casa 33

el proyecto de toda una vida…

La pasión es un sentimiento incontrolable. Es una pulsión que nace desde lo más profundo de tu interior y por eso es imposible conocer las causas que la generan. Mi mujer es el amor de mi vida, mi pasión, mi todo. Algo parecido a lo que sucede con mis hijos y, por supuesto, con mis padres. El amor y la vida son lo más grande del mundo.

Pero además, en mi caso me siento especialmente afortunado por tener otra pasión que inunda toda mi existencia: la arquitectura. Una disciplina que amo con toda mi alma, que impregna todo lo que hago, todo lo que pienso, dibujo o escribo. A pesar de que no siempre resulta sencillo, porque la rutina provoca en ocasiones una densa niebla que impide asirme fuerte a mi preciosa vocación.

Proyectar en arquitectura es una forma de materializar las ideas fugaces que atraviesan mi inquieta cabeza. Pensar que las cosas pueden ser diferentes y bellas es algo emocionante. Después, solo hace falta que se conviertan en realidad. Y si eso no es posible a escala 1:1, me conformo con tenerlas en maqueta a 1:50 o 1:100.

La portada del ensayo “Arquitectura de andar por casa” del compañero Luis Lope de Toledo puntualiza: “Un libro para entender y disfrutar el único arte en el que vives, comes y duermes”. Sin duda, es una obviedad que no conviene olvidar, aunque demasiadas veces la arquitectura no reciba la atención que merece. Incluso por parte de nosotros, los arquitectos.

Nuestra profesión es compleja, exige vocación y sobre todo, entrega. Los plazos de desarrollo de proyectos suelen durar años, aunque lógicamente dependen del tipo de obra. El periodo que transcurre desde que un promotor (público o privado) decide poner en marcha una idea hasta que esta puede “habitarse” es un largo camino de obstáculos e intereses cruzados. Como ya he dicho en otras ocasiones, la burocracia, la normativa y las justificaciones técnicas retrasan e incluso perjudican la calidad arquitectónica de los proyectos.

Por eso, agarrarse fuerte a la arquitectura como tabla de salvación entre un tsunami de trabas, críticas y decepciones resulta absolutamente imprescindible. Sí, porque al final la tormenta siempre cesa y queda la satisfacción del trabajo bien realizado. Un complaciente sol que acaricia mi piel en los fríos días de invierno y me recuerda que la constancia recibe por fin su merecida recompensa.

Crear y creer. Esa es la cuestión. Ser auténtico, comprometido, más allá de las efímeras tendencias. En este contexto, la decoración ha ganado sin ninguna duda la partida a la arquitectura. La primera impregna el papel couché con imágenes de espacios supuestamente innovadores pero que comparten todos el mismo destino: la caducidad inmediata. La teórica creatividad que supuestamente debe ser halagada en realidad solo está basada en la singularidad de esos espacios. Y las extravagantes decisiones adoptadas no son en sí mismas garantía de calidad compositiva. Sobre todo cuando se cuenta con un generoso presupuesto, ya que los objetos y materiales que componen las imágenes no suelen ser precisamente baratos. El lujo es el espejo en el que todos nos miramos, el sueño al que todos aspiramos. Una ilusión que rara vez se materializa, pero que por el camino nutre el sistema capitalista.

En realidad, no me salen las cuentas de todos los diseñadores de interior que son referentes mundiales o han realizado una reforma que se ha publicado en medio mundo. Ganadores de galardones y premios de todo tipo pero que, en definitiva, a mí no me seducen lo más mínimo.

Aunque en arquitectura a veces sucede algo parecido: existen obras que obtienen un alto reconocimiento cuando el único mérito de su creador es haber obtenido el encargo. A partir de ahí, en muchas ocasiones el esfuerzo (que no lo pongo en duda) no supone ninguna contribución a la calidad de la arquitectura contemporánea. Y no digo que todo tenga que serlo. Simplemente que a veces con muchos recursos se consigue muy poco, y en otras circunstancias con muy pocos medios el resultado es extraordinario.

No es ninguna crítica. La subjetividad queda relegada ante el paso del tiempo. Y sobre todo, cuando el trabajo se acompaña de palabras. Yo escribo sobre arquitectura porque yo mismo soy arquitectura. No lo puedo evitar. Cualquiera que me conozca la sabe: cuando hablo sobre arquitectura la pasión me invade por completo. Y tengo una gran suerte por tener una gran fuente de inspiración: la casa 33. Mi casa estudio, que es simplemente mi yo construido, un lugar donde cada día crece mi pasión por todo lo que hago.

Muchos compañeros de profesión piensan que la arquitectura puede mejorar el mundo. Pero la arquitectura está pensada exclusivamente por arquitectos, y el mundo necesita la intervención de todas las personas. Las guerras que nos rodean y el modelo de la Unión Europea frente a la migración no arrojan precisamente un futuro de esperanza para todas las vidas que huyen del infierno. Las casetas de los campos de refugiados, las infraviviendas de los más vulnerables y los cuchitriles de los temporeros no deberían normalizarse. Y mucho menos los miles de edificios masacrados por Israel en Gaza o más recientemente Líbano. Ucrania se desgarra entre la vida y la muerte y en Europa solo pensamos en enfocar como un problema lo que en realidad es una necesidad: la migración. Basta con regularizar los procesos. ¿Tan complicado es? El egoísmo, el individualismo y la envidia son los principales agentes destructores del camino hacia una sociedad más justa. Siendo iguales, nos consideramos diferentes, y ese sentimiento es aprovechado por una minoría para mejorar su situación personal (políticos de derechas) o hacer negocio a través de las redes sociales. A mí no me molestan los migrantes honrados, sino las malas personas. Y de eso, abunda mucho entre los autóctonos europeos.

Por ello, la arquitectura del futuro debe ser como las personas del presente: inclusiva. Y esto conlleva acercar la calidad de los espacios a la realidad que nos rodea en cualquier rincón del planeta. Las tramposas imágenes que vemos en redes sociales o revistas (hablo de espacios habitables, no de influencers, aunque sería igualmente aplicable) no se correspondan con la vida de los habitantes con menos recursos. Es decir, con la inmensa mayoría.

Los embates del mar aluden a una lucha permanente entre fuerzas antagónicas: el orden y el desorden. En el eje pasado-futuro se ubican las diferentes fuerzas que condicionan nuestro presente ante unas versátiles coordenadas temporales. Es tu turno. Te toca mover ficha. Moriremos en el tiempo, pero ahora es momento de ayudar a los que más lo necesitan. Juntos podemos contribuir a tener un mundo mejor. Pero no solo con palabras, sino con hechos.

Y termino esta breve reflexión con la frase que pronunció el célebre cirujano francés Victor Pauchet: “El trabajo más productivo es el que sale de las manos de un hombre feliz”. Un hombre y por supuesto mujer, que sin duda tiene una o más pasiones que les llenan.

Por eso, Putin, Netanyahu, al-Ásad, Meloni, Trump, Milei, Kim Jong-un y tantos otros, por favor: sean muy felices.