La arquitectura existe gracias a la construcción. Y esta última no es otra cosa que el proceso de materialización de cada idea o proyecto que antes ha “construido” alguien en su cabeza: normalmente, el arquitecto. Ambos se necesitan mutuamente y se complementan en perfecta armonía hasta alcanzar el resultado deseado (casi siempre).
La construcción es un proceso que combina procesos de fabricación industrializados con otros trabajos de producción que pueden denominarse “manuales” (puesta en obra). El elemento prefabricado es imprescindible; desde un ladrillo hasta una pieza de cerámica, pasando por vidrios, perfiles metálicos, tejas o tablas de madera. Todos ellos funcionan como “piezas” de un complejo entramado que permite, por adición y combinación, la materialización de infinitas creaciones arquitectónicas.
En muchos países europeos la utilización de elementos prefabricados de grandes dimensiones está mucho más extendido que en España. Desde paneles de fachada que incorporan aislamiento térmico, hasta escaleras, pilares, vigas y losas de hormigón prefabricado. Un sistema constructivo que reduce en gran medida las posibilidades compositivas pero que sin duda, en muchos casos, resulta de muchísima utilidad.
Un salto a mayor escala nos permite concebir “cajas” enteramente construidas en una factoría, para posteriormente ser trasladadas a su ubicación definitiva por tierra, mar o aire. Es el caso de las “viviendas cápsula” de Japón, hoteles con habitaciones formadas por “tubería” de hormigón de gran diámetro y en un caso mucho menos lúdico (desgraciadamente) las viviendas temporales en campos de refugiados.
La industrialización integral del proceso de construcción (viviendas completamente prefabricadas, modulares y/o apilables) es un campo en el que diferentes “visionarios” han querido crear una línea de negocio orientada al futuro próximo. Empresarios que denostan la construcción tradicional “anclada en el pasado” (evidentemente más artesanal). Abogan en definitiva por la tecnificación total del proceso de “fabricación”, y utilizando la tecnología actual plantean facilitar la producción en serie. En el País Vasco ya hubo hace años algún paso en esta dirección, pero la crisis abortó la incipiente apuesta. En este momento una importante promotora a nivel nacional está comercializando este tipo de producto en varias promociones propias. La idea es extrapolar el proceso de fabricación automovilística (totalmente en serie) al mundo de la construcción. Si se construyen coches iguales para miles de personas,… ¿ por qué no hacer lo mismo con las viviendas? Algo que desde mi punto de vista es un error total. Imagino el eslogan en un anuncio de televisión: “ ¿Te gusta conducir… mi casa?”.
Con los datos objetivos en la mano, puedo afirmar que entre las ventajas de la construcción fuera del solar (offsite) figura la reducción de los plazos de ejecución de la obra. Sin duda, un factor a tener en cuenta. Y es posible que en muchos casos se reduzcan hasta en un 50 %. Otro dato a favor sería la consecución de remates de mayor calidad en los acabados, dado que dichos trabajos se desarrollan en mejores condiciones laborales (cadena de montaje versus intemperie). Es evidente que nos encontramos ante una gran ventaja, ya que con la industrialización la marcha de una obra no depende de la climatología y reduce enormemente también el factor humano (accidentes laborales, coordinación de diferentes gremios e incidencias de todo tipo).
Casi con total seguridad los gastos de gestión de residuos también se reduzcan, y este factor medioambiental también no debe obviarse. Sin embargo, un dato muy importante es el factor económico. Aunque en este punto, el resultado es muy similar en ambos casos. Los costes de producción tanto en el sistema tradicional como en el industrializado son muy similares, incluso mayores en el segundo caso. Y el volumen de fabricación evidentemente debe ser grande para poder rentabilizar la inversión inicial que conlleva una fábrica de este tipo.
Desde mi punto de vista esta vía de trabajo no debería avanzar más allá de ser una línea de experimentación más, y cuyas aplicaciones sigan siendo, de forma inherente, muy limitadas. Es un tipo de negocio enfocado a la vivienda unifamiliar o colectiva, no aplicable en obras de otros usos o escalas. La estandarización de las soluciones constructivas puede parecer inicialmente una ventaja, pero se convierte en un arma de doble filo por las escasas opciones que admite. Además, siempre va a precisar de la construcción tradicional (movimiento de tierras, cimentación, montaje de los diferentes módulos, cierres de parcela, etc).
El movimiento internacional surgido en Europa a principios del siglo XX (denominado de diferentes formas en cada país) abogaba por una arquitectura atemporal y universal, que fuera válida en cualquier ubicación. Pero se trataba de un “estilo”, no de un sistema constructivo limitado. Porque la repetitividad es perfectamente válida siempre y cuando lo que se foije es una línea de trabajo abierta, que permita desarrollar la creatividad de su creador.
La arquitectura no se puede delimitar por una serie de patrones. Simplemente porque va en contra de su razón de ser. A nadie se le ocurriría limitar a un pintor los colores o las técnicas que puede utilizar. Una vivienda no es un vehículo. ¿Que deben mejorarse los acabados, reducir los plazos y los residuos generados? Por supuesto que sí. Pero la industrialización no es la respuesta.