Estoy en esa edad en la que dejas de cumplir años y comienzas a cumplir sueños. En una etapa en la que comienzas a recoger los frutos del trabajo diario y dispones de la perspectiva suficiente para saber qué es lo que quieres. Mi vida es la arquitectura; y me interesa, porque es donde quiero pasar el resto de mi vida. El primer paso es la terminación de ese espacio llamado “hogar”, donde cada persona puede sentirse completamente cómodo y realizado. Porque ahora, desde la madurez y enriquecido por los avatares del destino, he aprendido a ver con otros ojos el valor de cada pieza que compone ese complejo puzzle denominado “casa”.
La vida es un proceso en el que aprendemos a cada paso. De cada decisión. De cada acierto. Y por supuesto, de cada error. Existen ciertas profesiones que requieren una especial observación del entorno: fotógrafos, escritores, artistas de todo tipo de disciplinas, etc. También en mi profesión. Porque comprender el comportamiento de las personas es la mejor inspiración que existe para “crear”. A esa capacidad de observación deben añadirse algunos otros “ingredientes”. Entre ellos están el disponer de una especial sensibilidad hacia los estímulos exteriores, una dosis adecuada de búsqueda interior y creatividad, y por último un espíritu que trabaje en la búsqueda de nuevos lenguajes.
Una puerta puede separar dos mundos. Dos estados. Dos situaciones opuestas. En un instante. Y transformar un espacio en dos. Luz u oscuridad. Libertad o cautiverio. Ruido o silencio. Calor o frío. Refugio o peligro. O muchas otras cosas más. Una puerta puede ser la entrada a un universo.Y cuando una puerta se abre por primera vez, la sorpresa que nos depara puede ser enorme. Pura incertidumbre. Excepto en un caso, como el mío. En el que durante muchos años he estado a ambos lados de la puerta, sin poder abrirla, ya que en el interior solo estaba el “vacío”. Por eso, instalar la pasarela de acceso a la vivienda que he proyectado ha sido simplemente emocionante, porque ha actuado como un timón, permitiendo enderezar el rumbo de la nave.
En mitad de un lluvioso y frío invierno, donde apenas puedo sentir el calor del lejano sol, me encuentro plenamente inmerso en el reto más importante de mi vida: la culminación de la casa 33. Un complejo trabajo que conforma lo que he denominado como “fase 2”.El motivo queda más que justificado.
Una labor que supone compaginar el diseño y organización de todos los gremios que intervienen en la obra con mi ya de por sí intenso trabajo como arquitecto. Pero el esfuerzo merece la pena. Y cada avance, por minúsculo que sea, me inunda de satisfacción y me acerca, lentamente pero con paso firme, hacia mi anhelado sueño.
La construcción de mi propia casa-estudio me ha enseñado muchas cosas. Algunas de ellas pueden resultar muy básicas, pero he descubierto que solo indagando hasta llegar al origen de los elementos que nos rodean se consigue avanzar.
El mundo en el que me muevo supone la transformación del medio. Implica la utilización de los recursos naturales existentes mediante procesos industriales que conforman los diferentes materiales. Y estos elementos, combinados de infinitas formas según el diseño del proyectista, facilitan la creación de nuevos “lugares” gracias a la acción de los diferentes trabajadores que intervienen en la obra. Algunos de esos trabajos de transformación soy capaz de hacerlos yo mismo (muy pocos) y para el resto existen los diferentes gremios especializados en cada tarea. De esta forma surgen los espacios que habitamos.
El resultado podría ser considerado “mágico” hasta hace muy poco tiempo dentro del espectro que abarca la historia de la humanidad. De este modo ocurren cosas que pueden parecernos “normales”, pero que llevan una larguísima historia detrás. Algo tan básico como pulsar un interruptor y conseguir que una luz se ilumine, o abrir un grifo y que surja un chorro de agua con una fuerza vigorosa. Cosas simples, pero a la vez complejas. Importantes, que demasiadas veces no se valoran en su justa medida. Y que incluso a un arquitecto con una amplia experiencia como yo le hacen reflexionar sobre la importancia de cada pieza que compone una obra, así como del valor presente y futuro de los recursos disponibles.
Y así, paso a paso, avanzo con decisión hacia la consecución de mi próxima meta. Con algunos miedos. Con muchas dudas. Pero también con una desbordante dosis de ilusión. Y sabiendo en todo momento que el resultado es completamente mío. Para bien o para mal. Porque seguramente cometa errores. Por diferentes motivos. Pero esto es algo que no me importa .Diseñar cada una de las piezas que componen el complejo puzle de la arquitectura implica descartar otras infinitas opciones.
En las obras que he hecho hasta ahora sólo ha habido pequeñas pinceladas de mí. Y estoy orgulloso de mi trabajo, pero las circunstancias no siempre te dejan espacio para la libertad creativa. De hecho, hasta ahora sólo he podido ser yo mismo en el proyecto fin de carrera: un parque de bomberos en San Sebastián. De eso hace ya muchos años y fue, lógicamente, una obra no construida. Esta obra es un caso muy diferente: sin limitaciones. Mi yo hecho arquitectura. Soy un afortunado. Y consciente de ello,espero aprovechar mi oportunidad.