Miedo. Vacío. Silencio… Arquitectura inútil y planeta agonizante. Es momento de resetear.
Vivimos un momento de anti-colonización. La naturaleza se ha rebelado y ha reclamado su papel. Un golpe de fuerza sobre la mesa que ha desnudado violentamente nuestro estado de bienestar. Dábamos por hecho demasiadas cosas, sin saber que realmente no nos pertenecían. Y cuando nuestra frenética vida se detiene, percibimos el tiempo y el espacio de otra forma. Mientras tanto, nuestro confinamiento ha sido aprovechado por animales, plantas y todo tipo de seres vivos para campar a sus anchas sin peligro de ser aniquilados por la mano del hombre. Fuera de nuestra “madriguera”, una implosión de color y libertad eclosiona como hace milenios que no se producía. El agua discurre cristalina, límpida y alegre por multitud de gélidos manantiales. El aire está más limpio que nunca, aunque paradójicamente sea el medio por el que se transmite el veneno mortífero que tanto tememos. Y el césped crece vertiginosamente por doquier amenazando con transformarse en salvaje selva. Hoy más que nunca cobra sentido la frase de Pablo Neruda: “Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera”.
Algo está cambiando. La incapacidad de producir a nivel nacional el material sanitario necesario para combatir la crisis del coronavirus ha desvelado el enorme riesgo que supone la producción deslocalizada. El feliz equilibrio en el que discurría nuestra existencia se ha desenmascarado, mostrándose irreal, inconsistente, vacua. Se ha desvanecido como las gotas de rocío al amanecer. Graves carencias de una Europa insolidaria, que han sido aprovechadas por China, Rusia o Estados Unidos en beneficio propio.
De momento todos nos hemos convertido en potenciales transmisores del virus COVID-19 y la desconfianza nos ha invadido. Miradas asesinas en el supermercado te atraviesan si te acercas demasiado a un desconocido. Lejos quedó la confianza entre individuos ignotos que alimenta la economía colaborativa (de la que próximamente os hablaré en un post). Un principio que de repente ha sido aniquilado hasta nuevo aviso. Porque debemos recordar que la libertad individual se basa en la confianza pública. Y mientras esta no esté garantizada, el confinamiento es la única solución.
Una vida vinculada a la movilidad que va a mutar en un devenir más estático gracias al ciberespacio y al teletrabajo, entre otros. El contacto físico seguirá siendo necesario, pero tal vez discurra en escenarios más privados y nuestras viviendas deban adaptarse a estas nuevas necesidades.
El libro “El bolígrafo de gel verde” de Eloy Moreno nos adelantó que nuestra vida discurre en muy pocos metros cuadrados: casa, ascensor, garaje, oficina, cafetería, casa de los padres, casa de los suegros… Total: 445 m2.
Hoy hemos comprobado cómo esas superficies se han reducido aún más. Los libros, internet y la televisión nos han ayudado a volar hacia otros lugares del mundo donde quizás nunca pensamos en viajar. Esa puesta de sol que disfrutamos hace años o el recuerdo de aquel paseo junto al mar nos llenan de emoción y de esperanza. Ahora mismo un paseo por los montes más cercanos nos parece un sueño inalcanzable, pero afortunadamente pronto volveremos a hacerlo. Todavía tenemos planeta, como dije hace unos meses en este blog. Lo que nunca pensé es que quizás, en un futuro lejano, llegue un momento en el que no haya humanidad.
Volvamos al presente, que como su nombre indica, es un regalo que debemos valorar y aprender de él. El confinamiento ha puesto en evidencia la arbitrariedad de muchas de las actuaciones realizadas por la humanidad sobre la faz de la tierra. En el post que publiqué en octubre de 2015 (casa33)(expuse mi visión sobre la huella del hombre en nuestro planeta (física y ecológica), y en la que la arquitectura juega un papel fundamental.
Debemos repensar la necesidad de continuar transformando el mundo. Hemos aprendido que se puede vivir con menos. Con menos objetos. En menos espacio. Aunque no sin amor. Por los semejantes y también por todos los seres vivos, a los que no podemos excluir. La arquitectura es mi gran pasión, pero debe comenzarse a construir con sensatez. La destrucción de los hábitats naturales debe cesar inmediatamente y debemos proceder a la recuperación progresiva de los mismos. Como todos sabemos, el ser humano posee una enorme capacidad de adaptación. Y ahora le toca ponerla en marcha. Comienza una nueva etapa en la historia en un mundo más fragmentado, que necesariamente fijará el rumbo en alcanzar una sociedad más habitable y justa. Afianzando una economía local más fuerte y menos dependiente.
La arquitectura sostenible, necesaria y de calidad serán siempre imprescindibles. Los nuevos proyectos deberán tener en cuenta las nuevas necesidades, con una visión marcada por el prisma post-Covid-19. Tenemos por delante el gran reto y la gran oportunidad para demostrar esa sensibilidad, donde la rehabilitación tendrá un enorme protagonismo. Sin duda, juntos lo superaremos.