La crisis económica que azotó el mundo desde 2008 (tras la apocalíptica caída de Lehman Brothers en EEUU) implicó en muchos casos un cambio de los valores asentados en la sociedad hasta ese momento. Me refiero a la era centrada en la propiedad y el acopio de todo tipo de bienes. La vivienda ya no resultó tener el valor garantizado que siempre nos habían asegurado, y el status quo no nos protegió de los sobresaltos económicos. De esta forma, resultó inevitable repensar nuestra forma de vivir.
Actualmente nos encontramos en un nuevo periodo de cambio, inmersos en plena crisis post-coronavirus. Todavía no sabemos con certeza el alcance de los daños colaterales de la mayor pandemia vivida hasta la fecha en el siglo XXI. El ser humano tiene una gran capacidad de adaptación al medio. Y a su vez, es un organismo natural de costumbres fijas y frágil memoria. Por ello, considero que, transcurrido un tiempo, la COVID-19 quedará archivada en un rincón de nuestra cabeza y en los libros de economía e historia contemporánea. En la mayoría de los casos, todos nuestros buenos propósitos acumulados en el forzoso confinamiento se diluirán en el tiempo como lo hace un puñado de sal al precipitarse sobre un cubo lleno de agua.
En este contexto global, los millennials (generación Y) ganan cada vez mayor peso y protagonizan la “gig economy” (economía de bolos o de concierto), caracterizada por la temporalidad laboral. Una cualidad que implica inseguridad e inestabilidad, lo que conlleva a replantearse ciertos hábitos de vida. El futuro a largo plazo no existe, y los cimientos del sueño americano saltan por los aires: tener una casa con jardín y un coche en propiedad y formar una familia. Las viviendas de alquiler se han despojado de su mala reputación (sobre todo en España), porque sienten que la vida es efímera en sí misma, que nada nos pertenece en el sentido estricto de la palabra.
De este modo, cualquier joven se pregunta: ¿para qué comprar hoy una vivienda en esta ciudad, si quizás el próximo año resida en otro lugar? ¿Para qué conducir un coche propio si puedo ir en transporte público o vehículo compartido? Me ahorro infinidad gastos, preocupaciones y además, durante el trayecto, contacto con mis amigos a través de las redes sociales. Esta nueva noción de propiedad implica que para estas personas es más importante tener acceso a los bienes que poseerlos.
Para los millennials, cualquier fórmula es válida para subsistir. Y este escenario resulta perfecto para que entre en escena la economía colaborativa de la que os hablaré en mi próximo post. Unos auto-denominados “salvadores”, que permiten a la gente gestionar su vida profesional y personal.
En esas nuevas mentes, las inversiones a largo plazo desaparecen y surge una planificación individual a corto plazo. La prioridad es vivir; disfrutar el dinero y vivir al día. Viajar y consumir en cada momento de forma más o menos impulsiva, en función de la situación económica personal. Algo que se relaciona directamente con la felicidad. Y ser madre o padre ya llegará si tiene que llegar. El ideal es disponer de libertad en todos los sentidos, independencia y flexibilidad máxima (que es lo que les pide el mercado). El teletrabajo es una opción que crece, vinculada directamente con la omnipresente digitalización del mundo en el que vivimos. Y una consecuencia directa es disponer de mayor tiempo libre para hacer lo que más le guste a cada uno.
En este escenario, las viviendas deben adaptarse a este nuevo perfil de usuario, aunque evidentemente las particularidades de cada nación y cultura pueden demandar otras características. Personas que mayoritariamente prefieren alquilar a comprar; y que si se decantan por la segunda opción, desean que el coste no sea excesivo. La ubicación ya no importa tanto, siempre y cuando exista una fluida red de transporte público. Aunque evidentemente, se han revalorizado de nuevo los espacios privados al aire libre. Son personas que anteponen vivir solas a hacerlo en pareja. Hombres y mujeres a las que no les importa compartir su casa puntualmente o de forma continua. Y que en muchos casos desarrollan el trabajo desde su casa. La tecnología ha implicado una drástica metamorfosis en nuestra sociedad. La información viaja a toda la velocidad por la red. Y nosotros, con ella.
Se ha generalizado el consumo de contenidos inmateriales: películas en streaming, libros en soporte digital y música en podcast. De este modo, la cultura etérea que se consumen sin soporte físico vacían las estanterías de objetos innecesarios. Se impone la ligereza. Aunque por otro lado, siguen siendo necesarios amplios armarios para guardar la ingente cantidad de ropa que las grandes cadenas se han dedicado a democratizar. En definitiva, son necesarias viviendas de muy diversas formas, pero fundamentalmente pequeñas, versátiles y de alquiler.
Próximamente me centraré en las características de las diferentes tipologías de viviendas que conformarán en el futuro próximo el espectro residencial de nuestras ciudades.