqueda permanente de nuevos lenguajes creativos aporta una gran sensación de paz. Beber de los proyectos que me gustan. De los arquitectos que admiro. Seguir buscando y sentirme feliz en la búsqueda. Dibujar, escribir, proyectar. Todo contribuye a ser quien soy.
Para mí, es el momento de disfrutar del esfuerzo diario. Disfrutad mucho de vuestro hogar. Sea como sea. Vosotros también sois muy afortunados. No hay dos personas iguales y no existen dos viviendas idénticas. Vuestra casa habla de vosotros. Escuchadla. Tiene mucho que contaros.
Agradecimientos: Ane Calleja y Nahia, modelos de mclass