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el proyecto de toda una vida…

Julio de 2024. El verano por fin desembarca en la península que habito, esa que separa dos continentes y reproducen los informativos de mi país en su franja meteorológica. El clima ya no es tan predecible como antaño, y no me refiero solo a los agentes atmosféricos. El clima social, político y económico es convulso. Todo cambia y todo permanece. Es una guerra de fuerzas antagónicas en permanente conflicto, tal y como define mi arquitecto favorito Daniel Libeskind al inicio de su libro ”Edge of Order”. Sí, porque nada más girar la portada e introducirnos en su genial universo, encontramos la frase del famoso escritor francés Paul Valéry: “Dos peligros amenazan constantemente al mundo: el orden y el desorden”.

Recientemente en “El País” tuve la oportunidad de leer una entrevista realizada al filósofo y escritor alemán Peter Sloterdijk. En ella, éste describía el futuro de la humanidad de color “gris”. Muchos lo tacharán de pesimista, pero quizás haya sido todo lo contrario. Porque siento que el calentamiento global actuará sobre la humanidad como el “Síndrome de la rana hervida”. Una predicción basada en nuestra manifiesta incapacidad para calibrar las amenazas reales que se ciernen sobre el horizonte humano.

Entre las noticias de actualidad, comprobamos cómo una simple actualización de un antivirus informático repercute sobre el sistema operativo más utilizado del mundo (Microsoft) y pone una vez más en evidencia la vulnerabilidad de la realidad construida. En un mundo global, las personas estamos más interconectadas que nunca. Tanto voluntaria como involuntariamente. Una razón por la cual no podemos mirar hacia otro lado cuando otras personas sufren injustamente. En especial, cuando el culpable es el propio ser humano. Llámese Ucrania, Gaza, migración o cualquier tipo de dictadura.

En este contexto, el descontento social de las clases medias alienta el auge de la ultraderecha. Aunque afortunadamente en Francia el cordón sanitario in extremis ha conseguido el objetivo previsto. Confío en que en EEUU tampoco gane las elecciones el nuevo héroe norteamericano Donald Trump. Y menos ahora, en un momento en el que el decrépito Joe Biden ha dejado por fin paso a una fulgurante Kamala Harris. Una mujer terrenal que, a diferencia de Trump y Biden, no confía su futuro a los designios divinos.

Su resurgido competidor (el candidato republicano) no deja de ser un niño grande con dinero y poder que organiza una puesta en escena de icono musical para encandilar a una escasamente avezada población en materias clave. Una estrategia que incluye su falso intento de magnicidio como fórmula para disparar su popularidad en un momento muy concreto perfectamente estudiado, como ya fue utilizado anteriormente por Cristina Fernández de Kirchner, Mariano Rajoy o Unai Pradales (en estos dos últimos casos la estrategia incluía solo una agresión física).

Un descontento que aumenta en Alemania, Países Bajos, etc y que no se soluciona ilegalizando los partidos políticos que lo satisfacen. La verdadera solución es la cohesión social, que los dirigentes actúen como “pegamento social”, aunque mi propuesta resulta kafkiana en un mundo político que favorece sistemáticamente la polarización.

En el plano nacional, la reciente victoria de la selección española en la Eurocopa 2024 ha forzado el reconocimiento del papel clave desempeñado por jugadores de origen africano como Lamine Jamal y Nico Williams. Excepciones absolutas entre miles de inmigrantes que día tras día, año tras año, desembarcan en las calles de nuestras ciudades en busca de una oportunidad para tener una vida digna. El mar no para de vomitar incipientes vidas sobre las prometedoras playas de las islas Canarias. Un drama que no cesa y al que debemos responder con la máxima responsabilidad.

