Viajar es importante. A casi todo el mundo le gusta. Es obvio; por las múltiples satisfacciones que reporta. Europa es un continente de gran variedad cultural, y la belleza de sus mercados navideños hace imposible escapar al encanto de su llamada. Existen muchas formas de viajar, y sobretodo muchas actitudes con las que descubrir mundos nuevos. En mi caso destaca el interés por mirar hacia afuera y hacia dentro, siempre con los ojos de un estudiante de arquitectura. Pero con la ventaja de la experiencia. Y de esta forma, consigo crecer como persona y como profesional.
En una ciudad, la historia de sus habitantes más célebres define su presente, no su futuro; ya que éste es un estadio aún sin definir, y se halla en nuestras manos. En París se puede apreciar con gran claridad. Reyes, artistas y egos dejaron una huella imborrable en ese lienzo en blanco llamado territorio. Y aunque conocer todos estos datos no me inspira directamente para nuevos proyectos, sí me hace reflexionar sobre el origen de las cosas. Muy importante también.
Viajar cada pocos años a una misma ciudad me permite ver su evolución. Es el caso de París, posiblemente la ciudad que más me apasiona de toda Europa. Para empezar por estar en Francia. Y es que no puedo evitar manifestar mi debilidad por esta nación, a pesar de que posea a su vez ”cosas” que no son de mi agrado. París es una isla dentro del país, como sucede con las capitales de otros países. El turismo es casi siempre el culpable. Un elemento que distorsiona la esencia de su idiosincrasia. Y también provoca cambios en su tejido. Como el anecdótico quizás pero obligado cambio de nombre del ¨Pont de l’amour”. Tengo en mi retina grabado esta pasarela con sus barandillas metálicas atestadas de una infinita variedad de candados. Una peculiar carrera de las parejas de enamorados por mostrar ante el universo el deseo de hacer eterno su sentimiento de amor. El saber no ocupa lugar, pero el amor sí “pesa”. Algo que en Köln no molesta, pero aquí llegaba a poner en peligro la estabilidad de la estructura que cruza río el Sena y dificultaba sin duda el tránsito de personas a través de la misma. De esta forma, hoy el nuevo “Pont des Arts” luce con orgullo antepechos de vidrio donde resulta imposible depositar cerrojos grabados con forma de corazón rojo.
En otro ámbito, las diferencias sociales de las que hablé recientemente en este blog fuerzan algunas mutaciones físicas o de movilidad dentro de la ciudad: muros de cristal a los pies de la Torre Eiffel, verjas metálicas para contener los flujos de personas, controles de seguridad, registros de bolsos y mochilas en los accesos a edificios singulares…. Daños colaterales de la guerra invisible en la que está inmersa el viejo continente (no por ello más sabio).
Así mismo, esas desigualdades se manifiestan de otras maneras como son las revueltas sociales. No hay otro país como Francia que mejor refleje la unidad frente a la injusticia. Como en este momento, que se están produciendo protestas frente a la última reforma de pensiones de E. Macron. La fuerza del pueblo es una característica del pueblo francés. Quizás por la huella que Victor Hugo dejó a finales del siglo XIX con su eterna “ Los miserables”. Una obra archi-versionada, que precisamente ahora se encuentra en cartelera y rememora los disturbios de 2005 acontecidos en la “banlieu” parisina Clichy-sous-Bois como protesta por los abusos policiales y en definitiva por las injusticias sociales. Esta película del prometedor director de color Ladj Ly (poco conocido por aquí) actualiza la esencia del libro que la inspira. Como el propio autor señala, ¨Cuando uno es víctima de la injusticia siempre está tentado por la violencia”. Un film que concluye “abierto”, con una de las frases de Victor Hugo que pasaron a la posteridad: “Amigos míos, retened esto: no hay malas hierbas ni hombres malos. No hay más que malos cultivadores” (…). Os animo a verla.
