Recientemente os he hablado del festival concéntrico y de sus propuestas para permitir a todos los ciudadanos “repensar la ciudad”. En realidad se trata de un pequeño gesto que camina en una dirección: la conquista del espacio público en el entorno urbano. Básicamente por el protagonismo que éstas tienen en nuestras vidas. La tendencia es muy clara: las personas prefieren vivir en las ciudades. Pequeñas o grandes. Del primer o del tercer mundo. A pesar de los problemas que ello conlleva: garantizar los servicios mínimos a todas ellas, permitir la convivencia tranquila, garantizar la movilidad sostenible, gestionar los recursos naturales de forma eficiente, tratar los residuos generados con conciencia eco, permitir la accesibilidad a todas las personas, reducir las emisiones, construir edificios de bajo o nulo consumo energético y muchos otros ideales más o menos utópicos que no siempre se cumplen. Algunos porque directamente no son factibles y otros porque no interesan. El dinero es el verdadero motor de la sociedad y los intereses que genera es lo único que importa. Como sigue siendo el negocio de las energías fósiles. O la especulación inmobiliaria. O la gentrificación, muy relacionada con la anterior. Algo que casi nunca vemos. Porque los políticos solo nos cuentan una parte. Y las ciudades mezclan estratos sociales de lo más variado y no siempre se entremezclan como debieran. Europa se enfrenta a un drama migratorio sin precedente del que ya he hablado anteriormente, aunque en los últimos meses esta noticia ya no tenga espacio en los telediarios de las principales cadenas televisivas.
El Ministerio de Fomento de España ha sido rebautizado recientemente como “Ministerio de Transporte, Movilidad y Agenda Urbana”. Un gesto que dice mucho, aunque el nuevo nombre lleva implícitas unas enormes expectativas que espero que se cumplan.
El principio básico para gestionar el mundo es el respeto. El respeto por los recursos naturales y por el vecino que vive junto a nosotros. La arquitectura es el marco donde sucede la vida y tiene un papel muy importante en este campo. Pero los intereses particulares no siempre coinciden con los generales.
En 2019, la Comisión Europea ha designado a Oslo como capital verde europea. Green capital, como ya lo fue Vitoria (la ciudad que me vio nacer) en el año 2012.En 2020 lo será Lisboa. Este tipo de galardones está muy bien porque reconocen un trabajo y sobretodo marcan una hoja de ruta para el futuro inmediato. La sostenibilidad del entorno urbano está marcada por el uso que sus ciudadanos hacen de ella, y en ese sentido la cultura y concienciación son determinantes. Las costumbres. Los pequeños gestos.
A pesar de que las ciudades supongan tan solo el 0,3 % de la superficie de la Tierra su funcionamiento determina el devenir de la vida en el resto de su superficie. Como por ejemplo el calentamiento global. Algo de lo que en los últimos años hemos oído hablar mucho y que ha calado entre los más jóvenes a través de propuestas como #fridaysforfuture.
El pasado mes de Mayo tuve la suerte de escuchar a Anatxu Zabalbeascoa en una muy interesante conferencia de Pamplona sobre la inspiración de la arquitectura en la naturaleza. Su conclusión fue rotunda: lo natural y lo artificial deben convivir en armonía. Y así debemos insertar ambos conceptos. La Carta de Atenas (Le Corbusier +CIAM) chocó de pleno con la aparición y posterior desarrollo del germen llamado “coche”. La naturaleza fue quedando relegada a un segundo plano, hasta el punto de considerarla superflua en muchas zonas. Pero considerar la naturaleza y la arquitectura como conceptos antagónicos es un error. Porque no lo son: son complementarios. Y los pasos que se están produciendo en muchas ciudades de nuestro entorno (sin ir más lejos, Madrid Central) implican la recuperación del espacio que de forma natural pertenece al individuo. Al menos su uso, porque yo soy de los que la tierra no tiene dueño: podemos considerarnos, en el mejor de los casos, afortunados inquilinos del planeta Tierra.
La misma experta en arquitectura publicó hace escasas semanas en El País un artículo que expone algunas de las formas de conquista de la ciudad a través de un “urbanismo invisible”. Resume: “escuchar, repensar, ensayar y reparar son atributos de un urbanismo necesario para el siglo XXI”. Es evidente que la idiosincrasia de cada cultura implicará formas diversas de conseguirlo. Incluso dentro de nuestro país, entre unas regiones y otras, entre grandes ciudades y pequeñas poblaciones y por supuesto, entre diferentes segmentos de población. Y es evidente que nunca se contentará a todo el mundo, pero sí al menos a una mayoría. Porque a veces, para avanzar, es necesario enfrentarse a criterios preestablecidos. Y hace falta probar cosas nuevas, ideas que enriquezcan la vida de las personas. Nuevas propuestas.
Vivimos en la era tecnológica, en la llamada Cuarta Revolución Industrial. Tenemos acceso a toda la información que deseemos, mucha en tiempo real. Sin movernos de casa podemos comprar, “viajar”, consumir contenidos de todo tipo y relacionarnos. Todo a través de una pantalla. Pero esta tendencia está dejando atrás algo muy importante: el contacto físico. La relación entre semejantes. Lo que yo llamo “interactuar”.
Y para eso son necesarios los espacios donde hacer que sucedan esas cosas. Escenarios de vida. Hace mucho tiempo defendí que debería ser obligatorio dar un uso a las cubiertas de los edificios de viviendas. Y en ese sentido, considero que además sería necesario disponer de zonas comunes en ellos para fomentar las relaciones entre los vecinos y amigos. Una diferencia fundamental que vemos claramente todos los que viajamos, entre la habitación privada de un hotel y la cama en habitación compartida de un hostel. Y desde luego, recuperar el concepto que propuso Le Corbusier en sus “Unidades de Habitación”. Construyó 5, aunque proyectó muchas más. Edificios con viviendas donde la luz, el espacio al aire libre y un pequeño jardín privado mejoraban enormemente la calidad de vida de sus habitantes.
La tecnología permite utilizar las energías renovables. Pues hagámoslo. Cuanto antes. En nuestras viviendas y en nuestros vehículos. Caminamos hacia las smart-cities, controlados por los big-data. Rankings inútiles. Economía compartida. Riders esclavos del asfalto. Internet a las puertas del 5G. Infinita información que no garantiza el concepto más importante para la mayor parte de las personas: la felicidad.
Podemos hacer nuestro entorno más sostenible, evitar la saturación de las urbes; hacer viviendas dignas para todos, espacios saludables para trabajar y ciudades seguras, sostenibles y acogedoras donde haya sitio para todos/as. Porque los animales y el medio ambiente son muy importantes. Pero más lo son las personas.
Sobra egoísmo: hace falta sensibilidad, sentido común y empatía. For a better world.