Bonito. Feo. Caliente. Frío. Rápido. Lento. Raro. Normal. En esta vida todo es relativo. Ya lo dijo Einstein. Pero teniendo en cuenta que todo objeto, ser o suceso puede ser analizado desde innumerables atributos, la opinión más extendida es la que termina imponiéndose. Aunque ello implique que cualquier cualidad esconda trazas de la característica opuesta.
La arquitectura es sin duda la expresión artística con mayor repercusión estética. No tanto por su durabilidad en el tiempo (algunas obras de arte son eternas, tanto tangibles o intangibles), sino por su ineludible presencia física en nuestras vidas. España tuvo un desarrollo urbanístico sin precedentes tras superar la dictadura de Franco a finales de los años 70. Las prisas por recuperar el tiempo perdido y la necesidad de dotar de infraestructuras y equipamientos a un país rezagado respecto a otros estados europeos hizo que las decisiones adoptadas no fueran siempre las más adecuadas. La falta de escrúpulos de algunos alcaldes supuso la destrucción de algunos enclaves naturales únicos, ya que la legislación que los protegía tardaría años en llegar. El silencio cómplice de un pueblo que comenzaba a educarse aportó conformidad y connivencia con el caos dominante, sustentado por la distorsión de opinión que provoca la convivencia permanente con el adefesio de autos.
En 2013 escribí un post titulado “Arquitectura de calidad” en el que abordaba la belleza en la arquitectura. Diez años después vuelvo a sumergirme en este tema para aportar brevemente mi punto de vista con una perspectiva mucho mayor. Las aberraciones que se han producido en nuestro país y fuera de él son numerosas. En Bruselas, el intrépido Hannes Coudenys ha centrado el golpe de su martillo pilón sobre las actuaciones arquitectónicas belgas más espantosas. Sus libros “Ugly Belgian Houses” y “More Ugly Belgian Houses” han provocado que su cuenta de Instagram posea 166.00 mil seguidores. Una cifra que confirma el índice de popularidad entre sus compatriotas, a pesar del lógico malestar entre arquitectos y propietarios de las edificaciones allí mostradas. Quizás, precisamente para intentar aliviar el “dolor” provocado, el perfil de su cuenta incluye la frase “Mejor ser feo que aburrido”. (¿?). Sin comentarios.
En nuestro país la arquitectura posee una prerrogativa que le exime habitualmente de sangrantes escarnios públicos. En nuestro ADN las críticas son muy comunes, demasiado, pero normalmente no suelen pasar del “ámbito doméstico”. Por ello son muy pocas las voces valientes que se atreven a erigirse en adalid de la belleza atemporal y aniquilar la calamidad edificatoria imperante. Se exponen a un linchamiento público; a ser lapidados y declarados “persona non grata” por algunos lobbies. Pero los héroes existen.
El libro “España fea” del experimentado periodista de “El País” Andrés Rubio hace un extenso repaso a los pelotazos urbanísticos y bazofias arquitectónicas más célebres, en los que habitualmente se mezclan grandes cantidades de dinero público con bajas dosis de sensibilidad estética, responsabilidad y ética. Tuve la suerte de acudir a la presentación de su libro el pasado mes de diciembre de 2022, tras leer su artículo en “El País” el 17 de abril de 2022 y a punto de sumergirme en la cuarta edición de su publicación. Para él, la descentralización ha supuesto un fracaso. La especulación caótica, la corrupción política y la incultura son los tres factores clave en la degradación de nuestro patrimonio construido, especialmente en nuestro extensa y bello litoral. Pero también en edificios de indudable belleza histórica, donde se han producido en ocasiones actuaciones poco afortunadas. Propone el ejemplo de planeamiento coordinado que se ha establecido en Francia, y en sus palabras se vislumbra un atisbo de esperanza.
Erick Harley, licenciado en Bellas Artes, ha encontrado su camino al crear el “pormishuevismo”, un estilo auténticamente “spanish machirulo”. A través de redes sociales y rutas guiadas divulga las anécdotas más morbosas y menos conocidas de este tipo de negocios poco transparentes, dudosa rentabilidad y ruinoso final. El programa “El intermedio” de La Sexta lo ha catapultado hasta el estrellato y de momento, no muestra síntomas de debilidad. Hay bazofias atroces y dislates inmobiliarios para rato.
La cuenta de Instagram “Ugly Spanish Houses” dispone de poca actividad y escasa repercusión en comparación con su homóloga belga.
Recientemente ha finalizado la exposición “Concretos” en Tenerife, donde se vinculaba el feísmo al hormigón armado, tanto en arquitectura como en infraestructuras públicas (viaductos, aeropuertos, etc). En la muestra, se plantea que el hormigón armado es un material “que simboliza una promesa fallida de modernidad y resulta la alegoría perfecta de la obsolescencia programada que el capitalismo necesita para seguir expandiéndose”. Sin duda, es una afirmación muy genérica que extrapola el uso de un material a un concepto coetáneo pero no indisoluble. Un debate interesante, pero con el que yo a priori discrepo. Es como decir que un cuchillo es malo porque puede servir para matar a otra persona. Todo depende del uso que se confiera a un objeto o aun material.
