Considero la arquitectura como una expresión artística de gran relevancia, tanto por su impacto físico (que incluye por tanto el impacto medioambiental) como por su repercusión económica. Por ello, las soluciones eficaces y eficientes adecuadas a cada lugar, a cada necesidad y a cada presupuesto deben ser siempre una prioridad absoluta. Sobre todo en escenarios como el actual, donde hemos aprendido que vivir más rápido no es vivir más o mejor.
Puede que sea un utópico. Un soñador. Un ingenuo. Puede ser. Pero hay aspectos de la personalidad de uno mismo que no se pueden cambiar. Y lo único que puedo decir es que amo la arquitectura en estado puro, como un arte único que sirve y emociona. Creo en esta apasionante disciplina (a la que tengo la suerte de pertenecer) como un instrumento capaz de construir para unir. Personas, culturas y religiones. Porque el arte de crear espacios puede resultar mágico, si se combinan los elementos de la forma adecuada.
Entre los breves relatos incluidos en el libro “Cuentos para entender el mundo” de Eloy Moreno, quiero destacar el que se titula ”El hombre poderoso”. En él, se muestra cómo un ejército destroza todo cuanto se encuentra a su paso. Hasta que llegan a una pequeña aldea poblada por monjes. Allí, el pacífico líder de los monjes pide al general que coloque en su posición original la rama que éste acaba de cortar con su espada. El soldado ríe a carcajadas mientras dice “Eso es imposible”. En ese momento, el religioso responde: “Ah, entonces no eres tan poderoso. Lo que tú haces, destrozar, lo puede hacer cualquiera, incluso un niño pequeño. En cambio, para poder crear hay que tener mucho poder.”
Mostrar “poder” destruyendo no tiene ningún mérito, sobre todo cuando el poder es inexistente si se trata de reconstruir lo anteriormente destruido. Esta metáfora me sirve para enfatizar la virtud que tiene la arquitectura para recomponer espacios dañados, deteriorados o abandonados, recuperando el valor de dichos espacios y enterrando las heridas del pasado. Tanto en periodos post-bélicos como tras catástrofes naturales, que surge como un concepto antagónico a los muros que dividen ciudades, regiones o países. Algunos afortunadamente desaparecidos (muro de Berlín), otros sin ningún futuro (muro entre EEUU y Méjico) y otros, desgraciadamente, todavía en pie: la barrera israelí de Cisjordania.
Por ello, debemos evitar caer en la provocación que muchas veces se vierte en la sociedad de forma irresponsable desde la esfera política. La confrontación que hoy día nos hemos acostumbrado a ver en televisión es la antítesis del futuro sostenible que nos permitirá sobrevivir. Así de sencillo. Cuestión de adaptarse al medio, según el concepto de “selección natural” introducido por Charles R. Darwin en su famosa teoría de la evolución.
2020 forma parte de una etapa de la historia que quedará marcada por la presencia de un virus invisible (COVID-19).Un patógeno que ha invadido súbitamente nuestras vidas y ha modificado sustancialmente nuestra percepción del mundo. Al menos, para muchos, entre los que me incluyo. Por ello, ahora más que nunca, es fundamental el papel regenerador y cohesionador de la arquitectura, en relación directa con la naturaleza. Así lo expresó en Pamplona Anatxu Zabalbeascoa en Mayo de 2019, en su conferencia “La naturaleza como inspiración del urbanismo, la jardinería y la arquitectura”, donde defendió la prioridad que es la integración de ciudad y naturaleza, ya que sería un error considerar lo natural y lo urbano como conceptos antagónicos. La convivencia es imprescindible, por lo que el ser humano debe tener siempre presente que no debe alterar el orden natural. Cuestión de equilibrio.
Todos nosotros necesitamos el medio ambiente porque es el lugar en el que se desarrolla la vida. También la nuestra. De ahí la importancia de optimizar los recursos naturales. No hay energía más limpia que aquella que no se utiliza. En la producción de los bienes materiales, en su transporte, en nuestros desplazamientos, en nuestros hogares y la generación de la energía que precisan… en todo. Porque la contaminación es el principal agente aniquilador de la naturaleza. La cara “B” de la tecnocultura globalizada. En este sentido nos queda mucho camino por recorrer, pero la pandemia actual es una oportunidad perfecta para reconducir la tendencia de despilfarro medioambiental que acompañaba la normalidad pre-conoravirus. Ahora es el momento de volver a enamorarnos de la Tierra y que nuestra relación tenga un largo futuro juntos. Individual y colectivamente.
No se pueden erigir muros de contención frente al COVID-19. Y la arquitectura lleva intrínseca un ADN de compartición. Los edificios tienen vocación de llenarse de vida y eso, de una u otra manera, habla de compartir. Del sentimiento de “comunidad”. Por eso, todas las barreras que nos hemos visto a utilizar (mascarillas, “muros” de metacrilato, etc) van contra el principio cohesionador de la arquitectura. Y por supuesto, contra una necesidad humana tan básica como es sentir, tocar al prójimo, comunicarnos. ¿Acaso alguien desea vivir en un búnker? ¿ O viajar en metro en silencio? Vida y arquitectura deben ir de la mano siempre.
Construir es un acto de generosidad, de humildad, de solidaridad. Al menos, así concibo yo mi profesión. Y se desarrolla en un entorno que puede resultar hostil en muchas ocasiones. Sin embargo, las múltiples dificultades y las críticas sin base técnica no alteran ni un ápice mis convicciones: la pretensión de realizar proyectos democráticos, integradores, originales, contemporáneos, de calidad y atemporales.
Únicamente con espíritu de mejora continua puede alcanzarse tan ambicioso objetivo. Por mi parte, confío en seguir avanzando en mi carrera, aprendiendo cada día de la observación de mi entorno. Observar y cuestionarse lo que vemos es el principio para llegar al origen y avanzar hacia nuevas soluciones. En esta web, poco a poco, espero poder ir mostrando mis avances que se traducirán (espero) en muchos e interesantes proyectos. Diseño y funcionalidad al servicio de las personas. Espacios seguros para el futuro, proyectados con esperanza. Lugares para la vida compartida. Con un compromiso de respeto hacia la naturaleza, comprendiendo que la normalidad como la entendíamos ya no debería ser la misma. Sabiendo que la naturaleza no nos pertenece; más bien, nosotros le pertenecemos a ella. Juntos podemos cambiar el mundo con pequeños gestos. También los arquitectos. Porque no solo basta con palabras: son necesarios los hechos. Construir para unir.