Hace ya muchos años que concluí mis estudios de arquitectura. Pero eso no me convirtió en arquitecto. La vida me condujo por el mundo de la construcción, y finalmente fui jefe de obra y aprendiz de todos los gremios antes que arquitecto. Esto me situó, sin querer, con el paso del tiempo, en una posición privilegiada. Y es que poseer un título universitario no te convierte en un profesional, al igual que tener un piano no te transforma en pianista o tener un hijo no te convierte en padre.
A día de hoy, con cerca de cuatrocientas obras de reformas de portales, y otros cientos de obras de rehabilitación de todo tipo a mis espaldas me considero preparado para afrontar cualquier reto. Y la casa 33 es sin duda el más importante de mi carrera. Hasta el momento. Una obra que por fin ha comenzado de nuevo a caminar, tras un largo periodo varado en la estación de los sueños incumplidos.
Éste es el momento de muchas decisiones. De definir con serenidad y buen gusto todos los remates. Es la hora de realizar avances importantes, de demostrar sensibilidad, de disfrutar de los conocimientos adquiridos por el camino y de dar lo mejor de mí mismo. Nunca existirá un instante como éste. Porque con constancia, ilusión e interés por aprender, todos los sueños se pueden cumplir.
Y quiero terminar este post con un cuento popular adaptado por Eloy Moreno, mi escritor favorito, incluido en su obra “Cuentos para entender el mundo”. Se titula: “El niño que pudo hacerlo”.
Dos niños llevaban toda la mañana patinando sobre un lago helado cuando, de pronto, el hielo se rompió y uno de ellos cayó al agua.
La corriente interna lo desplazó unos metros por debajo de la parte helada, por lo que para salvarlo, la única opción que había era romper la capa que lo cubría.
Su amigo comenzó a gritar pidiendo ayuda, pero al ver que nadie acudía, buscó rápidamente una piedra y comenzó a golpear el hielo con todas sus fuerzas.
Golpeó, golpeó y golpeó hasta que consiguió abrir una grieta por la que metió el brazo para agarrar a su compañero y salvarlo.
A los pocos minutos, avisados por los vecinos que habían oído los gritos de socorro, llegaron los bomberos.
Cuando les contaron lo ocurrido, no paraban de preguntarse cómo aquel niño tan pequeño había sido capaz de romper una capa de hielo tan gruesa.
-Es imposible que con esas manos lo haya logrado, es imposible, no tiene la fuerza suficiente ¿cómo ha podido conseguirlo?- comentaban entre ellos.
Un anciano que estaba por los alrededores, al escuchar la conversación, se acercó a los bomberos.
-Yo sí sé cómo lo hizo- dijo.
-¿Cómo?- respondieron sorprendidos.
-No había nadie a su alrededor para decirle que no podía hacerlo.