Escribo este post desde el corazón de la maragatería, provincia de León. Y lo hago al frescor que me ofrecen los gruesos muros de piedra de nuestra casa, una vivienda que refleja a la perfección la singular arquitectura vernácula de la zona. Pertenece a esa España vaciada que florece en verano ante la llegada estacional de los descendientes de sus primeros moradores, pero que marchitará como una flor de temporada al finalizar el mes de agosto. Y es que, a pesar de la notable demanda que se produjo tras la pandemia de Covid-19, las evidentes incomodidades de este tipo de poblaciones (gastos en obras de rehabilitación, escasez de transporte público, falta de servicios primarios y equipamientos, mala cobertura telefónica y de internet, etc) han supuesto un fin fulminante a esas entusiastas iniciativas rurales.
Es evidente que es necesario avanzar en campos como el transporte público y la mejora de la atención sanitaria, educativa o asistencial. Pero es un error generalizado querer implantar infraestructuras repetitivas por todo el territorio. Frente a la ciudad compacta yo abogo por la ciudad diseminada. Un modelo mucho más beneficioso para el medio ambiente y que plantea concentrar servicios en áreas equidistantes. Pero con el concepto de “saber renunciar” que muchas personas no parecen comprender. De la misma forma que no es lógico adquirir un taladro que se va a utilizar puntualmente a lo largo de la vida, no parece razonable la coexistencia de un aeropuerto junto a cada capital de provincia. Porque estas instalaciones están claramente infrautilizadas y el coste de mantenimiento es elevado. Lo mismo es aplicable a centros cívicos, iglesias, etc. Por otro lado, la deslocalización y la desestacionalización son igualmente la solución a la saturación de determinados lugares en determinadas épocas del año (verano, vacaciones y puentes).¿Sería posible poner cuotas de uso? Como sucede con las restricciones de algunas ciudades en días de alta contaminación atmosférica, que permiten la entrada de vehículos en función de la terminación de su matrícula (par o impar).
Las vacaciones estivales son mi época favorita del año. Las interminables jornadas de trabajo en el estudio, las infinitas reuniones con clientes y las agotadoras visitas de obra dan paso al silencio absoluto. Mis hijos ya son mayores, así que la tranquilidad invade mi agenda y mis obligaciones se transforman en pequeños placeres como comer al aire libre, pasear entre peregrinos, echar la siesta protegido del calor por gruesos muros de mampostería, sentir los rayos de sol sobre mi piel desnuda y hacer el amor sin prisas.
En verano, el contacto con el agua (en el mar o en cualquier piscina) es una fuente inagotable de paz interior, felicidad y vuelta al origen. A ese lugar del que venimos, el mismo en el que se podemos encontrar todas las respuestas a los problemas actuales. Para mí es sinónimo de equilibrio personal, reseteo de circuitos neuronales y recarga de mi fuerza interior.
Al mismo tiempo, la arquitectura me acompaña cada día porque forma parte de mi vida. Mi cabeza no descansa, porque proyectar para mí no es ninguna obligación. Amar lo que haces te permite transformar la realidad disfrutando de cada instante. Abstraerme de la actualidad informativa me inunda de creatividad y por momentos pienso en aplicar esta desconexión con el mundo exterior al resto del año. Conocer las noticias más importantes es imprescindible en la sociedad actual a riesgo de parecer un ignorante. Pero a la vez siento que la información duele, perjudica mi calidad de vida y reduce mi creatividad. Así que desconectar durante unas semanas de la televisión me genera múltiples beneficios.
En los últimos años, la política nacional posee un injustificado protagonismo en los telediarios de las principales cadenas. Algo que, desde mi punto de vista, no se corresponde con los intereses de la mayoría de la población ni con la importancia que objetivamente le corresponde. Las redes sociales (en especial “X”) se han convertido en territorios metódicamente abonados para la desinformación, los troles (siendo su adalid el propio Elon Musk) y el odio gratuito a través de fake–news generados por Inteligencia Artificial. En la actualidad muchos votos se consiguen a través de las redes sociales, y el papel de X en las próximas elecciones legislativas de noviembre (haciendo campaña abiertamente a favor del líder republicano) puede ser determinante. Por fortuna, Kamala Harris ha supuesto un revulsivo ilusionante, decantando provisionalmente las encuestas hacia el voto demócrata.
