Recién desembarcado en San Sebastián, cuando era tan sólo un proyecto de estudiante de arquitectura, el profesor de la asignatura “teoría de la arquitectura” nos trataba de introducir los conceptos más básicos de la profesión. En una villa francesa alejada de las turísticas postales y bañado por los deliciosos aromas de nuestro vecino (un reconocido chef) escuché por primera vez la definición de arquitectura. Recuerdo perfectamente los labios de Eduardo Artamendi pronunciando esta lapidaria frase: “arquitectura es el arte de proyectar y construir edificios”. En aquel momento aquellas palabras me sonaron a música celestial y provocaron en mi interior una inmediata abstracción donde una infinidad de pensamientos invadieron mi cabeza, en los que de forma inconsciente e inocente imaginé la vida que me depararía el futuro.
Con el paso de los años, muchos de esos pensamientos desaparecieron o mutaron radicalmente. Y con el transcurrir de la vida, he ido descubriendo que en aquella definición (aparentemente inocente) se escondía una dicotomía de dos términos totalmente diferentes, incluso opuestos. Contradictorios: proyectar y construir.
Pero también he podido comprender que ambos ítems se ven abocados a una unión indisoluble, a caminar juntos de forma inexorable por una misma senda para obtener el resultado que ambos anhelan. Uno necesita al otro, como el hombre necesita el aire, o la tierra, el agua.
Cada uno está representado por una figura: arquitecto y constructor. El técnico normalmente tiene escasa experiencia en el campo contrario, y el constructor cree que la experiencia lo faculta para suplantar al primero en múltiples circunstancias o simplemente movido por un interés económico. Y así surge una relación de amor-odio, en la que el cliente ejerce (en teoría) de árbitro.
En mi caso siempre he deseado estar en el equipo técnico, aunque por diferentes circunstancias me ha tocado entrenar en el equipo contrario. Aunque esta situación es temporal, debo reconocer que lejos de suponer un handycap me ha permitido crecer y mejorar en el papel para el que verdaderamente he sido preparado.
Arquitectura y construcción: equilibrio vencedor.