Es evidente que la calidad arquitectónica no siempre prevalece en los edificios nuevos y reformas que se desarrollan en nuestro entorno. Supuestamente, la arquitectura española goza de buena reputación en países de nuestro entorno, aunque desde mi punto de vista, la calidad y coherencia es mayor en ellos. Siempre con excepciones, por supuesto. Un ejemplo clarísimo son los patios interiores de las manzanas. En cualquier ciudad europea podemos encontrar un auténtico catálogo de los horrores si la habitación de nuestro céntrico hotel tiene vistas al patio interior. Podríamos decir que es una ciudad dentro de otra ciudad. Y que la que vemos desde la vía pública es un ejemplo de lo que entiendo por extensión de la teoría del norteamericano (y Pritzker cojo) Robert Venturi “El tinglado decorado” (Decorated shed) frente a la propuesta del “Edificio pato”.
Siempre he dicho que el tiempo que los arquitectos dedicamos a proyectar es muy poco. Y cada vez menos. En general. Un dato que evidentemente empobrece mucho la belleza creada por el ser humano. Las interminables justificaciones técnicas, las injustificadas normativas urbanísticas y la falta de concordancia entre proyectos relevantes y la dedicación proyectual necesaria de los arquitectos “asignados” (sin poner en duda la capacidad técnica de ningún compañero) provocan que el resultado final no siempre posea la calidad arquitectónica necesaria. Y no me refiero a una aceptación mayoritaria o no, ya que como dije en mi último post muchas de las obras emblemáticas de todos los tiempos fueron vilipendiadas en el momento de su creación.
Se acusa a los arquitectos de “rehenes, inmorales o ineptos”. En el prólogo del libro “España fea” anteriormente mencionado, el arquitecto Luis Feduchi habla del síndrome de Estocolmo de nuestro gremio. “Dicho de manera más clara, nuestra complicidad en la destrucción del territorio y nuestra renuncia a la denuncia”. Ahí es nada.
La rentabilidad de una empresa, de una promoción, de un encargo debería tener margen suficiente para mejorar el producto y/o servicio prestado. Nadie puede negar que es necesaria una mayor sensibilidad por parte de todos los agentes implicados, comenzando por los políticos. Debemos evitar el afeamiento de nuestras ciudades y pueblos. Avanzar supone transgredir, romper con lo establecido, pero siempre con la capacidad de respetar aquello que merece ser respetado. Porque tampoco defiendo el “pastiche” que imita la arquitectura de una época pasada. La arquitectura está repleta de errores, pero también de inconmensurables aciertos. Las personas hacen la ciudad, y creo que escuchar más no es ninguna pérdida de tiempo. A los usuarios también debemos pedirles compromiso y respeto por los demás, por la propiedad privada y también por la pública. El mundo que habitamos lo construimos entre todos. Con cada pequeño detalle, por insignificante que parezca. Un rótulo, un escaparate, una papelera…las sillas de una terraza. Hacer un entorno más digno (además de bello y sostenible) hace que las personas se contagien de esa dignidad. Siendo estudiante de cuarto de arquitectura recuerdo haber visitado Barcelona por primera vez, y al regresar, comentar con mis compañeros cómo me había llamado la atención la presencia del diseño en cualquier pequeño detalle de mobiliario urbano o elemento “creado” en la ciudad.
Señores políticos: rodéense de técnicos con conocimientos y pasión por su trabajo (especialmente en arquitectura) que defiendan objetivamente el valor de los espacios preexistentes y favorezcan el “urbanismo ilustrado”. La deriva estética de muchas de nuestras construcciones nos conduce hacia una muerte creativa lenta. Estamos a tiempo de evitar el cataclismo si dedicamos más tiempo y recursos a construir un entorno más bello, preservando la identidad autóctona de cada región.
La ciudad es un organismo vivo; una superposición de estratos temporales en un escenario donde convive el presente y el pasado. Planificar el futuro implica ser visionario del lugar en el que se desarrollará la vida cuando nosotros no seamos más que el calor del aire en el escenario tras un concierto. Un ecosistema que está destinado a convivir en simbiosis con la naturaleza, a quien necesita para su propia subsistencia.
Yo, humildemente, con los encargos que recibo, intento aportar mi savoir-faire para contribuir a mejorar el espacio sobre el que actúo. Con un proyecto contemporáneo, atemporal y bello. Un reflejo de mi persona, como entiendo que debe ser la pasión en la que una persona vuelca todo su interior. La fealdad de las construcciones preexistentes debe dar paso paulatinamente a edificios de mayor calidad arquitectónica; no solo técnicamente, sino también estéticamente.
En francés no existe la palabra “ilusión”; y es una pena. Porque en castellano es un precioso conjunto de siete letras que definen el motor que mueve a las personas. Puede ser el amor de pareja, el objetivo personal que estamos a punto de alcanzar, la familia, nuestra pasión deportiva, el sueño que todos albergamos en nuestro interior… Y esa ilusión nos permite mantenernos vivos y mejorar. Nosotros y nuestro entorno. Haciendo más bella la arquitectura, el paisaje y la vida. Basta con mirar alrededor y aprender del pasado. Mantengamos la ilusión. Todo a nuestro alrededor mejorará.