Soy culpable. Culpable por ser arquitecto. Porque un arquitecto nunca es inocente. Jamás te lo dicen en la Escuela, pero si lees entre líneas es lo que siempre nos transmiten los profesores. Por muy malos que sean…
Porque nuestra profesión es pensar, proponer y convencer. Aunque no siempre se cumpla este proceso.
Lo que está claro es que un arquitecto siempre proyecta con una intención (supuestamente la mejor) para el lugar y el cliente que tiene entre manos.
Y lo hace aplicando todos sus conocimientos, toda su experiencia y sobretodo, toda su intuición. Ya que es precisamente este último el ingrediente que puede hacer definitivamente grande una obra. Sería algo así como adelantarse a las necesidades de nuestro cliente, como hacen los buenos sirvientes con su señor, además de las que por supuesto ya tienen en ese momento.
En ese proceso, la osadía del arquitecto se convierte en el arma perfecta para crear, convencer y abrir nuevos caminos; establecer nuevos principios. O al menos, observarlos con nuevos ojos.
Acaba un año y es inevitable echar la vista atrás. Este año 2014 que ahora termina ha sido complicado profesionalmente, pero considero que ha supuesto un punto de inflexión. 2015 se asoma como el año del cambio, a todos los niveles, y confío plenamente en que por fin así sea. El proyecto de casa 33 debe ver por fin la luz: concluirse y habitarse. Por justicia.
Quiero aprovechar para desear a todas las personas de buen corazón mis mejores deseos, y que 2015 sea un año lleno de felicidad.
Por mi parte, yo, en 2015 quiero ser ajusticiado como un prisionero medieval en el centro de la plaza del pueblo. ¿Delito? Culpable de atrevimiento.