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el proyecto de toda una vida…

¿Tienen los proyectos fecha de caducidad? Seguramente sí. Porque cada proyecto pertenece a una etapa de la vida de su creador. A un momento de evolución concreto. Un proyecto “finalizado” es movimiento detenido. En el espacio y en el tiempo. Porque un proyecto se abandona, nunca se culmina, como cualquier otra obra de arte. Y en cualquier caso se enriquece en la Dirección de Obra. A veces hasta límites insospechados. Depende de las circunstancias.

¿Y los sueños? ¿Pueden acaso llegar a caducar los sueños? Rotundamente NO. Los sueños de un arquitecto, como los de cualquier otra persona, permanecen más vivos que nunca en el interior de sí mismo. Porque no hay nada que persista con mayor fuerza, que aquello que llevamos dentro y nunca sucedió.

     En el caso de la arquitectura, las creaciones cobran vida propia cuando se concluyen. Nacen cuando se terminan. Gracias a quienes las habitan. A quienes las utilizan. Quienes se sienten seguros en su nueva casa: su hogar. Afortunados en su acogedor puesto de trabajo. Felices en ese rincón del bar que visitan cuando la vida se lo permite. Quienes ríen y quienes lloran. Quienes se besan apasionadamente al cerrar la puerta. Quienes se encierran en su dormitorio para huir del mundo. Quienes juegan con su triciclo por el pasillo. O al fútbol en el vestíbulo. Quienes cocinan para los suyos. Quienes tienen su trastero lleno de herramientas y disfrutan con mil y un trabajos de bricolaje. Quienes se enredan bajo las sábanas. Quienes se acuestan y sueñan con un mañana mejor.

     Y aunque mi gran icono Frank O. Gehry mee fuera del tiesto y vuelva a decir antes de recoger el Premio Príncipe de Asturias de las Artes 2014 en Oviedo que el 98 % de la arquitectura carece de valor, y acompañe el desafortunado comentario con un gesto muy poco apropiado y absolutamente censurable, considero que, por todas esas personas que he descrito antes, merece la pena hacer arquitectura.