En estos calurosos meses proseguimos inmunizados frente a los conflictos, injusticias y guerras existentes. Entre ellos, los macabros aniversarios (3 años del apartheid de género en Afganistán), los intercambios de presos en Ankara (Turquía), la arriesgada apuesta de Zelenski al invadir Kursk (territorio ruso) en aras de conferir un giro a la injustificada invasión de Ucrania, la cumbre de Qatar para intentar poner fin al genocidio del pueblo palestino por parte de Israel (que ya suma más de 40.000 muertes, la mayoría mujeres y niños y frente a las que Hizbolá amenaza con su arsenal armamentístico) y las elecciones fake en Venezuela, entre otras.
Por suerte, la transición sí ha sido posible en Bangladés y el premio nobel de la paz Muhammad Yunus ha puesto fin al gobierno de la autócrata Sheikh Hasina, tras casi 20 años en el poder. Y de momento no sabemos si debemos preocuparnos por la mpox (anteriormente denominada viruela del mono).La OMS intenta transmitir tranquilidad, pero la desconfianza asoma a la vuelta de la esquina cuando recordamos que la pandemia del Covid-19 comenzó con la misma recomendación.
La actualidad internacional también nos ha regalado un pequeño respiro con los juegos olímpicos de Paris 2024, que en breve continuarán con los juegos paralímpicos. Aunque no sea un apasionado del deporte, quiero mostrar mi más profundo reconocimiento para todos los participantes por su extraordinario esfuerzo. Un fantástico antídoto para evadirnos por unas semanas de la barbarie provocada por el hombre. Una convocatoria fugaz para el presidente Emmanuelle Macron, para quien ahora se enfrenta a un futuro incierto ante el complejo resultado de las elecciones legislativas de julio. Por su parte, Europa pierde dinamismo económico y se estanca en una posición privilegiada por su incapacidad de gestionar la riqueza. Es la conocida como “trampa del desarrollo” que favorece el pensamiento euroescéptico. Veremos cómo reacciona la UE y cómo evoluciona el continente.
En 2024 España se derrite de calor típico de la estación agravado por los efectos de la imparable crisis climática mundial. Un calentamiento global que no solo afecta al clima, sino también a los paisajes, los ecosistemas y el comportamiento humano (como puede ser el turismo y los flujos migratorios desde las zonas más calurosas). De ahí la necesidad urgente de planes de adaptación climática que incluyan la reducción del consumo y de las emisiones a la atmósfera, así como la erradicación de las energías no renovables.
Mientras, nuestras costas reciben por un lado a millones de turistas ansiosos por evadirse de sus frías rutinas al norte de Europa y, por otro, a miles de migrantes que huyen de la muerte segura, la miseria y el terror. Ser pobre e intentar dejar de serlo sin infringir las leyes no es ningún delito. Por ello, el simple desembarco en un continente puede ser una oportunidad para todos en lugar de una amenaza para unos pocos. Una paradoja que choca con la creciente demanda de los europeos y norteamericanos para visitar el gran parque temático llamado “África”.
España es un país cada vez más heterogéneo en el que la palabra “racista” no debería tener por tanto cabida en nuestras conversaciones. Eso sí, donde sigue quedando mucho trabajo por hacer es en la reducción de la brecha de desigualdad entre la población. Una situación que se agrava con los flujos turísticos en esta época del año, estableciéndose una brutal división entre “servidores” y “servidos”. Una macabra tesitura en la que la extenuante vida de los primeros (recepcionistas, camareros, kellys, animadores, jardineros, cocineros, limpiadores, azafatos, etc) importa muy poco (más bien nada) a los segundos. En realidad, la historia de la humanidad se ha circunscrito siempre a las diferencias de clase. En la certeza de que unas personas son superiores a otras. Un precepto que consolidó la base del esclavismo, el nazismo y la opresión por religión, raza o sexo. Para meditarlo.
