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el proyecto de toda una vida…

El cielo es infinito. Nuestra vida, limitada. La luz natural, la energía para la vida. Y el vidrio, el camino hacia la eternidad.

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En la era digital asistimos al nacimiento de numerosos términos que inundan poco a poco nuestra vida casi sin darnos cuenta. En arquitectura, por encima de muchos otros conceptos se encuentra la “sostenibilidad”, un sustantivo íntimamente unido a la “eficiencia energética”. Consumir menos y de forma respetuosa con el planeta.

Afortunadamente, las fuentes de energía renovables no cesan de incrementar su protagonismo. Tanto en la producción de energía eléctrica y térmica que utilizamos cada día en nuestros hogares, puestos de trabajo e inmuebles de todo tipo, como en nuestra movilidad diaria.

La energía que menos contamina es la que no se utiliza. Por ello, además de incrementar la utilización de renovables para producir esa energía que siempre necesitaremos, es necesaria la reducción de la demanda energética de los edificios que habitamos y de los entornos urbanos que los rodean. La pobreza energética es un problema creciente entre los hogares más desfavorecidos, tanto en invierno como en verano. Y los efectos del cambio climático contribuyen al empeoramiento de la situación para las familias con menos recursos.

La arquitectura y el urbanismo pueden y deben salvar vidas. Al menos en lo que se refiere a la protección pasiva frente a los agentes atmosféricos. Porque ante el creciente aumento de la polarización ideológica, odio y devastación creciente en el mundo (incluyendo el mal llamado primer mundo) promovidos por el estúpido ser humano, poco se puede hacer.

En relación con este punto debo decir que es una evidencia la creciente concienciación en el consumo de energía y la procedencia de esta. Menos mal. Las sociedades occidentales están procediendo a la mejora de la eficiencia de las envolventes de los inmuebles edificados hace 30,40,50 años y más, con el finde adaptarlos a la normativa actual. En Europa, el objetivo de descarbonización y reducción de la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera se ha ido desarrollando en los últimos años a través de varias leyes.

Paseando por cualquier ciudad de nuestro entorno podemos observar cómo en los últimos años se han generalizado las obras en fachadas para instalar un sistema S.A.T.E. (Sistema de Aislamiento Térmico Exterior) o de fachada ventilada. Igualmente, se sustituyen obsoletas calderas individuales, deficientes carpinterías exteriores o se procede a la instalación de placas fotovoltaicas y aerotermia.

El tratamiento de las fachadas (superficie opaca y fenestración) es un factor determinante de la estética urbana. La envolvente vertical es la piel que conforma los volúmenes que percibimos en el espacio al caminar por nuestros pueblos y ciudades. De ahí la importancia de diversificar las actuaciones y no extender una moda “prêt-à-porter” para todo el mundo.

En la actualidad, se ha generalizado la instalación de carpinterías de altas prestaciones y una baja transmisión térmica, tanto en PVC como en aluminio con rotura de puente térmico. Se desarrollan los perfiles, las juntas de estanqueidad, los intercalarios no metálicos, los gases inertes con mayor capacidad de aislamiento térmico y también el ineludible protagonista: el vidrio. Sí, porque los precios se han desplomado, y cada vez es más habitual encontrar lunas con control solar, bajo emisivo, selectivo, etc. Las coloraciones y terminaciones poseen también grandes posibilidades a nivel estético, por lo que podríamos decir que el vidrio es una inagotable fuente de creatividad.

En arquitectura, se busca habitualmente la continuidad de los espacios interiores. Cada vez es más frecuente eliminar tabiques y divisiones intermedias y crear ambientes abiertos a la vida. Este concepto tiene un obstáculo: la envolvente exterior. Y ahí es donde aparece el vidrio, adalid de la transparencia y que se garantiza la conexión interior y exterior.

Un claro exponente de esta idea sería la casa Fransworth (1951, Plano, Illinois, EEUU) del genial arquitecto alemán Mies Van der Rohe. Una obra majestuosa  no exenta de polémica y de numerosos problemas constructivos. Pero más allá de todo eso, resulta innegable la falta de privacidad tan necesaria en determinados momentos de la vida diaria. Otro ejemplo menos disruptor es el que encontramos en la bellísima casa Schöeder (1924, Utrecht, Países Bajos) de Gerrit Rietveld. En ella, las ventanas de la planta primera se encuentran en perpendicular sin perfiles en esquina y, una vez abiertas, permiten la conexión total con el entorno y visión en diagonal del espacio exterior.

