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el proyecto de toda una vida…

La aplicación reciente de un Real Decreto de ámbito estatal ha supuesto la limitación de la velocidad máxima para los vehículos que circulan por nuestras es. Sin duda, una muy buena noticia para tod@s. Sucede en un momento muy concreto a nivel social: en el tiempo post-pandemia o de nueva normalidad, tras un periodo de más de un año en el que la movilidad de todas las personas quedó abruptamente cercenada por culpa del COVD-19 y el consecuente estado de alarma decretado por el Gobierno de España.

En una era marcada por la digitalización, la competitividad y el desarrollo general de todas nuestras actividades era hora de hacer una pausa en nuestro ritmo vital. Cuando volamos, queremos hacerlo lo más rápido posible. Cuando navegamos, queremos la máxima velocidad para nuestra conexión a internet.  Y cuando deseamos adquirir algún objeto de consumo a través del e-commerce nos fijamos en que el plazo de entrega sea lo menor posible. Conducimos como vivimos: a toda velocidad. Sin darnos cuenta de que las mejores cosas de nuestra vida suceden a cámara lenta y rodeados de las personas que amamos. Y todavía anhelamos que esos instantes sean eternos.

Por eso no debemos pensar que los viajes son una pérdida de tiempo. Al menos cuando se producen en un periodo de tiempo razonable, como es el caso de los trenes, autobuses y cualquier otro medio de transporte público. Moverse habitualmente en bici ayuda a pensar (al menos a mí, muchísimo). Y cuando no tenemos más remedio que desplazarnos en vehículo particular, reducir la velocidad en nuestro entorno urbano e interurbano ayuda a cuidar el medioambiente, salva vidas ( directa e indirectamente) y ayuda a crecer como persona.

Treinta kilómetros por hora es el nuevo límite de velocidad establecido desde mediados del mes pasado (mayo de 2021) para la mayor parte de las calles españolas. De hecho, algunas capitales (Vitoria o Bilbao, por ejemplo) ya aplicaban esta limitación. Según el tipo de vía urbana los condicionantes pueden variar, como es el caso de las calles con la calzada al mismo nivel que la acera (sin bordillo), donde la velocidad máxima se reducirá hasta los 20  km/h. La seguridad vial (salvar vidas) ha sido una prioridad para la aprobación de esta norma, que como adelantaba antes tiene muchas otras ventajas para el entorno y para las personas. Las ciudades ganan una batalla más en su lucha para erradicar la infección de vehículos privados que invaden gran parte del espacio público, tanto los que circulan como los que se encuentran estacionados en superficie. Todos los pasos que se efectúen en este sentido deben ser bienvenidos.

La Red “Ciudades que caminan” es una asociación sin ánimo de lucro, abierta a ayuntamientos y otras administraciones públicas comprometidas con la “caminabilidad”. Nuestro objetivo principal es que los viandantes sean máximos protagonistas de la movilidad urbana y del espacio público. Con estas palabras se definen en su página web. Toda una breve pero directa y contundente declaración de intenciones. Actualmente se engloban 63 poblaciones españolas cuyos dirigentes han apostado por las personas. Entre ellas encontramos localidades tan diferentes como Pontevedra, Bilbao, Melilla, Valencia, Ponferrada o Vitoria-Gasteiz. Echo de menos a Madrid y Barcelona, pero estoy seguro de que en los próximos años se unirán éstas y muchas más. Entre las actividades de la Red Ciudades que Caminan se encuentran múltiples campañas, trabajos de sensibilización y por supuesto colaboración con la administración pública para atraer a ”sus redes” al mayor número de poblaciones posibles. Os recomiendo interactuar con el mapa virtual de su “entorno urbano modelo” incluida en la portada de su web, donde podréis conocer “25 píldoras peatonales” que la hacen caminable.

La “Iniciativa Ciudad 30” era de sus primitivas reivindicaciones ya que el coche particular es el principal enemigo de la vida urbana. Una máquina que se transformará en los próximos decenios (mutación a eléctrico, fuertes restricciones de paso en zonas habitadas, etc) pero que desde mi punto de vista nunca desaparecerá. Pero tras alcanzar esta meta es necesario seguir avanzando para transformar la epidermis de nuestras s hasta convertirlas en totalmente accesibles y mucho más humanas.

El suplemento dominical de El País incluyó el 30 de mayo de este año un número especial dedicado a las ciudades. En él se incluyeron las propuestas de expertos en diferentes disciplinas para apoyar el cambio que viene. Procesos lentos y a veces de compleja implantación, por lo que urge tomar decisiones que conformen las urbes del futuro. Las ideas son muchas, pero todas redundan en conferir mayor protagonismo a la naturaleza y en conquistar el espacio urbano para lograr poblaciones amables que faciliten el desarrollo de todo tipo de actividades al exterior. Eso sí, siempre que la climatología lo permita. Llegados a este punto es necesario decir que la cultura, el nivel de desarrollo socio-económico y el civismo de los habitantes de un país pueden derivar en soluciones muy diferentes de uno a otro lugar. Con esto quiero decir que no existen soluciones concretas extrapolables a todas las localidades del mundo, ya que al igual que sucede en la arquitectura el lugar y el criterio de aplicación pueden diferir enormemente en la propuesta a aplicar.

La transformación del espacio público es una realidad que determinará el futuro de nuestro entorno urbano. El uso adecuado de los vacíos urbanos y del equipamiento público construido mejorará la calidad de vida de sus habitantes y el del aire que respiran. A ello contribuirán los edificios que paulatinamente serán mucho más eficientes energéticamente, un punto de inflexión en el que nos encontramos de cara a reducir drásticamente las gravísimas consecuencias del cambio climático. Mejores ciudades, mejores casas… sí ; pero también es necesario viviendas donde ser felices. Espacios donde descansar, donde dejar a un lado la rutina y sanar física y mentalmente cuando lo necesitemos. Por ello, arquitectura y urbanismo deben caminar de la mano.

Pero al mismo tiempo debemos ser conscientes que el ser humano toma decisiones permanentemente, y el lugar donde decide vivir también lo es. Para bien o para mal. Como os dije recientemente en otro post, es necesario un reparto más equitativo de los servicios públicos e infraestructuras entre las diferentes regiones de nuestro país. Pero a la vez, los distintos sistemas deben ser sostenibles no solo medioambientalmente: también económicamente. En el futuro, el campo llegará a la ciudad y la ciudad al campo. Y en el espacio intersticial, se producirá la vida.