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el proyecto de toda una vida…

¡Feliz año nuevo! Por fin hemos saltado al año 2021. Y encima con mucha nieve! Porque ya sabéis lo que dice el refrán: “Año de nieves, año de bienes”. Seguramente, nunca tuvimos tantas ganas, aunque el cambio de dígito no implique la resolución del mayor problema que azotó el mundo en 2020: el coronavirus. Todavía continúa haciéndolo, pero el desarrollo de la vacuna en un tiempo récord arroja por fin un rayo de esperanza sobre el tapiz de la desolación con el que tristemente nos hemos acostumbrado a  envolver nuestras vidas. 2020 ha sido un año para olvidar, aunque seguramente nunca olvidaremos. La vida es una lección de humildad y debemos escucharla.

Amanece un “nuevo curso” con muchas asignaturas pendientes. Salvar vidas, recuperar la economía, el turismo…Aunque la crispación política resulta lamentable hasta límites insospechados, y nadie hace nada para evitarlo y poder avanzar. Los ciudadanos de a pie tenemos mucho más poder del que creemos, aunque demasiadas veces olvidamos que la fuerza está en la unión. Podemos hacer mucho más, y por eso no podemos conformarnos.

En cualquier caso, abrimos este ejercicio con ilusión. El ser humano es así: esperanzado. ¡Y menos mal! La resiliencia es una de nuestras virtudes, afortunadamente, y nos ayuda a pedalear para no perder el equilibrio. Como dijo Martin Luther King: “ Si ayudo a una sola persona a tener esperanza, no habré vivido en vano”.

Mucho se ha escrito y hablado sobre los cambios que la pandemia debería provocar en nuestro modelo de comportamiento como sociedad. Reflexiones interesantes y argumentadas que carecen de sentido si no se interiorizan de modo generalizado. La población en el mundo es un conjunto en equilibrio basado en una serie de reglas de juego. Pero el desequilibrio natural y “artificial” entre unas regiones y otras del planeta empuja a algunos de sus miembros a buscar un futuro mejor. Algo absolutamente legítimo, y que debería gestionarse con responsabilidad desde los países del primer mundo (Europa y EEUU fundamentalmente).

Porque en 2020 no solo se habló del COVID-19. También de inmigración, política, transición ecológica y muchas cosas más. El BREXIT puede ser más o menos legítimo, pero desde mi punto de vista es un paso atrás. Al igual que el auge de todos los nacionalismos. Como ya he manifestado en muchas ocasiones, la diferenciación entre iguales solo genera confrontación. Guerras mudas y genocidios estériles en Etiopía, Siria, Myanmar (Birmania), Sáhara, Israel, etc que solo generan más desequilibrios. No debemos definirnos por oposición al contrario, sino por los valores propios. Humildad, empatía y responsabilidad.

El año nuevo es un buen momento para pensar en lo que verdaderamente es importante y que casi nunca es material, como bien sabía “El principito”. Cuando tenía 13 años gané un concurso en el centro social de mi barrio; el trabajo era un cartel que habíamos confeccionado entre un grupo de amigos con la finalidad de denunciar el consumismo que invadía nuestra sociedad. Hoy, más de 30 años después, la situación ha empeorado aún más. Acumulamos en nuestros hogares cientos de objetos sin apenas uso. Este momento de inflexión en la historia reciente es una oportunidad para recapacitar acerca de las cosas que realmente necesitamos y de todo lo que podemos compartir. Y por supuesto, apostando por la rehabilitación y el reciclaje de lo existente. Repensando aquellas normativas retrógradas y anquilosadas que suponen un rígido corsé para el desarrollo de diferentes actividades en los edificios existentes de nuestras ciudades. Flexibilidad y sentido común para nuevos usos y prioridades como la sostenibilidad. Como siempre os digo, no hay mejor energía que aquella que no se consume.

El fin del mundo puede llegar a través de una pandemia mucho más mortífera que la actual, o por el caos que supondría la ausencia de recursos suficientes para toda la población. En realidad, la situación extrema a la que se ven abocados los personajes de la serie “Colapso” se produce en la actualidad entre los países pobres y los países ricos. Reducir la inmigración puede ser factible con un reparto más equitativo de los recursos naturales existentes, garantizando el acceso a los alimentos y al suministro de agua potable. Debemos condenar los regímenes más o menos totalitarios que imponen desigualdades humillantes entre sus habitantes. La producción local de los alimentos de primera necesidad no solo reduce el calentamiento global, sino que garantiza el suministro de alimentos para todas las personas.

Me encanta saber que el modelo de “ciudad de los quince minutos” promovido por el Ayuntamiento de París (con su alcaldesa socialista de origen español Anne Hidalgo a la cabeza) se plantea extrapolar por otras muchas urbes del planeta. En realidad, es un modelo basado en el sentido común, que incluye diversos conceptos de sencilla aplicación con la voluntad adecuada. Pero me interesa mucho más saber cómo se va a gestionar la vida de los habitantes más desfavorecidos de esas ciudades y de las de otros países de segunda división.

Yo creo en la arquitectura y en su papel regenerador. Al igual que sucede en la ciencia. El problema radica en que la toma de decisiones depende de intereses poco comprometidos con el bienestar de la sociedad en su conjunto. Y la pandemia lo ha remarcado con un rotulador fosforito. No miremos hacia otro lado.

El libro “Edge of Order” de Daniel Libeskind (que él mismo me firmó en Londres en Junio de 2019) posee un breve pero muy sugerente prefacio. Es una cita de Paul Valéry (escritor francés de la primera mitad del siglo XX e inspiración de genios como Jacques Derrida).Dice en inglés: “Dos peligros amenazan constantemente el mundo: el orden y el desorden”.

Hagamos que este 2021 sea verdaderamente un buen año para cambiar todo lo que nos destruye. Y potenciar lo que nos enriquece. Porque no se puede poner toque de queda a los sentimientos. Ni restricciones a la movilidad de las buenas acciones. Ansiamos abrazarnos sin mascarillas, amarnos sin filtros. Pensando en nosotros pero también en nuestro entorno. Lo más valioso que tenemos es la vida. Una vida que resulta a veces injusta, pero también es muy gratificante. La vida. Precisamente lo que da sentido a la arquitectura.

No somos árboles. Podemos movernos. Hagámoslo ahora, desde cero, buscando el equilibrio en movimiento; una nueva etapa en la que la arquitectura juegue un papel fundamental para acercar a las personas en igualdad de condiciones, independientemente de su origen, religión o edad. Bonne année!