De forma coetánea con el campeonato futbolístico anteriormente mencionado, he disfrutado cinco días en la capital alemana, donde se disputó la reñida final. Berlín ha cambiado muchísimo desde la primera vez que estuve en 1995, siendo estudiante de arquitectura. El Hotel Forum de Alexander Platz en el que entonces nos alojamos se ha convertido en el Hotel Park-Inn. Un edificio que el tiempo ha convertido en testigo predilecto de una trepidante transformación urbana única en Europa. Berlín es hoy día una ciudad joven llena de vida. El centro es un crisol de ambiciosos estudiantes e inquietos trabajadores de procedencias dispares. Y todos ellos, junto a los curiosos turistas, configuran una metáfora del cambio urbanístico arquitectónico y medioambiental que se reproduce de forma coetánea por encima de sus creativas cabezas. Además de los edificios clásicos imprescindibles y espacios vinculados a la historia reciente de Berlin,en esta ocasión, he disfrutado visitando de nuevo algunos “must” como la “Unité d´habitation” de Le Corbusier, el archivo de la Bauhaus de Walter Gropius (inmerso en una profunda obra de restauración y ampliación), la Neue Nationalgallery de Mies Van der Rohe(restaurada hace 2 años por David Chipperfield), edificios de Hans Scharoun, etc. Pero también he visitado otras obras de reciente construcción como el edificio de oficinas del grupo editorial Axel Springer (OMA), torre residencial Warschauer (BIG),Memorial  del holocausto  (Peter Eisenman), el museo Futurium (R.Musikoski) y las oficinas Berlin Cube (3XN Architects).

Pero sin duda lo mejor de Berlín ha sido volver a estar cerca de Daniel Libeskind, el adalid del deconstructivismo y que ha mostrado a lo largo de su vida una loable humanidad. Sin posibilidad de acercarnos al Museo de Historia Militar de Dresde (2011), me ha encantado volver a recorrer el Museo de Arte Judío (1999) ubicado en el barrio de Kreuzberg. Uno de los mejores edificios del mundo que permitió a su autor cimentar su reputación a nivel internacional. Durante más de dos horas y media disfrutamos de esta joya arquitectónica que, además posee una enorme cantidad de material museístico (esto lo dejamos para otra visita). Los juegos de perspectivas, las relaciones espaciales, las entradas de luz, los estudiados desniveles… todo eso y mucho más convierte este edificio en un espacio sublime. Sin duda, una inagotable fuente de inspiración.

Pero el encuentro con Libeskind no quedó ahí. En otra zona de la ciudad, al norte de Mitte, disfrutamos con el edificio de viviendas Sappire. El estilo de Daniel Libeskind queda patente en cada uno de los detalles de este coqueto edificio residencial en esquina formado por tres portales. La fachada principal y posterior, la distribución de las viviendas y la arquitectura interior concentran su visión arquitectónica de un mundo en permanente cambio y en permanente lucha de fuerzas antagónicas, como os expuso al comienzo de este post.

Un contraste social que también pudimos apreciar al colarnos por las zonas comunes del edificio y ver como una agente de Engels&Volkers mostraba un apartamento a una prometedora pareja de jóvenes alemanes. Sí, porque al pasear por Berlín (el motor económico de Europa) es habitual encontrar personas que viven en la calle. Por ejemplo, en otra zona muy selecta del centro de la ciudad (Friedrichstrasse, muy cerca del puente Weidendammer que cruza el río Spree) la persona que habita bajo el viaducto del tren me llamó la atención por el delicado orden con el que mantiene sus pertenencias. Y no es la primera vez que me percato de ello. A primera vista, cualquiera puede pensar que una persona sin hogar es alguien que no ha perdido su oportunidad porque no supo mantener las cosas importantes en su sitio. Un prejuicio sin fundamento, porque la realidad es que muchas personas sin recursos mantienen en perfectas condiciones de limpieza y orden su “hogar”. Aunque tras ese detalle lo segundo más sorprendente es que las hordas de hinchas ingleses y españoles respeten ese oasis de privacidad en mitad de la vía pública. Todavía hay esperanza en el ser humano.

En estas fechas tan plenamente veraniegas sería fantástico que todos hiciéramos una pequeña reflexión. Sobre dónde estamos y hacia dónde caminamos. Somos frágiles cuerpos que caminan lentamente hacia la muerte segura, pero en ese camino llamado vida hay tiempo para mejorar el espacio que nos encontramos cuando nacimos. Para mantenerlo en orden y limpio, como esa vivienda en mitad de la calle Friedrichstrasse. Y por supuesto, no contribuyendo con las injusticias que acontecen en nuestro entorno. En un mundo en constante cambio, cualquiera de nosotros puede encontrarse en una situación complicada. Los migrantes no son enemigos ni culpables de ningún mal. Nadie es pobre por elección. Además, ninguna persona ni ninguna nación está por encima de otra. ¿no sería mejor invertir en promulgar amor en lugar de aumentar la fabricación de armamento?

Si una motivación tan baladí como el fútbol es capaz de unir a un país, ¿por qué no somos capaces de hacerlo por una buena causa?

Deconstructivismo humano. Repensar para renacer.