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el proyecto de toda una vida…

Recientemente he realizado una escapada a Bélgica. Era un país que tenía pendiente de visitar desde hace muchos años, y las 2 obras que han realizado RCR en este país fueron la excusa perfecta para planificar esta nueva aventura arquitectónica. Finalmente Bruselas me ha servido de punto de partida para visitar otras dos naciones muy próximas: Holanda y Francia. Por ello, el resultado final de mi viaje han sido seis ciudades de tres países: Bruselas, Brujas, Gante, Amberes, Eindhoven y Lille.

La mejor guía para visitar este abierto y pacífico” país centroeuropeo es “Best Buildings Belgium”, publicado por Luster, una editorial  con sede en Amberes y que está especializada en arquitectura. En realidad se trata de un libro de bolsillo que enumera y ubica  94 obras realizadas en Bélgica a lo largo del siglo XX y principios del XXI. La primera edición fue en 2012 y en 2018 ha nacido una versión ampliada que no pude adquirir entre mis manos hasta justo después de regresar de mi viaje. Sin duda es una guía muy recomendable y que sirve para tener una visión general del país en lo que a arquitectura contemporánea se refiere. Los autores de la mayoría de las obras son desconocidos para mí, aunque también existen algunos más relevantes del panorama internacional (J.Hoffmann, M.Breuer, V. Horta, Le Corbusier, C. de Portzamparc, Neutelings Riedijk, Claus en Kaan, etc). Cuando se observa el plano de Bélgica con la ubicación de las obras, resulta curioso comprobar cómo todas se hallan en la mitad norte del país. Es decir, en Flandes. Como si la mitad Sur (Valonia) se encontrara separado del Norte por un gran muro que dividiera la nación horizontalmente. Es evidente que la zona ubicada al norte es la región que acumula mayor desarrollo y mayor riqueza. Ligada al mar, al comercio, cosmopolita, ha sido siempre el motor económico del país. Flandes comparte el idioma con sus vecinos de los Países Bajos, aunque se denomine de forma diferente. Algo que se nota especialmente en Amberes, la ciudad que más me ha gustado a nivel arquitectónico y que denota, a través de sus edificios, su carácter más evolucionado; un lugar que resulta menos turístico en base a su pasado y que realiza una mayor apuesta por el futuro.

A grandes rasgos, debo reconocer que durante mi periplo europeo he visto menos arquitectura contemporánea de la que esperaba; y la que he descubierto, no me ha interesado especialmente. Porque “nuevo” o “diferente” no significa ser de calidad. Sobre todo cuando se plantean constantemente anodinas cajas de cristal en una inexplicable invasión del centro de las grandes ciudades.

Afortunadamente se conservan en buen estado numerosos edificios históricos, a pesar de los múltiples incendios acontecidos por doquier a lo largo de los siglos. Algunos de forma fortuita; otros, intencionados. No en vano el centro de Europa fue escenario de múltiples escenas bélicas de lo más atroces.

Por ello, a falta de arquitectura de  mi interés, he aprovechado el tiempo para abrir los ojos y analizar el funcionamiento de las ciudades que he visitado. Al entrar en cualquier estación de tren de Bruselas (la “capital de Europa” y de un país neutral y de libre de pensamiento) grupos de soldados que pasean tranquilamente con enormes armas automáticas en sus manos me recuerdan que vivo inmerso en una guerra silenciosa. Por la calle, bicicletas conducidas por jóvenes semi-esclavos de la “economía colaborativa” atraviesan a toda velocidad céntricas plazas y calles con un enorme cubo de tela en sus espaldas. En los despachos se debate acerca de la legalidad de los pisos turísticos, otro punto de conflicto entre la tradición y la  modernidad. Airbnb o Uber son los nuevos gigantes de un mundo que se mueve demasiado rápido y que necesitan una legislación que proteja a todas las partes involucradas. Los turistas que llegan a las ciudades caminan sin mirar hacia arriba; en su mano derecha, una ruidosa troley les sigue atentamente sin hacer preguntas. En su mano izquierda, el dedo pulgar alzado permite intuir que el móvil que se apoya sobre la palma de su mano abierta hace las funciones de mapa gracias a su infalible navegador “google maps”. Y al caer la tarde, niños de corta edad juegan dentro de una caja de cartón imaginando que es un coche; o un tren; aunque en realidad ese frágil volumen marrón será su hogar durante una buena temporada.

(….)

Conocer la historia reciente te permite comprender el desarrollo de cada región. Si Brujas está “anclada en el tiempo” y mantiene un encanto especial es por la desaparición de su puerto marítimo. Una infraestructura que se desplazó a su hermana Amberes, que sirvió como refugio para los diamantes de la India; un detalle nada baladí y que sirvió para atraer a muchos judíos. Algo parecido a lo acontecido en Rotterdam (Países Bajos).

La historia se repite siempre: el comercio en la época medieval supone la consecución de grandes cantidades de dinero y con ello la aparición de las clases sociales. La arquitectura comienza así a hablar de sus moradores y se utiliza como signo de distinción frente al resto. Un signo que llega hasta nuestros días, aunque poco a poco lo material vaya perdiendo importancia y se valoren más otras riquezas vitales no materiales.