En cualquier caso, para mí la calidad de un espacio se define fundamentalmente por la amplitud de sus ventanas. Con todos los matices que esta afirmación conlleva. Porque en cada uso, en cada latitud, y en cada circunstancia, las necesidades específicas pueden variar mucho. Pero de alguna manera comparto la afirmación del arquitecto Alberto Campo Baeza cuando, hace más de 30 años, afirmó que “La luz es el principal material de la arquitectura”.

Por ello, existiendo la capacidad técnica no comprendo cómo aún muchas personas rechazan la luz en el interior de sus hogares, escuelas o espacios de trabajo. En algunas ocasiones es la propia normativa municipal la que limita el porcentaje de huecos en cada fachada. Como si la presencia de vidrio pudiese perturbar la imagen de un edificio. Su influencia es innegable, pero sin duda de efectos positivos. Si no, que se lo pregunten a Le Corbusier, que entre una de sus infinitas aportaciones a la arquitectura generalizó la utilización de los brise-soleil (parasoles) en las fachadas cuya orientación posee una alta exposición al sol (por ejemplo, la Cité de Refuge de Paris).

Caminar por cualquier calle de Países Bajos permite descubrir cómo muchísimas viviendas poseen grandes ventanales sin cortinas ni persianas. El calvinismo que rezuma la filosofía de sus habitantes ante la vida hace prevalecer este tipo de actitudes, relegando a los estores a un elemento meramente compositivo o de oscurecimiento en los espacios destinados al descanso.

Huecos de fachada sin ningún elemento de protección ni filtro de separación. Desafiando a los ladrones e incluso a una mínima y necesaria intimidad. La transparencia de nuestra vivienda podría ser una metáfora de la honestidad que define nuestro comportamiento hacia el mundo. Una cualidad en peligro de extinción en un mundo digital en el que nada es lo que parece.

De hecho, en España es algo poco habitual y recomendable, entre otras cosas porque la envidia es un pecado capital demasiado extendido como para hacer público nuestro espacio más íntimo. Aunque hoy en día el mayor escaparate de nuestras vidas se encuentra en las redes sociales: un espacio infinito donde dejamos huella con cada interacción y que, siguiendo ese hilo conductor entregado inocentemente, permite hacer una lectura global de nuestro perfil ideológico, poder adquisitivo, estatus social y preferencias de consumo.

La arquitectura puede ser más a o menos interesante en función de múltiples factores, más allá de la subjetividad de cada observador. Pero en lo que no puede haber ninguna duda es que la luz natural mejora la calidad de lo preexistente. Pensemos en todas esas imágenes de habitaciones de hotel, salones de lujosos chalets o espacios wellness donde los influencers son retratados. En todos, la luz es un elemento muy cuidado. Y en la mayoría de los casos, la luz natural inunda los ambientes. Solo en casos muy concretos se busca la intimidad en baños o spas donde predomina el negro y la luz tenue.

Más allá de la digitalización, la Inteligencia Artificial, el cambio climático, la globalización, etc debemos centrar nuestro enfoque en el entorno más cercano. La pérdida de protagonismo de la televisión en el salón de nuestros hogares, la diversidad de usos que las estancias requieren a lo largo de su vida útil y las evidentes carencias que mostraron nuestras viviendas (enfatizadas durante la pandemia de COVID-19) deben ser la base sobre la que repensar el concepto de hogar en el siglo XXI. Versatilidad, equipamiento y eficiencia energética para todos los días. Un concepto que ineludiblemente pasa por inundar de luz natural y aire puro todas las estancias. Y que sin duda obligará a replantear el trazado urbano actual. Será equiparable a pasar de la Edad Media a la ciudad moderna.

La luz natural está por encima de los estilos arquitectónicos. Es como el espacio o el tiempo: insustituible. Para mí, el vidrio es un material indispensable que realza la belleza de los espacios creados, tanto interiores como exteriores. Jugar con ella, tamizarla o reflejarla aumentan las opciones de emocionar a sus usuarios. Precisamente porque la luz es energía, energía cambiante. Y la que emite el sol, inagotable. Cada día, cada hora y en cada estación del año los espacios reciben un impulso diferente. Y de esta forma, se enriquece la arquitectura. Yo estoy totalmente enamorado del vidrio y de las posibilidades que ofrece. Porque juega con mis proyectos, redibuja los volúmenes en el espacio y reescribe las historias de amor que suceden en su interior. Por eso, solo puedo decir una cosa: vidrio, te quiero.