El título de este post hace referencia al trabajo cinematográfico que ha obtenido el Goya 2023 al mejor cortometraje. Escrita y dirigida por León Siminiani, rezuma una gran sensibilidad desde el primer fotograma. Un merecido galardón para una vibrante aventura visual que nos invita a reflexionar sobre la historia que acumulan los edificios en los que vivimos. Una bella narración sobre los secretos más íntimos que albergan los edificios y la enigmática relación que establecen entre sí y con las personas que los habitan.Y en definitiva, un homenaje a la arquitectura, al arquitecto madrileño Secundino Zuazo y a todas esas personas que, cuando se desplazan en el espacio, miran a su alrededor y llenan su tiempo.
“Arquitectura emocional” crea una preciosa pareja de dos palabras y nos habla de dos personas que forman una pareja singular. Dos estudiantes universitarios comprometidos con la revolución social de su época y por supuesto, con su incipiente relación. Dos jóvenes de diferente estrato social pero unidas por la magia del amor. Dos personajes frágiles que colisionan como dos átomos pero vuelven a buscarse gracias a una fuerza inexplicable que los une. ¿El amor? ¿La arquitectura? ¿El destino?
El título de esta emocionante obra conforma una simbiosis perfecta. Para mí, incluso podría decir que es un pleonasmo, puesto que el principal sentido de la arquitectura, más allá de garantizar las necesidades básicas del individuo, es “emocionar”. Albergar vida, ser cómplice en silencio de infinitas historias personales y, por último, garantizar la subsistencia del ser humano y sus conocimientos a lo largo del tiempo.
El cortometraje ha obtenido justamente el galardón gracias a un delicado relato entre dos personas conectadas a través de la arquitectura. Conexiones invisibles en el espacio y en el tiempo que aparentemente no poseen entre sí vínculo alguno. Acontecimientos que se producen por azar, aunque en un mundo interconectado tal vez todas las personas estemos de alguna forma relacionados. Como Eloy Moreno nos sugería en su novela “Diferente”.
En los primeros fotogramas podemos observar la imagen de un plano acotado dibujado a mano que recoge el detalle de una fachada clásica. En esa época (no tan lejana) en la que los rotring y el pulso del delineante sobre papel vegetal eran el instrumento mágico que materializaba los proyectos y daba vida a la arquitectura.
“Andrea y Sebastián se conocen en este banco en otoño de 1958. Pertenece a la Ciudad Universitaria.” Con estas dos sencillas frases el intrigante narrador nos introduce en la historia de sus dos protagonistas: Andrea y Sebas. Dos alumnos que asisten en Madrid a la transición hacia la democracia de su país. Separados en origen por siete kilómetros de distancia, por 25 años de diferencia en la construcción de sus viviendas, por su diferente clase social y opinión política, que sin embargo quedan unidos por un sentimiento puro que es capaz de vencer todas las barreras.
Imágenes en blanco y negro pertenecientes al NODO (propaganda audiovisual del régimen de la dictadura franquista), se alternan con imágenes actuales, esquemas de recorridos y explicaciones arquitectónicas nada habituales en obras cinematográficas no especializadas en la materia. De esta forma, el relato queda salpicado de arquitectura en todo su metraje, como una ola imparable empapa las rocas de un acantilado un día de tempestad. El peso de la arquitectura nos conduce hasta Secundino Zuazo (Bilbao, 1887-1970), un prestigioso arquitecto de la época que proyectó dos inmuebles antagónicos: el señorial edificio en el que residía Andrea y la promoción de viviendas sociales para empleados de la EMT donde vivía Sebas, una obra finalizada 25 años después que la primera. Centro (clase alta) y ensanche norte de la época (clase baja) que precisamente debían quedar unidos por la prolongación del Paseo de la Castellana, proyecto igualmente encargado al mismo arquitecto. Una conexión física y mental que experimentaron estos dos jóvenes durante su relación sin saber quién era Secundino Zuazo ni por supuesto ser conscientes del curioso capricho del destino.
El narrador es un personaje invisible pero que resulta clave para comprender el transcurso de los fotogramas. Una voz que nos desvela algunos de los secretos que esos inmuebles esconden ante nuestra más completa ignorancia. Una enigmática relación que se establece entre las personas que los habitan de forma coetánea en la actualidad, las que lo utilizaron en el pasado y las que permanecerán en ellos en el futuro. Un cúmulo de sucesos que se almacenan por estratos en la memoria del universo y resulta absolutamente inabarcable para el ser humano.
Las personas siempre regresan a los lugares en los que fueron felices. En el caso de Sebas, el banco de Andrea. Al llegar las vacaciones estivales, el joven entrega al portero del edificio donde vive “su chica” una nota manuscrita. En ella se puede leer: ”Te espero en septiembre en su banco”. Una frase preciosa desbordante de ilusión, amor y esperanza. Aunque nunca sabremos cuándo leerá Andrea esta certera misiva, cuál será el poso que Sebas ha dejado en su corazón y si el verano habrá podido erigir un muro insalvable entre ellos.
Esos lugares de plenitud que pueden ser espacios físicos, como el pueblo donde veraneábamos siendo niños, o lapsos temporales, cuando el amor inundaba todas las capas de nuestra vida y pensábamos que esa felicidad duraría para siempre. Y hay algo que siempre se repite: el rostro de las personas que amamos: en el pasado o en el presente. Nuestros padres, nuestros hijos. Nuestros amigos. El amor de tu vida. Sí. Muchas veces coincidirán, pero en otras ocasiones los protagonistas de nuestro pensamiento fugaz tendrán otros nombres. Los motivos, muchos. Y a la vez, uno: estar vivo. Porque todo está en permanente cambio y las circunstancias de cada etapa son muy diferentes.
Por eso el hogar, nuestra casa, la conexión más íntima y emocional que poseemos con la arquitectura resulta un punto de referencia al que nuestra mente regresa en todos los casos. Abraza nuestro frágil y efímero cuerpo, conformando nuestro punto de fijación en el mundo. La arquitectura posee esa anhelada cualidad de permanencia que el ser humano jamás poseerá. La inmortalidad es una utopía hacia la que camina. El desarrollo científico amplía su longevidad y le permite acariciar la esperanza de una vida eterna.
Los recuerdos son únicos, personales e intransferibles. Como la tarjeta de embarque de un vuelo, aunque en el primer caso son los sentimientos los que vuelan hasta el espacio que tienen reservado en el corazón. Como cuando Andrea quedó semidesnuda en el último rellano de la escalera de servicio del señorial edificio donde vivía junto al parque de El Retiro. Una imagen que acompañará a Sebas toda su vida y que el edificio proyectado por Secundino Zuazo guardará en secreto. Porque la arquitectura actúa siempre como confidente mudo que observa, escucha y calla, almacenando en su memoria vida infinitas relaciones entre seres humanos dispares.
En definitiva, este bello cortometraje contiene arquitectura y la arquitectura contiene vida. Por ello, esta cinta rezuma vida. La arquitectura es el nexo de unión entre las personas, el escenario para el amor y el eterno confidente. Amar la vida es amar la arquitectura y viceversa. No concibo la vida de otra manera. Disfrutad de este delicado y hermoso regalo cinematográfico.