Mi primera visita en Bruselas fue la “Grand place”. El centro neurálgico de la ciudad, donde a pesar de los terribles errores arquitectónicos de su principal edificio, el gran “atrezzo” tridimensional funciona como un potente imán para los turistas de todos los rincones del mundo. Inexplicablemente de los lugares más lejanos. Y el gran valor de esta plaza es precisamente el vacío lleno de gente.

En esta ciudad también disfruté del barrio del sablón, que esconde algunos tesoros del pasado en sus múltiples tiendas de antigüedades. Y del edificio de viviendas alternativo “Cheval-noir”, ubicado en poco turístico barrio de Molenbeek. Aquí convive un volumen deconstructivista forrado de zinc con un edificio existente rehabilitado, y que quedan comunicados por múltiples pasarelas.

En Gante, la “biblioteca de Krook“ ocupa un lugar privilegiado de la ciudad. Un espacio céntrico y muy visible, aunque a la vez poco accesible. El proyecto fue publicado extensamente en la revista el croquis en junio de 2017. Concretamente en el Nº 190, un monográfico (el tercero de esta editorial) sobre los arquitectos RCR. El estudio de Olot, Girona que poco tiempo antes había alcanzado el máximo galardón de nuestra profesión: el premio Pritzker 2017. Sobre papel, esta obra nunca me cautivó. Una gran caja de lamas de aluminio en color bronce que no termina de entenderse exteriormente. Una mezcla entre la Biblioteca Sant Antoni de Barcelona y el edificio de oficinas de Sant Cugat del Vallés. Y tras haberla visitado, la sensación no ha variado. Desde mi punto de vista, los autores se han centrado mucho en el programa, en el funcionamiento y en la materialidad de los elementos. Pero en esta obra no se perciben las sensaciones que transmiten la mayoría de sus obras. Nada que ver con el museo Soulages, otra obra coetánea. Por ello, lo más destacado es el minucioso estudio de los materiales, colores y texturas para conseguir una uniformidad de color y una (casi) perfección en el encuentro de los distintos elementos.

Mi incursión a los Países bajos fue tremendamente fugaz en esta ocasión: visita de un día a Eindhoven, la capital del diseño (y de Philips). Una pequeña ciudad del sur del país desconocida para mí, que prometía mucho pero que finalmente me decepcionó. La pequeña “caja” Effenaar (sala de conciertos) de MVRDV es de lo más destacable, muy próxima a la zona comercial (el corazón de la villa) y su estación de tren.

Aunque para decepciones mi incursión en Francia. Lille ha variado muy poco en los últimos 20 años. Es una ciudad que visité junto a mis compañeros en un viaje organizado por la escuela de Arquitectura de San Sebastián.En aquel momento esta ciudad hizo una gran apuesta por la modernización y le sirvió para obtener pocos años después el galardón de “Capital Europea de la Cultura”. Pero desde entonces, el estancamiento de esta urbe es evidente y apenas se han construido algunos bloques de viviendas en la zona sur de la ciudad. Los grandes equipamientos que se construyeron en las postrimerías del siglo XX (Koolhaas, J. Nouvel. , C de Portzamparc) se mantienen impertérritos soportando el paso del tiempo. Junto a ellos han surgido nuevos edificios de oficinas, hoteles, etc de escaso interés que no han conseguido volver a hacer brillar a esta ciudad gala como lo hizo en el pasado.

Finalmente, tuve la suerte de visitar Amberes. Una ciudad rica en la que se respira modernidad y diseño. Y no precisamente por el Museo Aan de Stroom ( MAS) de los holandeses Neutelings-Riedijk. Un proyecto pésimo que ganó un concurso de ideas (sic) y que resulta tremendamente desafortunado en cuanto a funcionamiento, distribución y estética. Más bien por otras actuaciones que se perciben en la ciudad, y entre las que existe una clara protagonista: Zaha Hadid (DEP) y su edificio de oficinas portuarios. Una de sus últimas obras (finalizada en 2016, poco después de su trágico desenlace) y que simplemente resulta inigualable. Apabullante. Demoledora. Enérgica. Una escultura gigantesca que recuerda a la proa de un barco accediendo al puerto de  Amberes.

Ubicada al norte de la ciudad, en una plaza que merecidamente lleva el nombre de su autora, se alza como icono de una nueva era. Sirve además como punto de referencia dentro del entorno de agua salada en el que se ubica. Para mí, es una de las mejores obras que he visitado de esta genio iraquí que supo ser fiel a sí misma y encontrar su propio hueco en el mundo. El acceso al interior del edificio es posible concertando una cita previa, y debo reconocer que hacerlo para mí es causa justificada para volver a Amberes. Os recomiendo que ampliéis información sobre esta joya arquitectónica con el nombre de “ Port of Antwerp”.

Bélgica quizás no sea la panacea del diseño y la arquitectura, pero bien merece un viaje. ¡Hasta la próxima!