Hace tiempo que llevo pensando en escribir un post acerca de los “clientes”. Sin duda, un tema delicado. Porque siempre he tenido miedo a abordarlo y que florezcan mis sentir más oscuro y profundo (sic). Pero recientemente he visitado una de las obras que más reflejan mi yo” hecho arquitectura ( reforma de portal en la calle florida 62 de vitoria-gasteiz) y me he decidido a afrontar este pequeño-gran reto. Precisamente porque después de 4 años de haber concluido esa obra, y casi 3 años después de haberla visitado por última vez, descubro una enorme cantidad de detalles atemporales que perduran, y certifico que el paso del tiempo no ha deslucido ni un ápice el proyecto que realicé gracias a la confianza del cliente. Aunque esté mal que yo lo diga, el resultado es impecable, y por supuesto también tiene parte del mérito la empresa contratista Azcoan.
Y este sentimiento de orgullo choca precisamente con el estado en el que avanza otra obra que estoy realizando en este momento: también otro portal y también (¡oh, no!) otra comunidad. Porque el título de ese trabajo podría ser: “Cómo arruinar un diseño en 5 minutos”.
Ser arquitecto es muy difícil. También ser encofrador, albañil o pintor. Precisamente porque gran parte del trabajo que realizamos no se ve. Labores ocultas, preparativos imprescindibles que son absolutamente necesarios para alcanzar un gran resultado. Aunque todo depende del nivel de auto exigencia de cada persona. Por eso yo valoro a todas las personas que se esfuerzan en realizar bien su trabajo. En mejorar. Sea cual sea su labor. Leonardo Da Vinci afirmó: “Una obra de arte nunca se termina; sólo se abandona”. Una aseveración que oí en multitud de ocasiones hace ya muchos años, cuando era estudiante de la Escuela de artes y oficios de Vitoria. Con un proyecto sucede lo mismo. Cuando me enfrento a un trabajo en “modo creativo” no me conformo fácilmente; intento madurar mis ideas hasta que el resultado es totalmente de mi agrado. Mis cuadernos de viaje me inspiran; todos esos pequeños dibujos que realizo en pilot negro; junto a todas esas foto que tomo. Con mi cámara y con mi cabeza. Y que se almacenan en una biblioteca virtual llamada “recuerdos”. Un lugar al que siempre vuelvo. Me fijo en los mejores proyectos de los mejores arquitectos de mundo (para mí),y ordeno todos esos detalles para intentar dar un paso más. Para mejorarlos. Algo que a priori puede parecer imposible. Pero que quizás no lo sea, porque el punto de vista de cada persona es diferente y el análisis es la base de la evolución.
La relación entre un profesional y un cliente se basa siempre en algo muy básico: la confianza. Y ese pilar falla, todo el trabajo se derrumba. Y así, un cliente desconfiado puede convertir a un gran profesional en el mayor inútil del mundo. Por no dejarle hacer el trabajo para el que ha sido contratado. Así de sencillo. A mí me pasa. Sobre todo cuando es poliencefálico, como suele ser mi caso. Porque precisamente cuando el cliente cambia sin justificación objetiva una parte sustancial de un proyecto, yo comienzo sin retorno un proceso de distanciamiento. Como el barco que se aleja del puerto mar adentro. Empiezo en ese momento a dejar de acudir a la obra con la asiduidad que me caracteriza, a dejar de dar mi opinión (¡total, si no la van a tener en cuenta!) y por supuesto a no escribir en los odiosos grupos de whatsapp que lamentablemente se han comenzado a crear con motivo del inicio de una obra. Como enunció el historiador Salustio hace más de 2000 años: “La concordia hace crecer las pequeñas cosas; la discordia arruina las grandes”. Porque no se dan cuenta de que existen elementos vitales que no pueden alterase porque desvirtúan la esencia del proyecto. Y es que un diseño sintetiza el universo de su creador: como el sistema solar. Es decir, es un conjunto de elementos en equilibrio. Y si se altera alguno, se desequilibra el conjunto y el resultado puede ser desastroso.
El libro “Palabra de arquitecto” de Laura S. Dushkes, recoge múltiples citas destacadas de algunos de los arquitectos más célebres. Entre ellas, quiero destacar la que aparece del gran genio canadiense Frank O. Gehry: “No sé por qué la gente contrata arquitectos para luego decirles lo que tienen que hacer.”
Puede que sea un tanto atrevida esta afirmación, pero en muchas ocasiones me identifico totalmente con este sentimiento. Así que si van a emprender cualquier tipo de obra: por favor, dejen trabajar. El resultado será mucho mejor.