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el proyecto de toda una vida…

La vida es conflicto. Permanente. Un choque de intereses. En cualquier ámbito. Por ello, en el sector de la construcción no iba a ser diferente. Un mundo directamente relacionado con la arquitectura, ya que  se trata del escenario previo e ineludible para su materialización. Precisamente en esta fase es donde se produce el mayor número de fricciones; algunas, de enorme dimensión.

En obra es muy común que la propiedad desee modificar  diversas partidas de las previstas en el presupuesto del proyecto. Y normalmente (por no decir siempre) todas las obras terminan costando más dinero de lo inicialmente previsto. Por ello, cuando esta circunstancia no se ha sabido acotar, suele suceder en un determinado punto de la obra que la propiedad decida realizar “recortes”. Hasta aquí todo comprensible, siempre y cuando no se comprometa la estabilidad y calidad constructiva del trabajo.

Escuchar es muy importante. Para todos. Pero debe quedar muy clara la función de cada uno. El arquitecto desempeña una serie de funciones y ocupa el máximo escalafón en la jerarquía de la edificación. Debe saber escuchar, como acabo de señalar, pero es el máximo responsable. Y como tal, junto al arquitecto técnico de la obra, responde ante la propiedad y ante el mundo por sus decisiones. Para ello está. Por su parte, la constructora puede proponer  cambios y aportar todas las ideas que considere oportunas, desde la honestidad y la máxima profesionalidad. Con absoluta  transparencia debe ejecutar lo prescrito en el proyecto, y no dispone de ninguna capacidad de sustituir unilateralmente materiales o soluciones constructivas. Las empresas constructoras (de cualquier tamaño) se mueven por motivos económicos, como cualquier otra. Pero esto no es óbice para tener tarjeta blanca y modificar soluciones constructivas para beneficio propio. Inevitablemente, el tiempo pasa y su acción es impasible frente a los elementos mal proyectados o defectuosamente ejecutados.

Recientemente he conocido por la prensa que el Museo Nacional de Arqueología Subacuática (ARQUA) ubicado en Cartagena  e inaugurado en 2008 presenta importantes problemas de filtraciones de agua marina. Obra del estudio Vázquez Consuegra, se ha conocido también que el poder de la constructora FCC (encargada de su construcción) modificó la solución prevista en proyecto para abaratar el coste de la obra. Una circunstancia muy común en el sector, donde las medias verdades de algunos contratistas pueden terminar convenciendo a una propiedad que solo es capaz de ver una cosa; ahorrar dinero. Desgraciadamente también ha sucedido en el caso del vertedero de Zaldibar. El proyecto inicial aprobado por la administración se modificó sustancialmente y, sin embargo, el Gobierno Vasco no hizo su trabajo. Ni en fase de construcción (obteniendo la pertinente licencia de actividad), ni en los periódicas inspecciones de los inspectores correspondientes. Como siempre. ¿Os suena el escándalo de la carne mechada?¿O la tragedia del Madrid Arena?. En este país las irregularidades están a la orden del día y jugar con la vida de los demás sale demasiado barato cuando uno tiene el dinero y los contactos adecuados.

Relegar al técnico redactor de un proyecto (arquitecto, ingeniero, etc) puede resultar en algunas ocasiones muy peligroso. Sobre todo cuando no se miden las consecuencias. Demasiadas veces lo barato termina saliendo caro. Construir bien es invertir en futuro: un futuro sin problemas constructivos. Tener en cuenta los conocimientos del técnico contratado es muy importante. Que para algo el cliente deposita su confianza en él. Y solo ante soluciones que puedan resultar disparatadas, debe solicitarse la modificación de la solución prevista en el proyecto.

Los arquitectos, ingenieros de edificación (aparejadores) y otros técnicos proyectamos ideas que desean ver la luz; saltar del onírico papel y convertirse en realidad. Algunos de esos sueños carecen de la base técnica suficiente para materializarse, y en fase de obra es necesario definirlos, concretarlos, darles forma. En realidad, cualquier proyecto se modifica durante el proceso constructivo; no conozco ninguno que se haya respetado al 100%. En mayor o menos medida, siempre hay cambios. Por múltiples motivos. Al fin y al cabo, la obra es una continuación de la fase de creación y muchas veces, definir, improvisar  o rectificar es lo más habitual. Nuestra intención es siempre conseguir espacios ajustados a nuestra idea original, y con un compromiso personal de responder a una coherencia constructiva y económica. Porque el derroche de medios no queda justificado en ningún caso, y el sentido común debe guiar siempre la esencia de los proyectos. Sobre todo en los tiempos que corren de sostenibilidad y eficiencia energética.

En conclusión, las empresas constructoras tienen la función de materializar obras y es comprensible que deseen hacerlo al menor coste posible. Eso es absolutamente respetable, pero siempre y cuando también se respete al arquitecto y las calidades previstas en su proyecto. Por muchos motivos, entre ellos la responsabilidad que adquiere con su firma. Ante cualquier conflicto solo cabe el diálogo. Y es muy importante recordar que, con permiso de la propiedad, quien tiene la última palabra es el Director de Obra.