Año 2020. Año para el olvido. Esta frase se repite como un mantra, a pesar de que queda un tercio de su duración lleno de oportunidades. El futuro cercano es incierto, y las perspectivas no son buenas, ni a nivel laboral ni académico. La economía está contraída, y el mundo necesita que el dinero fluya para poder funcionar. La arquitectura, también. El miedo es el peor enemigo del dinero, y lo queramos o no, mueve el mundo. Por ello, no comprendo que en una situación de extrema gravedad como la pandemia en la que nos encontramos se priorice la “jugosidad” que aporta cada contagio y cada rebrote en detrimento del sentido común. Es hora de replantearnos el consumismo desaforado, los viajes caprichosos y el despilfarro energético. Por supuesto. Pero las políticas deben orientar paulatinamente el gasto para garantizar un reparto más equitativo de los bienes.
Sol, chiringuito y playa. Así podría resumirse el verano de muchos españoles. Unos días en los que la vida se repite en bucle, aunque de forma muy diferente a la de otros. Como el peregrino que elige caminar y caminar después de cada amanecer durante más de dos meses. O como el vendedor ambulante senegalés que se acuesta cada noche en un trozo de suelo de un piso patera soñando con despertar al día siguiente fuera del bucle no elegido que le obliga a intentar vender alguna prenda de imitación sobre una polvorienta sábana extendida cada atardecer sobre cualquier paseo marítimo de nuestra costa mediterránea.
Acabo de regresar de mis vacaciones familiares en este verano de anulación de gran parte de nuestras libertades individuales. La obligatoriedad de portar la mascarilla y otras muchas otras exigencias (no siempre lógicas) cercenan el principio más básico de nuestra sociedad: la libertad. Un derecho no siempre bien entendido y precisamente por ello deben anteponerse las obligaciones grupales que impiden el normal funcionamiento. El ser humano es un animal sociable, y a la vista de la oleada de contagios en nuestro país la sociedad española es especialmente “cercana” con sus congéneres. Responsabilidad individual, dicen. Un tema muy extenso y delicado. Aunque estoy completamente seguro de que tomar decisiones desde la administración es muy complicado en este momento. Sobre todo en una sociedad como la actual donde opinar es un derecho, pero tener conocimiento en la materia no es ninguna obligación.
Este verano es ciertamente “atípico”. Y la nueva normalidad de momento, si es que ha existido, yo no la he conocido. Un tiempo de asueto que todos nos merecemos más que nunca en este 2020.Aunque no siempre sea posible disfrutarlo como uno desea, en el confinamiento recientemente vivido hemos aprendido a valorar las pequeñas cosas. Los pequeños placeres de la vida, como hace muchos años me enseñó una buena amiga vallisoletana. Un paseo por el campo, la caricia del viento, comer al aire libre, el beso de tu pareja o el abrazo de tus hijos, sentir el calor del sol en la cara, una excursión con amigos… hacen que merezcan la pena vivir.
Y no quiero olvidarme de los que a diario pasan dificultades o sufren graves injusticias. Porque si todos anhelamos un descanso estival, todos merecemos un trabajo y un lugar digno donde descansar tras una jornada comprometida con nuestro puesto de trabajo. En este sentido quiero destacar la importancia de una vivienda adaptada nuestras necesidades, y la necesidad de adaptar nuestra vivienda a la vida presente. Cuando reformo viviendas, me siento importante y a la vez agradecido por haber podido aportar mi granito de arena en la nueva etapa que su morador o moradores comenzarán tras la finalización de la obra. Es enorme la satisfacción que produce concluir cualquier obra, pero en el caso de las viviendas, aún más. Una reforma de un piso implica un cambio de vida, que sin duda albergará muchos momentos de felicidad. Las viviendas son el escenario donde sucede la vida, y en la era del COVID-19 su protagonismo es aún mayor.
Este verano 2020 he visto el debacle que se ha producido en algunas de las zonas más turísticas de nuestro país. Concretamente en la Costa del sol (Málaga, Marbella, Torremolinos, etc) y en ciudades del interior como Granada. La autovía A4 que vertebra nuestra península presenta un sorprendente vacío de vehículos conducidos por marroquíes, derivado de la anulación de la operación “Paso del estrecho” que conecta Algeciras con Tánger. Los europeos y británicos han cancelado gran parte de sus reservas y los que tienen dudas en su país de origen tampoco se atreven a viajar a nuestro país ante las inquietantes noticias que arrojan los medios de comunicación estatales. Los rusos, árabes o norteamericanos, por diferentes motivos, tampoco han hecho acto de presencia en nuestras costas y contribuyen a asfixiar aún más la debilitada salud de la hostelería en las localidades más turísticas. Tanto en la costa como en el interior. Porque el camino de Santiago (que se halla abierto) desdibuja una imagen muy alejada de la habitual. Con muchos albergues cerrados, son muy pocos los peregrinos intrépidos (por cierto, más mujeres que hombres y muchas en solitario) que se han atrevido a recorrer las desérticas tierras leonesas en este extraño verano.
Por otro lado, la anulación de la práctica totalidad de fiestas populares en toda la geografía española se ha cebado especialmente con los feriantes y grupos de música de todos los géneros. Una auténtica lástima. Aunque al menos hay un dato positivo para la fauna de nuestro entorno; porque demasiadas veces, amparados en la tradición popular, se producen numerosas formas de maltrato animal que afortunadamente para ellos este año no se celebrarán.
En el terreno internacional, los acuerdos entre Israel y Emiratos Árabes Unidos (con mediación de Estados Unidos) y entre Irán y China suponen importantes movimientos en el tablero geopolítico. Estrategias entre bandos opuestos que esconden múltiples y oscuros intereses (nacionales e individuales), cuyas consecuencias pueden resultar absolutamente imprevisibles.
En estos días de relax no solo ha habido noticias referentes al coronavirus. A través de la prensa en papel he conocido datos que me han alegrado. Por ejemplo, que “El Corte Inglés” utilizó en 2019 energía 100 % renovable, que además realizó importantes inversiones en renovación de instalaciones de climatización e iluminación para mejorar su eficiencia energética. Un gran ejemplo que marca sin duda el camino a seguir por todo tipo de empresas.
Sobre todo después de que hayamos conocido que Iberdrola construirá el mayor parque de paneles fotovoltaicos a nivel mundial para producir electricidad de forma “limpia”. Dispondrá de una potencia instalada de 100 Megavatios y su coste será de 70 millones de euros. Sin duda, un coste bajísimo para una obra que en realidad es la avanzadilla de un bloque de inversiones que se irán generalizando en todo el mundo por parte de multitud de grupos inversores y empresas, y que contribuirán (por fin) a producir electricidad de forma sostenible. En el mismo sector, he encontrado una muy mala noticia: la puesta en marcha de la primera central nuclear del mundo árabe. Y resulta especialmente preocupante por el lugar en el que se ubica (Emiratos Árabes Unidos, un importante exportador de petróleo) y por la certeza de que seguramente no será la última, al conocer las virtudes que sus promotores han ensalzado sobre esta forma de producir electricidad. Desde mi punto de vista resulta inadmisible, teniendo en cuenta que su latitud (alto soleamiento) y espacio disponible harían mucho más recomendables parques fotovoltaicos a gran escala.
A pesar de todo lo acontecido y de todo lo que el futuro nos depare, he disfrutado mucho de mis días en familia. Precisamente este año 2020, consciente de la enorme trascendencia que poseen las pequeñas cosas.