Cambiando de contexto, en estos días de sombra bucólica leo en “El País” que el barroquismo marca tendencia en decoración, tras haber asesinado por nocturnidad y alevosía al minimalismo. En realidad, el exceso siempre ha estado presente entre nosotros. Pero mejor no caer en él, porque tendrá los mismos efectos que la resaca provocada por el alcohol. Es indudable que siempre habrá apasionados de los espacios abigarrados, sobre todo entre las familias de mayor poder adquisitivo. No hay más que ver las mansiones de Donald Trump o cualquier otra estrella del celuloide (el líder republicano no deja de ser un fervoroso actor con más de 30.000 mentiras registradas durante su primer –y confiemos que último-mandato). Los excesos en interiorismo son como los trajes estampados de las mujeres en las bodas: una obcecada apuesta perenne que nunca triunfará. Por ello, una opción segura será siempre la discreción en las texturas y una acertada combinación de los materiales. En el estilismo personal y en la arquitectura, el buen gusto se tiene o no se tiene. Porque más allá de la subjetividad, el tiempo es el mejor de los jueces en todos los ámbitos.
Agosto es el mes estrella para compartir charla, paella y arena en un escenario idílico al que de momento no llegan las bombas. Este año nuestro país batirá un nuevo récord de visitantes sin que de momento se vislumbren apenas acciones para reducir su impacto social y medioambiental, facilitar la convivencia y garantizar la movilidad. Recuerda un poco a la burbuja inmobiliaria: a ver quién es el guapo que quita la música en mitad de la fiesta. Pero la realidad es que es necesario poner límites, porque como todo en esta vida: el éxito está en el equilibrio. Aunque no solo aumentará el número de turistas: los migrantes desbordan los centros de acogida en las islas canarias y es urgente un plan de actuación europeo más valiente y comprometido.
Hay cambios en el status-quo que no deberían ser pospuestos. Nadie quiere perder sus privilegios, pero es evidente que las injusticias no generan derechos por el mero hecho de perpetuarse en el tiempo. Basta ya de encubrir a privilegiados que no son dignos de poseer el cargo que ostentan. En ningún ámbito. Por encima de las ideologías están las personas. Y en especial queda mucho recorrido para garantizar la igualdad real entre hombres y mujeres. Cuando los expertos hablan de planificar las ciudades del futuro, yo me conformo con que permitan pasear en libertad a todas las personas. Las numerosas agresiones a personas vulnerables y violaciones de mujeres que a diario se producen en todo el mundo son absolutamente despreciables. Como sucede en India, donde hace días una médico fue violada y asesinada en el propio hospital donde ejercía. ¿Es esta una sociedad adecuada para vivir?
Por fortuna, algunas noticias son reconfortantes, como el avance en derechos sociales y laborales en muchos países del mundo. Y también en lo que se refiere al cuidado del planeta, como por ejemplo la reducción de emisiones de CO2 por parte de China. El principal emisor mundial (30 % del total) ha podido alcanzar su pico de emisiones en 2023, siete años antes de lo previsto. La decidida apuesta por la energía fotovoltaica y eólica, el avance de la electrificación en el transporte y la deceleración en el sector de la construcción (acero y cemento) han contribuido a certificar este valioso dato.
Quiero despedirme recordándoos que la partida continúa. Estamos vivos. Por ello, os quiero desear un feliz final de vacaciones y una apasionante vuelta a la rutina. Con las pilas cargadas, la humanidad actualizada y una sensatez a prueba de balas. Y lo digo porque frente al conocimiento, la reflexión y la duda vemos a diario cómo se abre camino la ignorancia a golpe de machete. Un futuro preocupante en especial para los más influenciables: nuestros hijos. Estoy convencido de que a todos esos haters de las que os hablaba en el primer párrafo les vendría de maravilla unas vacaciones relajantes. Una inmersión de paz que les permitiera tomar conciencia de la importancia de la vida y del amor. Hay una frase que he leído hace poco y me encanta. Es la que abre un fantástico artículo de María Martínez-Bascuñán en “El País” a propósito de la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Paris 2024. Dice: “Somos diferentes, pero estamos juntos y bailamos bajo la misma lluvia”.
Por eso, en esta época de encuentros, abrazos y celebraciones podría proponer un brindis “por la paz en el mundo”, como en la famosa escena protagonizada por Andie MacDowell y Bill Murray en la película “El día de la marmota”. Pero no. Si has llegado hasta aquí quiero invitarte a tomar algo y, de regalo, ofrecerte esta frase para que reflexiones: “Yo es siempre también otro». ¡Feliz vuelta a casa!