Año cero. Era post-coronavirus. La humanidad despierta del letargo en el que se ha visto sumida. Tras caer noqueada en el suelo del ring, ha permanecido en coma durante más de dos meses. Hoy por fin ha conseguido ponerse en pie y caminar hacia la luz. El espacio exterior aguarda paciente. Un lugar que en esencia no ha cambiado mucho. Más bien nada. Pero que tras el último combate, nos ha hecho ver las cosas de otra manera.
En este punto, los arquitectos más mediáticos hacen manifestaciones de todo tipo. Los medios los buscan para conocer sus opiniones. Tanto urbanistas como “edificadores” coinciden en la necesidad de hacer cambios en el tejido urbano y en las tipologías residenciales; un terreno archi-explorado donde no se ha avanzado apenas nada en los últimos años. Muchas palabras, pero pocas ideas concretas. Al menos, con visos de poder materializarse en un futuro inmediato. En la ciudad, las zonas verdes deben ganar presencia. Cohabitar las ciudades. En perfecta simbiosis.
Por otra parte debo decir que a pesar de lo que se ha afirmado de forma generalizada recientemente, la vivienda no ha asumido funciones nuevas durante el confinamiento; simplemente las ha condensado. Vida, trabajo, ejercicio o descanso estaban presentes en mayor o menor medida. Lo que se ha producido es un cambio forzoso del punto de vista. Sobre todo en un país como España, caracterizado por la vida social exterior. La versatilidad de nuestras viviendas es sin duda la clave del problema. Pero debemos recordar que el espacio es como el tiempo (y los recursos): limitado. Y de donde no hay, no se puede sacar. Únicamente, podemos ayudar para optimizarlos.
Como ya he expuesto en numerosas ocasiones el cambio en los hábitos de vida está dentro de nosotros. Y mientras no seamos conscientes de ello, no se producirá ningún avance. En la nueva normalidad, las nuevas viviendas y las nuevas ciudades deben ser para nuevas personas. No para los individuos del pasado. Los hábitos de equidad, sostenibilidad y proximidad (ESP) deben ser las claves para garantizar la permanencia de la humanidad en el planeta. Desgraciadamente, nos solemos centrar en el primer mundo. Y nos olvidamos de los millones y millones de personas que viven en construcciones de diversa índole (cabañas, chabolas, etc) que carecen de agua corriente, red de saneamiento o electricidad. Un hecho gravísimo que demuestra que en el mundo global e hiperconectado del siglo XXI la igualdad de condiciones para el desarrollo de la vida es absolutamente inexistente. Y eso debe cambiar ya. No solo por solidaridad, sino como medida preventiva ante una nueva pandemia: es una urgencia sanitaria. Una necesidad que debe ser conducida con criterios de sostenibilidad (el camino hacia las emisiones cero es muy muy largo) y evitando la especulación.
Y no me refiero sólo a la igualdad en derechos; también en obligaciones. En el mundo que yo defiendo, no hay cabida para los pobres; pero tampoco para los vagos, insolidarios o corruptos. Todas las personas tienen derecho a un hogar digno y no sufrir para poder comer cada día. O dormir sin miedo a ser violados o asesinados. Pero esas mismas personas tienen la obligación de cuidar el sistema que les garantiza esas condiciones, y contribuir individualmente a que La Tierra pueda seguir siendo nuestro hogar global. Estudiar, trabajar y empatizar con los demás son las claves de la sostenibilidad. Dejando a un lado las diferencias (religiosas, políticas, sociales o de género) y pensando más en todo lo que nos une. Y donde la cultura establezca las reglas de juego. Puede que suene a utopía, pero soy arquitecto; y mi profesión me ha enseñado que si puedes imaginarlo, puedes hacerlo realidad.
En este escenario, la arquitectura y la gestión política juegan un papel fundamental. Priorizando el interés general sobre el individual, y garantizando la objetividad en la consecución de méritos. El capitalismo sí puede sobrevivir (a diferencia de lo que piensa el artista chino Ai Weiwei), pero sus principios de economía global, deslocalización, movilidad, etc deben cambiar radicalmente, de forma que la libertad individual recobre la confianza en los poderes públicos.
Entre otras cosas, considero necesario el cambio de la normativa urbanística a nivel mundial. Desde mi punto de vista, las viviendas de nueva construcción deben adaptarse a las necesidades actuales: tele-trabajo, espacio al exterior, luz natural, etc. Para empezar, deberían disponer de un espacio privado al exterior. Una terraza amplia privada (mínimo 10 m2), que incorpore obligatoriamente una zona ajardinada (tipo mesa de cultivo).Este área exterior deberá disponer de buena orientación (preferiblemente para recibir soleamiento), prohibiéndose expresamente la orientación que nunca reciba sol. Un criterio utilizado de forma generalizada en los hospitales antituberculosos que llenaron Europa a principios del siglo XX, y del que tenemos un extraordinario ejemplo en el Raval de Barcelona (obra del magnífico arquitecto racionalista Josep Lluis Sert). Sin embargo, las terrazas no deberían mantener su configuración actual, ya que reducen enormemente la entrada de luz natural al interior de la estancia que iluminan.
Necesitamos el sol para mantener nuestra salud física y psíquica. Por si fuera poco, además se garantiza el desarrollo de todo tipo de actividades al aire libre y la producción de alimentos de origen vegetal para consumo propio. Sin olvidarnos de la aportación de oxígeno al medio ambiente a través de las plantas. Y yo apuesto por que esta zona no computase a efectos de edificabilidad. La repercusión económica de esta zona dentro de los costes de la vivienda (en general, por debajo del 5 %), aunque puede variar en función del precio del suelo.