Como ya he adelantado, París es una gran ciudad desde hace siglos. Hoy día el crisol de culturas que converge en ella favorece su riqueza artística, intelectual y social. Rica, en muchos aspectos, pero que sin embargo posee grandes diferencias económicas. Y esas diferencias sociales de las que hablo no solo se quedan en la periferia, sino que también alcanzan el corazón de la ciudad en forma de cuerpos caídos sobre ese gran tapiz llamado vía pública. Allí donde transitan apresurados miles de egoístas zapatos, humanos de pies descalzos tiemblan encogidos tumbados en posición fetal sobre un húmedo y despiadado suelo junto al renovado centro consumista “Les Halles”. A un paso de allí se encuentra el kilómetro cero de la ciudad: el centro Pompidou. Un referente de la ciudad, al nivel del “Musée du Louvre” o el Sacré Coeur. Cada uno en su campo. Porque no se puede negar a Richard Rogers+Renzo Piano la visionaria apuesta que realizaron en los años 70 con este emblemático edificio. Una referencia original y atemporal, sin duda, que confiere a sus instalaciones en alegres protagonistas del edificio y de esta emblemática parte de la ciudad.
Los “estratos humanos” también se superponen a la vista simplemente dando un paseo en barco por la ribera del Sena. En el nivel superior, una amalgama de adinerados orientales con máscaras blancas en su boca y cámaras compactas de última generación en sus manos. En el nivel inferior, húmedas tiendas de campaña individuales que permanecen ancladas a los adoquines de estrechos muelles cabizbajos. Igual que se encuentran las vidas de sus moradores: varadas en mitad de un turbulento destino. Casas de tela donde el suave sol de invierno no se atreve ni a llamar. Un episodio del tan desgraciadamente actual “sinhogarismo”, del que recientemente escribí.
(…)
Pero si hay una protagonista en la ciudad (con permiso del Louvre) esa es la Torre Eiffel. Una huella imborrable que permanece impasible a los avatares de la historia. Por suerte. Hasta Hitler la adoraba. Pensar que una fotografía que alguien tomó hace 130 años posee el mismo fondo que una imagen de hoy día es increíble. Una idílica atalaya desde donde disfrutar del techo de la ciudad. Una estructura perfectamente organizada de principio a fin. Desde aquí, también se muestra una vez más que el poder del dinero. Y me refiero al encargo que mi admirado Frank O. Gehry recibió desde el gigante del lujo LVMH: edificar un imponente edificio en mitad del “Bois de Boulogne” (un espacio natural, pulmón de Paris, obra del gran renovador de Paris Georges- Eugène Haussman). A pesar de todos los lógicos y justificados problemas acontecidos en el proceso constructivo, finalmente la Fondation Louis Vuitton vio la luz a finales de 2014. Un hito “poco afortunado” visible desde la Torre Eiffel por encima de los árboles del gigantesco bosque que rodea el edificio.
La primera vez que pisé la Place du Trocadéro (lugar imprescindible desde el que realizar la aproximación a la Torre Eiffel) fue hace 30 años. Parece que fue ayer cuando un gigantesco rótulo vertical indicaba el feliz aniversario de su construcción: “100 ans” (100 años).En esta ocasión se celebran los 130 años. Un motivo más que suficiente para festejarlo. Supuestamente su destino era temporal, pero evidentemente sus promotores fueron visionarios y sabían perfectamente que el destino sería otro bien distinto. Y así ha sido. Para deleite místico de todos los amantes de la arquitectura, la “tour Eiffel” es simplemente mágica. Una obra maestra sobre la faz de la tierra. Adalid de la “atemporalidad”. ¿O acaso alguien se atreve a asegurar que no fue finalizada hace un año? ¿O diez años? Su compleja construcción es absolutamente loable, inexplicable para su época, utilizando las técnicas más pioneras del momento para la ejecución de puentes a base de celosías metálicas. Una obra a contracorriente, como no podía ser de otro modo. Al igual que siempre ha sucedido con las grandes obras maestras a lo largo de la historia. En mi reciente visita a París tuve la gran suerte de poder observarla de día y de noche, con sol y con lluvia. Y lo mejor, ver esta joya arquitectónica emergiendo de un otoñal manto de hojas amarillas realzado por los dorados rayos de sol en esta época del año. Sublime.