Supongo que las personas tenemos en nuestro cerebro una especie de chip. Algo así como una memoria interna, de la que vamos extrayendo información a lo largo del tiempo. Ya lo expuse en un post de este blog.
Algunos lo pueden llamar recuerdos, pero se trata de algo más. Porque no todos los datos tienen el mismo tratamiento, pero sobretodo porque existe una alarma que salta de forma automática ante determinados estímulos sin tener que recurrir a ningún “buscador”.
Nuestro disco duro se va actualizando constantemente a través de nuestras experiencias, y como ya he adelantado, en muchas ocasiones aflora al exterior información que incluso desconocíamos que lleváramos dentro.
Nuestro interior es un gran almacén por descubrir y donde almacenar datos… a lo largo de la vida. A través de la vida.
En el caso concreto de un arquitecto (o estudiante de arquitectura), la cabeza almacena infinidad de imágenes que nos han llamado la atención por algún motivo. Y provienen desde viajes realizados para conocer un ciudad o edificios concretos (experiencias reales), hasta de los diferentes elementos analizados en revistas de arquitectura, internet, libros, etc.
Al contrario que muchos otros compañeros de profesión, yo descubrí la arquitectura por casualidad.
Cuando era pequeño (y no tan pequeño), recorría las calles de mi ciudad sin pensar en el origen del paisaje urbano que me rodeaba. Supongo que daba por hecho que los edificios que observaba se habrían creado por generación espontánea. Estaban ahí y punto.
Y supongo que aunque muy lejos de la realidad, algo de razón tenía. Porque demasiadas veces pasamos por la vida sin preguntarnos por qué. Y para un arquitecto, en muchos casos puede ser la clave para resolver un problema o encontrar la idea base sobre la que desarrollar un proyecto.
Porque la niñez es el origen, y las verdades hay que buscarlas en el principio. Si somos capaces de eliminar lo superfluo y quedarnos con la esencia, habremos conseguido mucho.
Y es que, si somos también capaces de encontrar el origen de un problema, podremos avanzar en el diseño de los edificios, que muchas veces tratan de resolver con “química”, lo que la “física” no puede evitar. Grave error. Ya que en la arquitectura tradicional pueden encontrarse soluciones que garantizan la durabilidad de los edificios a través de los siglos, mucho más de lo que hoy en día, con toda la evolución tecnológica de la disponemos, podemos conseguir.
Porque muchas de las calles con los edificios que las delimitan y que hoy recorremos existían antes de que naciéramos y existirán, después de que la luz del sol ya no ilumine nuestros ojos al amanecer.